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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
 AL NUEVO EMBAJADOR DE TÚNEZ ANTE LA SANTA SEDE*

Viernes 15 de enero de 1982

 

Señor Embajador:

Al presentar las Cartas que le acreditan como Embajador de Túnez ante la Santa Sede, ha querido dirigirme unas palabras llenas de cortesía y que definen acertadamente el sentido de la elevada misión que le ha confiado Su Excelencia el Señor Habib Bourguiba, Presidente de la República de Túnez.

Descubro con satisfacción en sus palabras la expresión del constante afán del Presidente Bourguiba y del pueblo tunecino por buscar el camino del diálogo y de la comprensión. Difícil posición, pero ¡qué enaltecedora! ¿No ha sido siempre su País, por su configuración geográfica, un crisol en el que tanto los valores del Oriente Medio como los de Europa eran asimilados por el genio del pueblo tunecino, para transmitirlo luego a todo el Magreb? Ése es ciertamente un rasgo característico de la civilización tunecina, y que constituye una valiosa garantía no para su futuro, sino también para el de las relaciones internacionales en las que Túnez intervenga en orden a promover en ellas el espíritu de negociación, de paz, de justicia.

Me consta, a este respecto, que los cristianos han podido crear lazos de sólida amistad con muchos compatriotas vuestros. La Iglesia Católica además, goza, en su País, de la benevolencia de las autoridades públicas en el respeto de los convenios establecidos de común acuerdo.

Este espíritu de consideración recíproca debe animar también como usted acaba de señalar, la colaboración entre creyentes, sobre todo en el servicio de la promoción moral de los pueblos y de la causa de la paz. La paz urge sobre todo en Oriente Medio, donde los creyentes tienen sus raíces espirituales comunes: precisamente por eso la paz debería ser allí una realidad ejemplar. Tal es mi mayor deseo en este tiempo de tanta inquietud.

Un espíritu así es necesario también para la defensa de los Derechos del hombre en todas las partes del mundo. El hombre ha sido creado por Dios, y este hecho confiere a su dignidad una dimensión sagrada que invita, de modo más apremiante aún, a los creyentes a obedecer celosamente a su Creador, a unirse para defenderla tanto en los pueblos como en los individuos, y a intensificar tenazmente sus esfuerzos por una cooperación sincera y eficaz.

Lleno de gozo al constatar en el discurso de Vuestra Excelencia estas orientaciones comunes, que me permiten augurar el mayor éxito para su elevada misión, quiero garantizarle que siempre encontrará en mí y en los organismos de la Sede Apostólica toda la comprensión y ayuda que pudiera necesitar. Le ruego, igualmente, tenga la amabilidad de hacerse intérprete ante Su Excelencia el Presidente Habib Bourguiba de mi agradecimiento por sus buenos deseos y de los míos propios hacia su persona y su País.


*L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua española, n. 4, p.16.

 



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