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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS OBISPOS DE HONDURAS
EN VISITA "AD LIMINA APOSTOLORUM"

Lunes 26 de septiembre de 1983

 

Queridos hermanos en el Episcopado:

1. Con verdadero placer me entretengo esta mañana con vosotros, los Pastores de la Iglesia de Cristo que vive su esperanza, en el camino hacia el Padre, en tierras hondureñas.

Este encuentro conjunto viene a completar el coloquio separado tenido con cada uno de vosotros. Y creo que renueva en todos nosotros, el recuerdo de aquellos momentos que vivimos juntos, el día 8 de marzo pasado, en vuestra querida patria.

¡Cuántas veces sigo evocando los diversos instantes de mi inolvidable visita a Honduras, donde pude constatar los profundos valores humanos y cristianos de sus gentes! Por eso, desde el primer momento me sentí “en un clima de familia”!

Hoy, al daros la bienvenida a esta visita “ad limina”, que coloca en el centro de nuestro afecto y de nuestra mente a todos los miembros de vuestras diócesis, quiero dar gracias a Dios con vosotros y –como dije a mi llegada a Tegucigalpa– “ alabar al Señor por todas las maravillas que la gracia divina ha obrado en la Iglesia en Honduras ”. 

2. Vuestro país, a pesar de lo limitado de su población, tiene una rica historia, sembrada de grandes tradiciones cristianas. Está enclavado en un área geográfica muy sensible, azotada hoy por fuertes tensiones socio-políticas y por un peligroso clima de violencia que provoca tantos sufrimientos y aprensiones.

Es necesario, por ello, que fieles a la constante tradición de la Iglesia y en conformidad con el espíritu del Evangelio, tratéis de sembrar en los ánimos de vuestros connacionales sentimientos de amor a la paz interna y de pacífica convivencia con los otros pueblos. Forma esto parte de la misión de la Iglesia, a la que yo también intenté prestar un apoyo con mi viaje pastoral a todas las Naciones del Istmo centroamericano.

Quiera Dios que sean una espléndida realidad, a breve plazo, las esperanzas de futuro suscitadas ante los acuerdos logrados recientemente por los Ministros de Relaciones Exteriores de los países centroamericanos, bajo los auspicios del llamado grupo de Contadora. Y ojalá se garantice así una sustancial reducción de las disensiones y se establezca un verdadero proceso de pacificación. Todo ello podrá facilitar, también en Honduras, un clima de mayor tranquilidad, liberando además abundantes recursos para su armónico desarrollo en campo educativo, económico y social.

3. Pero, aunque vuestra condición de formadores de la conciencia moral de vuestros fieles y el legítimo amor a vuestros pueblos os impone ese servicio a la causa de la paz, es la Iglesia como tal la que, en cuanto Pastores de la grey de Cristo, atrae vuestros cuidados prioritarios y vuestros esfuerzos más decididos.

Sé bien que miráis con la debida solicitud la vida eclesial de vuestras comunidades, que tiene aspectos tan consoladores, pero que presenta a la vez otros dignos de particular atención.

En efecto, la misma estructura eclesiástica adolece de una cierta debilidad, debido sobre todo a la grave escasez de clero. Ello plantea problemas serios para la educación en la fe de las comunidades eclesiales y para la guía pastoral de las mismas, que requiere la presencia de eclesiásticos idóneos en los diversos ministerios que exigen el orden sagrado.

4. Es cierto que en Honduras, gracias a vuestra acertada y previsora labor de Obispos identificados con las necesidades espirituales de vuestro ambiente, han surgido iniciativas pastorales muy laudables, como la institución de Delegados de la Palabra. Ellos, junto con los catequistas, componen en la Iglesia una organización capilar que está dando frutos de evangelización y manteniendo la fe del pueblo cristiano.

Sabedor de esa aportación valiosa que ofrecen a la causa eclesial tantos laicos conscientes de su vocación bautismal, quise dedicar a ellos el encuentro tenido en San Pedro Sula durante mi visita pastoral a Honduras. 

Hoy quiero reiterar mi profundo aprecio y agradecimiento en nombre de la Iglesia a esos Delegados de la Palabra, catequistas y miembros de otros movimientos apostólicos. Al alentarlos de corazón en su apreciada labor, deseo darles también confianza, asegurándoles que adquieren un gran mérito ante Dios, ante la Iglesia y ante sus hermanos con la tarea que despliegan, unidos en verdadera comunión con sus Obispos y sacerdotes.

Por parte vuestra sé, queridos Hermanos, que estáis poniendo particular empeño en dar un nuevo impulso a la evangelización y catequesis, a la luz de las directrices pastorales que tracé durante mi viaje al área centroamericana. A este propósito quiero confiaros que sigo con viva simpatía vuestros propósitos, los aliento y bendigo, mientras pido al Señor que haga muy fecundos esos intentos.

5. Pero esta deseada y creciente tarea evangelizadora, así como la disponibilidad de preciosos colaboradores laicos, pone aún más de relieve la necesidad imperiosa de sacerdotes, para que dicha evangelización sea completa.

Ello nos conduce a mirar con cierta inquietud a la endémica falta de sacerdotes que sufre Honduras, el País más pobre en clero de toda América Central. Baste pensar en la proporción existente de un sacerdote por cada 15.000 habitantes, y en que todavía hoy las 3/4 partes del clero no es de origen hondureño. Doy gracias a Dios, porque con encomiable espíritu eclesial –ese que hace ver por doquier la única e idéntica Iglesia de Cristo– tantos sacerdotes, religiosos y religiosas de otra procedencia han hecho de la Iglesia en Honduras la de la propia patria de adopción.

Todo ello impone la puesta en práctica de un plan vocacional sistemático, como uno de los objetivos prioritarios de la Iglesia en vuestra Nación, a fin de buscar una progresiva solución a tan importante problema. En ese proyecto, asumido en primera persona por vosotros, habrá que comprometer e interesar a todos las fuerzas eclesiales: sacerdotes, personas de especial consagración y laicos, para que todos presten la colaboración posible en un objetivo que afecta tan vitalmente a cada miembro de la Iglesia.

Los ambientes de la parroquia, de las casas y centros religiosos, de la escuela, de los movimientos apostólicos, deberán ser sensibilizados con discreción y constancia. Y una labor decidida deberá ser desplegada en el ambiente de la familia, a fin de que no obstaculice, como sucede con frecuencia, la posible o incipiente vocación de uno de sus miembros, sino que la acoja con gozo, la favorezca y la ofrezca como un servicio generoso, aun sacrificado, a Dios y al bien de la misma sociedad.

6. Al mencionar el tema de vocación y familia viene a mi mente ese amplio campo familiar que tanto importa a la Iglesia. Sé que también vosotros le dedicáis buena parte de vuestros mayores desvelos.

No quiero repetir aquí conceptos tratados en la Familiaris Consortio, pero sí deseo alentaros en vuestro esfuerzo renovado en favor de la institución familiar y de su vida cristiana.

En concreto, os animo a proseguir vuestro deber pastoral, encaminado a formar correctamente las conciencias de los fieles, en lo referente al respeto absoluto de la vida concebida, aun no nacida. Sin que cualquier despenalización legal pueda nunca justificar moralmente un eventual atentado contra la vida naciente de un ser humano.

También las uniones formadas al margen del legítimo vínculo del matrimonio han de estar en vuestra constante solicitud de Pastores. Para educar a los futuros esposos sobre la responsabilidad con la que han de asumir y ser fieles a su nuevo estado, para ayudarles a valorar justamente la sacramentalidad del matrimonio y su unidad estable. Preservando los grandes valores de esa unión y defendiéndola contra los males que lo amenazan; entre ellos, contra los estragos provocados por el alcoholismo, que asume a veces peligrosas dimensiones sociales.

7. Aunque no puedo alargar más este encuentro, no quiero concluirlo sin manifestaros mi profunda alegría por la cohesión y sintonía de sentimientos y de propósitos que reinan entre vosotros. Mantened ese gran bien, queridos Hermanos, que tanto favorece vuestra misión individual y colectiva. Fruto de la misma han sido, entre otros, las oportunas directrices que habéis dado en campo social, para promover la justicia, superar la violencia, luchar contra la corrupción administrativa, favorecer en la vida comunitaria la elección de personas competentes y que sean sensibles a las necesidades de los más pobres. A este respecto quiero mencionar con agrado vuestra carta colectiva sobre “ Algunos aspectos de la realidad nacional de Honduras ” (del 22 octubre 1982). Esa misma apertura hacia los problemas todos de vuestro pueblo, os llevará a prestar la atención que merece, por la caridad eclesial, la situación de los numerosos prófugos y los casos de personas desaparecidas en vuestra Patria.

Ante la problemática que plantea para la fe de los católicos hondureños la actitud de ciertos grupos o sectas –cuyo programa de fondo tiene tantos elementos que no son conciliables con lo verdaderamente religioso– quiero asimismo expresaros mi apoyo por la exhortación pastoral que vuestra Conferencia Episcopal publicó en el mes de abril del año en curso.

8. Finalmente, recibid, queridos Hermanos, el agradecimiento más vivo del Sucesor de Pedro por vuestra entrega sacrificada a la Iglesia. En el abrazo de paz, que simboliza y estrecha la comunión, objetivo de esta vuestra visita, incluyo a los sacerdotes, personas de especial consagración, laicos comprometidos en la causa eclesial y miembros en general de vuestras Iglesias locales.

A todos saludo y bendigo de corazón; y con todos vuelvo a postrarme ante la Madre de Suyapa, para que acompañe nuestro caminar, restaure nuestras fuerzas y confirme nuestra esperanza, en la fidelidad a Cristo, Hijo suyo, hermano y Redentor nuestro. Así sea.

 



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