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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
AL EMBAJADOR DE LA REPÚBLICA ARGELINA DEMOCRÁTICA Y POPULAR
ANTE LA SANTA SEDE

Lunes 28 de marzo de 1983

 

Señor Embajador:

En este momento de presentación de las Cartas que le acreditan como Embajador de la República Argelina Democrática y Popular ante la Santa Sede, mi primer pensamiento vuela al Excmo. Sr. Presidente Chadly Bendjedid. Le estaré sumamente agradecido si le transmite los votos que formulo para su persona y el feliz desempeño de sus altas responsabilidades al servicio del pueblo argelino.

En sus amables palabras usted se ha dignado recordar la acción de la Santa Sede en la difícil coyuntura internacional en que nos hallamos. Asimismo usted ha tenido la delicadeza de mencionar el testimonio de cristianos convencidos y valientes que han sabido dar a su fe un campo de aplicación con la determinación de impulsar en unión con sus compatriotas —tanto en Argelia como en Europa— los caminos de solidaridad práctica y de comprensión entre quienes creen en un Dios único.

A ello les han ayudado las ricas cualidades de corazón e inteligencia de que el Altísimo ha dotado a los hijos e hijas de Argelia. Por otra parte, estas cualidades han hecho posible, aun en medio de la adversidad, que su pueblo haya alcanzado rápidamente cierto prestigio en el concierto de las naciones, una vez obtenida la independencia. Y estoy seguro de que el pueblo argelino sabrá aplicar también esta experiencia adquirida a través de los sufrimientos de una larga prueba para trabajar por asentar firmemente la paz y la justicia allí donde son tan necesarias y sobre todo en el corazón del Magreb en primer lugar, así como en todo el continente africano.

Esta actitud recibe su motivación más fecunda de la convicción íntima de los creyentes empeñados sinceramente en cumplir la voluntad de Dios y persuadidos, por tanto, de que Él les invita a construir una comunidad solidaria. Esta comunidad debe formarse no sólo con los múltiples vínculos que crean la Nación, sino también con los que sostienen la vida internacional. Este último aspecto es un descubrimiento feliz de este siglo y sus efectos se están sintiendo, si bien al mismo tiempo abundantes peligros amenazan el porvenir de la humanidad. Esta voluntad de actuar unidos debe fomentarse particularmente entre los numerosos pueblos que han llegado a la independencia en condiciones más o menos semejantes, respetando siempre las diferencias originadas por las instituciones e índole propia de cada uno.

Bien sabe usted cuánto contribuye la Iglesia Católica dondequiera se hallen sus hijos, a la realización concreta de tales ideales. Este es el caso de las comunidades cristianas presentes en Argelia. Su papel consiste en orar por el pueblo en cuyo seno viven. Y también en aportar la contribución de las competencias y dedicación de sus miembros a las varias tareas que permiten actuar juntos en favor del progreso de la sociedad argelina, poniendo de relieve cuanto es auténticamente humano y espiritual. Para ello, las comunidades cristianas sólo piden que los marcos institucionales y los medios necesarios al desenvolvimiento normal de las actividades propias de la Iglesia, disfruten de modo estable de la protección del derecho dentro del respeto de las leyes en vigor; y del mismo modo es de desear que las comunidades musulmanas de países de mayoría cristiana gocen de análogas condiciones.

Pues, en efecto, sólo a partir de los varios elementos de entendimiento recíproco dentro de las realidades del Derecho, pueden darse con eficacia condiciones capaces de favorecer el diálogo entre musulmanes y cristianos; y éste podrá llegar a niveles muy profundos gracias a la buena voluntad o, mejor aún, al fervor espiritual, el único capaz de abrir espíritus y corazones al respeto y la amistad.

Quiero presentarle mis fervientes votos por el desempeño de su alta misión y asegurarle, Excmo. Señor, que encontrará siempre en esta casa, tanto de mi parte como de la de mis colaboradores, excelente acogida, animada de nuestro interés común por promover la comprensión y colaboración entre Argelia y la Santa Sede.


*L'Osservatore Romano. Edición semanal en lengua española, n. 25, p.11.

 



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