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VIAJE APOSTÓLICO A PARÍS Y LISIEUX

DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LA COMUNIDAD POLACA

Sábado 31 de mayo de 1980

 

1. Me alegra muchísimo poder encontrarme con la numerosa "Polonia" francesa, con mis connacionales, que viven en tierra de Francia o que han venido de los países limítrofes, y se encuentran entre los presentes.

Dios os recompense vuestra presencia en este momento particular. Este encuentro ha sido una necesidad de mi corazón y expresa nuestro común deber hacia la patria. Os saludo calurosa y cordialmente, queridos hermanos y hermanas, y mediante vosotros saludo a todos los hijos e hijas de nuestra patria, a quienes el destino ha dirigido aquí y los ha vinculado con Francia.

Deseo, pues, en este encuentro, dar testimonio de Cristo ante vosotros, deseo dar testimonio de vosotros, queridos hermanos y hermanas, y de todas las generaciones de polacos a quienes les ha tocado vivir, actuar, trabajar, combatir y morir aquí, en tierra francesa. Y también deseo aceptar este testimonio del pasado y vuestro testimonio contemporáneo y de hoy.

He dicho en un discurso que París es un lugar desde el que se ve todo el mundo. Aquí puedo decir que París es también un lugar desde el que se ve, de modo particular, Polonia, su historia, o al menos algunos de sus fragmentos más dramáticos, como los vividos cuando se decidió su destino, su "ser o no ser" en el mapa del mundo: momentos dramáticos que desgarraron el corazón de las generaciones que los vivieron, pero también momentos que han reforzado y quizá también, a veces, han devuelto el sentido de la dignidad; han consolidado y profundizado el sentido de la identidad nacional; fueron el grito ante sus hijos y ante los extranjeros por el derecho de la nación a la existencia en el cuadro de las justas fronteras y en su marco estatal.

2. El pueblo francés, que siempre ha apreciado mucho la propia libertad, supo ser sensible a los otros, cuando se encontraron en una situación difícil. Por esto aquí, en esta tierra, en esta ciudad, se realizó, en medida notable, nuestra gran reflexión nacional, que fue al mismo tiempo la reflexión de la fe. Y aunque estos nobles deseos, estas grandes intenciones y visiones no siempre se han podido realizar, sin embargo aquí, en los diversos momentos de la historia, se renovó nuestra idea nacional, se construyó el plan del nuevo perfil de la patria y de la nación. Aquí encontraron refugio prófugos políticos, patriotas, pensadores, poetas, escritores, artistas. Aquí nacieron muchas de entre las mayores obras maestras de la cultura. Todo esto es comúnmente bien conocido, y no es necesario insistir en ello; pero, ¿cómo no aludir en este momento, y no mencionar con emoción, al menos la gran emigración y los que la crearon y animaron? ¿Cómo no mencionar a Michiewicz, Norwid, Chopin? Perdonad si digo sólo algunos nombres. ¿Cómo no recordar en este momento que aquí, en París, se fundó la congregación de los Padres resurreccionistas para salvar moralmente a la emigración y para construir la Polonia católica, como dice su programa? Todos han entendido su estancia en París como un servicio tributado a la patria y a la nación. Ello ha constituido la finalidad de su actividad creativa, política y religiosa, y el motivo de su existencia. Aquí, en el clima de la libertad, fueron de nuevo acuñados el pasado cristiano de la nación, nuestra tradición cristiana, a medida de las necesidades del momento y de la situación concreta. Aquí, diría, se leyeron de nuevo los signos de los tiempos de entonces, pero se leyeron de nuevo a la luz de la palabra de Cristo: "El Espíritu es el que da la vida" (Jn 6, 63). Y precisamente este espíritu que da la vida al hombre, a la nación, a la patria, ellos trataron de reanimarlo sosteniendo, desarrollando y creando las obras maestras de la cultura polaca, de la prosa, de la poesía, de la música, del arte, organizando instituciones, bibliotecas —es conocida la biblioteca polaca en París que, a pesar de las numerosas dificultades que debe afrentar, continúa esta tradición y es un importante centro cultural en Occidente— y luego institutos educativos y religiosos.

Pero los polacos han encontrado el camino hacia Francia y hacia París, no sólo en los momentos difíciles. Los artífices grandes y menos grandes de nuestra cultura siempre vinieron aquí gustosamente y encontraron inspiración en un clima favorable.

Aquí la emigración renacía moralmente y profundizaba la conciencia de su misión para servicio de la patria. Así fue entonces, y así debe ser siempre, porque el pensamiento de la emigración, su trabajo creativo, su aportación a la fe, a la cultura, al desarrollo del hombre, de Polonia..., del mundo, constituye un suplemento precioso y necesario. Si faltase esto, si faltase esta aportación, esta voz, faltaría un hilo esencial en el conjunto tan complejo y tan difícil. Y si Polonia vive con una vida propia, si ha conservado la propia cultura, la soberanía y la identidad nacional, la libertad espiritual, si tiene su puesto en el mundo —y también si hoy aquí, en París, capital de Francia, os habla un Papa polaco—, esto es también mérito de todos esos hombres que, con la fe en la fuerza de las palabras de Cristo: "El Espíritu es el que da la vida", supieron defender y desarrollar los valores divinos y humanos, que se encuentran en la base de nuestro. ser nacional y cristiano.

3. Pido excusas de haber citado, por necesidad, solamente algunos hombres y algunos hechos; ha habido y hay muchos otros, no menos importantes. A todos los llevo en el corazón, sin excepción, y a cada uno por lo que le corresponde. Y no sólo a esos grandes. Pienso también en la muchedumbre de vuestros antepasados y padres, hombres sencillos, honestos, valientes, trabajadores, que se vieron obligados a buscar en el extranjero el pan que no les aseguró la patria.

Aquí encontraron ese pan, o en todo caso tuvieron más del que podía darles la propia tierra. Pero también les esperaba aquí una suerte difícil y un trabajo duro. Se hallaron desarraigados en un país desconocido. Con su laboriosidad y honestidad se ganaron la confianza y la estima. Muchos entre los aquí presentes llevan estas experiencias dentro de sí. Están inscritas en vuestras almas y en vuestro cuerpo. Primero se trataba de trabajadores temporeros, que trazaron el camino a los fijos, y ellos dieron comienzo a la emigración con el tipo de las colonias agrícolas. Por lo tanto, el duro trabajo en los campos, en las alquerías, en las plantaciones. (La Sociedad Polaca de los Emigrantes tenía sus sedes en París, Soisson, Nancy).

Y otra gran parte es la emigración obrera: mineros polacos y obreros en las fábricas, que se domiciliaron principalmente al norte de Francia, y allá, en la cuenca carbonífera, no tuvieron miedo de afrontar la dura realidad, y con el pensamiento en la patria, en la familia, en los allegados que permanecieron allí, emprendieron la fatiga del trabajo cotidiano en las minas, en las fábricas, pensando en un mañana mejor.

Especialmente en los departamentos Pas de Calais y Nord, pero también en Seine, Moselle, Meurthe y Moselle, Seine et Oise, Aisne y otros, hasta hoy, son numerosas las colonias de polacos, sois muy numerosos.

Y lo mismo que vuestros padres, constituís un gran potencial creativo de la economía de este país, dais una aportación notable a su desarrollo y progreso, a su potencia económica y espiritual, en conformidad con las palabras del Profeta Jeremías: "Procurad la prosperidad de la ciudad adonde os he deportado y rogad por ella a Yavé, pues su prosperidad será vuestra prosperidad" (29, 7).

Pienso en la generación que se encontró fuera de la patria, a causa de los terribles acontecimientos de la segunda guerra mundial. Generación que no colgó sus cítaras en los sauces de esa tierra en una hora trágica de la historia.

4. Pienso con gratitud en tantos sacerdotes polacos, que en momentos buenos y malos han servido y sirven a la emigración con sacrificio y entrega. Gracias a ellos, la emigración polaca no ha perdido la fe. Precisamente ellos, a pesar de diversas dificultades y obstáculos, han contribuido en gran medida a la conservación de la identidad, de la lengua, del vínculo con la tierra nativa, sacando inspiración y buscando apoyo en la cultura nativa y cristiana de Polonia.

¿Cómo no recordar aquí el seminario mayor en Rué des Irlandais? El cumple un papel importante en el trabajo pastoral, en la preparación de los Pastores polacos de las almas para mantener el espíritu. En esta ocasión deseo expresar mi gratitud a la Iglesia en Irlanda, que ha correspondido con tanta comprensión a las necesidades de la pastoral polaca para la emigración y ha facilitado el edificio en el que se encuentra y trabaja.

Pienso en tantas organizaciones y asociaciones en la emigración, que buscan en la fe en Dios la inspiración para su actividad. Una de ellas, la Asociación Católica de la Juventud Polaca, celebra precisamente el jubileo de su 50 aniversario. Con amor particular, pero también con solicitud —porque conozco vuestras dificultades y peligros— pienso en vosotros, jóvenes. En todos vosotros, muchachos y muchachas, y os diré solamente lo que ya he dicho en muchas ocasiones a tantos jóvenes: vosotros sois la esperanza de la Iglesia y su futuro, sois la esperanza del país en que vivís, del mundo, de la euro-emigración, de la patria de vuestros antepasados, sois mi esperanza. No cedáis a los complejos, no cortéis esa raíz de la que habéis crecido. Esto es, sabed leer lo que hay en vosotros y en torno a vosotros. Sabed leer, discernir, elegir.

La integración es, sin duda, un problema importante y necesario para todos. Hoy nadie puede cerrarse en el propio "gheto". Debéis servir al país en el que vivís, trabajar para él, amarlo y contribuir a su progreso, desarrollando vosotros mismos vuestra humanidad, es decir, lo que hay en vosotros, lo que os forma, sin falsificar y sin borrar esas líneas que desde el pasado, a través de vuestros padres y quizá ya de muchas generaciones, se arraigan en una realidad más modesta, más pobre que esa en la que vivís, pero grande y preciosa. No os dejéis engañar por palabras fáciles, por frases que circulan, por opiniones poco profundas. Leed esta realidad, aprendedla, amadla, transformadla "y dadle una nueva dimensión contemporánea. Conocerla y vivirla cotidianamente ayuda con frecuencia a comprenderse a sí mismo y al otro, ayuda a acercarse a Dios mediante la fe y el amor.

El hombre es la medida de las cosas y de las vicisitudes del mundo creado, pero la medida del hombre es Dios. Por esto, el hombre debe retornar siempre a esta fuente, a esta medida única, que es Dios encarnado en Jesucristo, si quiere ser hombre, y si el mundo debe ser humano. Precisamente quiero dar testimonio de esta verdad fundamental y más importante, con esta visita a Francia y en este encuentro de hoy con vosotros, queridos hermanos y hermanas. Volved a esta verdad, meditadla y encontrad en ella a vosotros mismos y a los otros, todas las vicisitudes que se forman en el complejo de la vida humana, de vuestra vida concreta y de vuestras tareas en todos los sentidos. Cristo nos pertenece en tanto en cuanto hacemos nuestra su enseñanza, su mensaje salvífico del amor. Creced y que se multiplique vuestra fe, esperanza y caridad. Esta invocación os la dirijo hoy con fuerza particular.

Y ahora permitid que todos nosotros, vosotros y yo, dirijamos nuestros pensamientos y nuestros corazones hacia Jasna Góra, a la Madre de Cristo y de cada uno de los hombres, a la Madre y Reina de Polonia, y confiémosle a nosotros mismos, a vuestras familias, vuestras madres y padres, maridos y esposas, hijos e hijas, vuestros sacerdotes y parroquias, vuestros allegados, la Iglesia en nuestra patria y en todo el mundo, y Francia, a la que Dios ha ligado vuestra vida.

Desde lo profundo del corazón imparto la bendición apostólica a todos vosotros aquí presentes, a vuestras familias, a todos los que se unen a nosotros con el afecto, con el pensamiento y con la oración.

 



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