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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
AL NUEVO EMBAJADOR DE BOLIVIA ANTE LA SANTA SEDE
*


Viernes 23 de febrero de 1990

 

Señor Embajador:

Me es muy grato recibir las Cartas Credenciales que le acreditan como Embajador Extraordinario y Plenipotenciario de Bolivia ante la Santa Sede. Con ello, viene Usted a ocupar un puesto en la sucesión de los representantes de su País en la noble misión de mantener y estrechar las relaciones entre la Sede Apostólica y la Nación boliviana, tan cercana a mi solicitud y afecto de Pastor.

Agradezco vivamente las amables palabras que me ha dirigido y, en particular, el deferente saludo del Señor Presidente Constitucional de Bolivia, al cual le ruego transmita mis mejores votos de paz y bienestar.

Me complace saber que es firme propósito de las Autoridades de su País construir sólidos fundamentos que permitan la instauración de un orden social más justo. Durante mi visita pastoral a Bolivia, a la que Usted ha aludido amablemente, pude apreciar los grandes valores que adornan al pueblo boliviano: su carácter profundamente humano, su espíritu acogedor, su tesón y capacidad de resistencia ante la adversidad, sus acendradas raíces cristianas. Pero, al mismo tiempo, pude constatar los graves problemas que obstaculizan las legítimas aspiraciones de muchos bolivianos al desarrollo, tal como la Iglesia viene proclamando en su doctrina social.

Por consiguiente, se hace necesario fomentar ampliamente una actitud solidaria, también a nivel de comunidad internacional, lo cual haga posible la superación de las dificultades presentes para poder alcanzar así nuevas metas de progreso y prosperidad. A este respecto, el problema de la deuda externa representa un preocupante desafío para la economía y el nivel de vida de amplios sectores de la población de su País. El coste social y humano que dicha crisis de endeudamiento conlleva, hace que tal situación no pueda plantearse en términos exclusivamente económicos o monetarios. Por ello, se hace necesario promover también nuevas formas de solidaridad internacional, que en un clima de corresponsabilidad y confianza mutua, permitan articular medidas a corto y largo plazo que eviten la frustración de las legítimas aspiraciones de tantos bolivianos al desarrollo que les es debido. “ Sobre el fundamento de la justicia y la solidaridad decía en mi encuentro con los miembros del Cuerpo Diplomático en La Paz es posible sentar las bases estables para edificar una comunidad internacional sin permanentes y graves zozobras, sin dramáticas inseguridades, sin conflictos de irreparables consecuencias ” (Discurso al Cuerpo diplomático acreditado en Bolivia, 10 de mayo de 1988, n. 3)

Se trata de una tarea que exige la colaboración de todos, especialmente de quienes ocupan puestos de responsabilidad y en donde la persona sea la medida y el centro de todo proyecto de desarrollo, pues es el hombre hecho a semejanza de Dios la mayor riqueza con que cuenta una nación. De aqui, que sea su promoción integral el objetivo primario a conseguir, ya que la mente humana, su capacidad creadora, es el motor de todo progreso.

Por otra parte, no se puede olvidar que no pocos de los problemas socio-económicos y políticos en la vida de los pueblos tienen sus raíces y gran repercusión en el orden moral. En este terreno, la Iglesia, fiel al mandato recibido de su divino Fundador, trata de iluminar desde el Evangelio las realidades temporales, movida siempre por su afán de servicio al bien común y a las grandes causas del hombre.

A este respecto, los Pastores, sacerdotes y comunidades religiosas de Bolivia seguirán incansables en el cumplimiento de su misión evangelizadora, asistencial y caritativa. Ellos son los continuadores de una pléyade de hombres y mujeres que, llamados a una vocación de servicio desinteresado, han dedicado sus vidas a mitigar el dolor, a instituir y educar dando testimonio de abnegada entrega en favor de los más necesitados. Así ha querido ponerlo de relieve Vuestra Excelencia rindiendo homenaje a estos servidores del Evangelio, que en los lugares más apartados del País llevan ayuda y consuelo infundiendo amor y esperanza.

Las Autoridades bolivianas podrán continuar contando con la decidida voluntad de la Iglesia dentro de la misión que le es propia de fomentar todas aquellas iniciativas encaminadas a promover el bien común y el desarrollo integral de los individuos, de las familias y de la sociedad.

Hago fervientes votos para que, por encima de intereses transitorios y de facción, los bolivianos pongan cuanto esté de su parte para construir un orden social más justo y participativo en el que no tengan cabida los defectos y las carencias que Vuestra Excelencia ha señalado. Los principios cristianos que han informado la vida de la Nación boliviana han de ser motivo de fundada esperanza y de estímulo para superar las dificultades de la hora presente e infundir, con la ayuda de Dios, un nuevo dinamismo que abra en Bolivia nuevas vías al desarrollo económico y social.

Señor Embajador, antes de terminar este encuentro, deseo asegurarle mi cordial estima y apoyo para que la misión que hoy inicia sea fecunda en copiosos frutos y éxitos.

Le ruego que se haga intérprete de mis sentimientos y esperanzas ante su Gobierno y demás instancias de su País, mientras invoco sobre Usted, su familia y colaboradores, y sobre todos los amadísimos hijos de la Nación boliviana, la constante asistencia del Altísimo.


*AAS 82 (1990), p.943-946.

Insegnamenti di Giovanni Paolo II, vol. XIII, 1 pp. 506-508.

L'Attività della Santa Sede 1990 pp. 152-154.

L’Osservatore Romano 24.2.1990 p.5.

L'Osservatore Romano. Edición semanal en lengua española n.9 p.9 (p.129).



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