Index   Back Top Print

[ ES  - IT ]

VIAJE APOSTÓLICO A URUGUAY, CHILE Y ARGENTINA

CEREMONIA DE DESPEDIDA

DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

Aeropuerto «Carrasco» de Montevideo
Miércoles 1 de abril de 1987

 

Señor Presidente,
queridos hermanos en el Episcopado,
autoridades,
queridos hermanos y amigos de Uruguay
:

1. Al concluir mi breve e intensa visita apostólica a vuestra patria tengo que confesar que el Papa y los uruguayos han sabido entenderse perfectamente. Me llevo en el corazón el buen recuerdo de una calurosa acogida y de una grata estancia entre vosotros, jalonada de exquisitas muestras de amor y devoción al Sucesor de San Pedro. Gracias por todo. Gracias por vuestra hospitalidad que es ya una invitación para volver a visitaros con más tiempo.

Juntos hemos celebrado nuestra fe escuchando la Palabra del Evangelio, en presencia de Cristo, y hemos unido nuestra plegaria a la oración unánime de la Iglesia. Por todo ello doy gracias al Señor. Quiero dejar constancia de mi alegría por el encuentro con los sacerdotes, religiosos y religiosas en la catedral de Montevideo; ha sido un momento fuerte de comunión eclesial con el que he querido renovar en todos los que de cerca siguen y sirven a Jesús, el gozo de estar consagrados a la extensión de su reino. ¡Ojalá este encuentro del Papa con el clero y las personas consagradas sea también fecundo para el aumento de las vocaciones sacerdotales y religiosas en la Iglesia de Uruguay!

La celebración eucarística, entusiasta y multitudinaria, en la explanada “Tres Cruces” ha congregado idealmente junto al Papa y los obispos de Uruguay a toda la Iglesia de esta nación, con sus respectivas diócesis, con sus representantes. En la Eucaristía, misterio de comunión, vínculo de unidad, la Iglesia crece y se renueva porque participa de la vida de Cristo.

Ha sido para mí un gran gozo el poder conmemorar en Montevideo la feliz conclusión del diferendo entre Chile y Argentina; he querido también con ello, honrar la actitud asumida por Uruguay al prestar su apoyo y colaboración a la Mediación Papal en la superación de las tensiones, dando así prueba de su vocación pacífica y pacificadora.

2. Sé que la Iglesia en Uruguay está comprometida en una intensa tarea de evangelización y dedicada al servicio incondicional de sus hijos y de la sociedad. La comunidad eclesial, con la fuerza inspiradora que le viene del Evangelio, es a su vez garantía de auténtico progreso humano de cara al futuro de la nación.

Por eso, al despedirme, quiero exhortar a los Pastores de la Iglesia en Uruguay y a todos los católicos a perseverar en esta tarea de evangelización, aun en medio de las dificultades con que puedan encontrarse. En todas las épocas, y particularmente en la nuestra, es cometido fundamental de la Iglesia orientar la conciencia y los pasos de la humanidad hacia Cristo, acercar al hombre hasta el misterio de la redención. De esta forma los hijos de la Iglesia adquieren la convicción de estar realizando una auténtica actividad renovadora, la cual desde la esfera más profunda de la persona humana revierte en una nueva forma de ser y de obrar. La Iglesia es también hoy en Uruguay un factor de esperanza y de renovación de la sociedad en sus más hondas aspiraciones morales.

Cuando está para cumplirse el V centenario del comienzo de la evangelización del Nuevo Mundo, os aliento a ser fieles a vuestra historia y a vuestra cultura en el seno de la gran familia latinoamericana, marcada por la gracia del Evangelio, por la fuerza de la fe, por su unidad con la Sede Apostólica y por su comunión con toda la Iglesia universal.

Sed fieles a Cristo, Redentor del hombre y esperanza de toda la humanidad. Que su mensaje penetre en la vida de las personas y de las instituciones, como garantía de un auténtico humanismo, fundado en los más altos valores de la conciencia humana, iluminada por la luz del Evangelio, germen de libertad y de elevación moral de los individuos y de la sociedad.

3. Gracias, Señor Presidente, por haberme invitado a venir a su país. De este modo he tenido ocasión de conocer mejor a los queridos “ orientales ” y me voy con la convicción de que Uruguay seguirá ofreciendo sus suelos a iniciativas que promuevan la armonía y el entendimiento entre los pueblos latinoamericanos.

En el momento de mi despedida, quiero expresar también mi más profundo agradecimiento a las demás autoridades civiles y militares, así como a las diversas entidades públicas que, en estrecha colaboración con los representantes de la Iglesia, han brindado toda clase de facilidades para que esta visita pastoral alcanzara sus objetivos.

Las más rendidas gracias a todos mis hermanos en el Episcopado, a los sacerdotes, religiosos, religiosas, fieles y en general a todas y cada una de las instituciones católicas, que con tanta generosidad y entusiasmo han trabajado en la preparación de este encuentro con el Sucesor de San Pedro.

Gracias también a todos los que con su oración y sufrimiento en el silencio han contribuido a que esta jornada eclesial sea fecunda con el auxilio divino para la vida de vuestra nación.

¡Permaneced fieles a vuestra vocación cristiana! ¡Sed testigos de Cristo y de su Evangelio! Sobre todo, vosotros, jóvenes católicos de Uruguay, que sois la esperanza de la Iglesia y de la sociedad. ¡Cristo confía en vosotros!

Con la mirada puesta en la Virgen María, que vos uruguayos invocáis con el título de Virgen de los Treinta y Tres, os encomiendo a su maternal intercesión para que la semilla del mensaje sembrado fructifique en la fértil y noble alma uruguaya.

¡Gracias, Uruguay, por tu hospitalidad! Me despido con el propósito de volver otra vez.

¡Que la paz de Cristo dé en ti frutos abundantes de justicia y amor en la libertad!



Copyright © Dicastero per la Comunicazione - Libreria Editrice Vaticana