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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS PARTICIPANTES EN LA IX REUNIÓN NACIONAL
DE LA ASOCIACIÓN DE MARINOS DE ITALIA


Patio de San Dámaso del Vaticano
Sábado 4 de octubre de 1980

 

Queridísimos marinos de Italia:

Me alegro sinceramente de encontrarme hoy con vosotros que os habéis congregado en Roma, procedentes de todas las zonas de Italia y también del extranjero, para la IX reunión nacional, organizada por la benemérita Asociación de Marinos de Italia. Deseo dirigir mi saludo, con sentimientos de alta estima y profunda deferencia, al Jefe del Estado Mayor de la Defensa, al Jefe del Estado Mayor de la Marina, al Presidente de vuestra Asociación, a todos vosotros, a cada uno en particular junto con vuestros familiares, que os han acompañado en esta gozosa circunstancia. A mi saludo se une también el agradecimiento por la visita de filial homenaje que habéis querido hacer a mi persona, tratando de dar a conocer con un gesto tan delicado vuestra fe viva en la Iglesia y vuestra unión profunda con el Sucesor de Pedro.

Os deseo de corazón que vuestras serenas y alegres jornadas romanas sean para vosotros no sólo ocasión de gozo estético por las extraordinarias riquezas artísticas de la Urbe, sino que sean espiritual enriquecimiento por el contacto y diálogo que vosotros, hombres de la gran familia de los marinos de Italia, podéis entablar mutuamente. Pero, sobre todo, que sean un estímulo para que podáis proclamar el deseo ardiente y la exigencia imperativa de que entre todos los hombres reine constantemente y domine el gran don de la paz, siempre tan frágil y amenazada.

Sed siempre y en todo lugar mensajeros y portadores de paz, en tierra y en mar, para que los hombres sepan reconocerse y amarse como verdadero» hermanos. Es el mensaje de Cristo; es el mensaje de un auténtico discípulo de Cristo, San Francisco de Asís, Patrono de Italia, cuya festividad litúrgica celebramos hoy. "¡Paz y bien!": esto era lo que él predicaba, con las palabras y con la vida, en las ciudades y regiones italianas, muy a menudo laceradas y divididas por luchas fratricidas.

Con estos deseos, invoco la protección de Dios sobre vosotros, sobre todos los marinos de Italia, sobre todos los hombres del mar, y os imparto de corazón la bendición apostólica.

 



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