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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS PARTICIPANTES EN EL SIMPOSIO INTERNACIONAL
SOBRE LA HISTORIA DE LA EVANGELIZACIÓN DE AMÉRICA


Jueves 14 de mayo 1992

 

Queridos Hermanos en el Episcopado,
Excelentí
simos Señores,
Distinguidos Profesores,
Señoras y Señores:

1, Les agradezco muy cordialmente su presencia en el Vaticano, adonde han venido de prestigiosas Universidades y de diversas naciones, especialmente de Iberoamérica, para participar en este importante Simposio, que la Comisión para América Latina ha organizado, en torno a la historia de la Evangelización del Nuevo Mundo.

El Simposio está encuadrado en el marco sugestivo de este venturoso año 1992, en el que se cumple el V Centenario del comienzo de la Evangelización de América. Conmemoramos así aquel 1492 que, como señalé en mi homilía del 1 de enero, fue un « año singular, año de grandes cambios en la historia de la humanidad, año de los nuevos caminos del Evangelio de nuestra salvación ».

En estas pocas palabras se compendia lo que fue aquella memorable efemérides que, en el cuadrante de la historia está ligada a una fecha simbólica: 12 de octubre de 1492, si bien la grandiosa y admirable aventura del descubrimiento y de la primera evangelización del Nuevo Mundo se desarrolló en los años sucesivos, cubriendo un arco de tiempo —algo más de un siglo—en el que cambió de rumbo la trayectoria de la Humanidad.

2. En efecto, las carabelas del Almirante Cristóbal Colón zarparon del Puerto de Palos, España, bajo la égida de los Reyes Católicos, Isabel y Fernando, el 3 de agosto de 1492 y el 12 de octubre arribaron a las tierras del nuevo continente, que después se llamaría América.

El primer encuentro de los europeos con los pueblos del Continente americano tuvo lugar en la isla de Guanahaní, situada en el actual archipiélago de Las Bahamas y que Colón llamó San Salvador, nombre cargado de profundo significado cristiano y que dejaba entrever el proyecto de la futura inmediata evangelización. En efecto, ésta comenzó propiamente con el segundo viaje de Colón, en el que ya algunos misioneros formaban parte de la expedición. Y así, el día 6 de enero de 1494, Fray Bernardo Boyl, designado Vicario Apostólico del Nuevo Mundo, celebró la primera Misa solemne en América.

Estas noticias, que nos dan las crónicas con datos precisos, son parte de una historia fascinante. Compete a los historiadores el seguir profundizando sobre unos acontecimientos que han marcado un hito importante en la vida de la humanidad. Si bien, por encima de estos datos, la Iglesia proclama siempre que Jesucristo es el Señor de la Historia: «Cristo ayer y hoy. Principio y Fin. Alfa y Omega. Suyo es el tiempo y la eternidad. A Él la gloria y el poder por los siglos de los siglos», palabras que hemos pronunciado en la liturgia de la Vigilia Pascual.

3. Como Sucesor de Pedro, deseo proclamar hoy delante de ustedes que la historia está dirigida por Dios. Por ello, los diversos «eventos» pueden convertirse en «oportunidades salvíficas» (kairós), cuando en el curso de los siglos Dios se hace presente de un modo especial. Ante los nuevos horizontes que se abrieron el 12 de octubre de 1492, la Iglesia, fiel al mandato recibido de su divino Fundador (Cf. Mt 28, 19), sintió el deber perentorio de implantar la Cruz de Cristo en las nuevas tierras y de predicar el Mensaje evangélico a sus moradores. Esto, lejos de ser una opción aventurada o un cálculo de conveniencia, fue la razón del comienzo y desarrollo de la Evangelización del Nuevo Mundo.

Ciertamente, en esa Evangelización, como en toda obra humana, hubo aciertos y desatinos, «luces y sombras», pero «más luces que sombras» (Cf. Carta Apostólica Los Caminos del Evangelio, 8), a juzgar por los frutos que encontramos allí después de quinientos años: una Iglesia viva y dinámica que representa hoy una porción relevante de la Iglesia universal. Lo que celebramos este año es precisamente el nacimiento de esta espléndida realidad: la llegada de la fe a través de la proclamación y difusión del Mensaje evangélico en el Continente. Y lo celebramos « en el sentido más profundo y teológico del término: como se celebra a Jesucristo (...) el primero y más grande Evangelizador, ya que El mismo es el "Evangelio de Dios" »(Cf. Ángelus del 5 de enero de 1992).

4. No celebramos, pues, acontecimientos históricos controvertidos. Somos conscientes de que los hechos históricos, así como su interpretación, son una realidad compleja que hay que estudiar atenta y pacientemente. De ustedes se espera una válida aportación, seria y objetiva, un juicio sereno sobre esos eventos. En efecto, el historiador no debe estar condicionado por intereses de parte, ni por prejuicios interpretativos, sino que ha de buscar la verdad de los hechos. Por ello, el V Centenario de la Evangelización de América es una ocasión propicia para el «estudio histórico riguroso, enjuiciamiento ecuánime y balance objetivo de aquella empresa singular, que ha de ser vista en la perspectiva de su tiempo y con una clara conciencia eclesial» (Cf. Carta Apostólica Los Caminos del Evangelio,4). En este sentido, han tenido ya lugar en España, en América y también en Roma diversos y significativos congresos de carácter histórico. El presente encuentro se sitúa igualmente en esta línea, como también la Exposición de libros y documentos anteriores al 1600, organizada por la Biblioteca Apostólica Vaticana y el Archivo Secreto Vaticano.

Este Simposio tiene lugar antes de la IV Conferencia General del Episcopado Latinoamericano que, durante el próximo mes de octubre, tratará en Santo Domingo sobre una nueva estrategia evangelizadora para el futuro. La citada Conferencia tendrá como tema «Nueva Evangelización, Promoción humana, Cultura cristiana», poniendo al Redentor del hombre y Señor de la historia en el centro de su programa evangelizador: «Jesucristo ayer, hoy y siempre» (Cf. Heb 13, 8).Ustedes han estudiado esta misma temática en la perspectiva histórica de los quinientos años, fijando la atención en el primer siglo de la gran epopeya misionera realizada en el Continente americano a partir de 1492.

En el terreno de las aportaciones a los estudios históricos, son de alabar las abundantes y apreciadas publicaciones que han sacado a la luz valiosos documentos de los comienzos de la evangelización. Dignos de mención son los dos volúmenes de «Documenta Pontificia ex Registris et Minutis Praesertim in Archivo Secreto Vaticano existentibus» que, con el título « America Pontificia. Primi Saeculi Evangelizationis (1493-1592)», ha publicado el Archivo Secreto Vaticano. Ha sido éste un digno homenaje de la Sede Apostólica a la Historia de la Evangelización de América como lo es también el Pabellón de la Santa Sede en la Exposición Universal de Sevilla.

5. A cuantos sentimos como propia la tarea de evangelizar no puede por menos de producir viva satisfacción examinar el contenido de las actas de los numerosos Concilios y Sínodos que se celebraron en la primera época, como también otros documentos de riquísimo contenido, como las Doctrinas o Catecismos, que fueron centenares y casi todos están escritos en las lenguas de las etnias y países donde los misioneros desarrollaban su misión.

Es también alentador repasar las crónicas sobre la acción misionera, así como los textos que censuraban los abusos y atropellos que, como en toda obra humana, no faltaron. El testimonio de la Escuela de Salamanca representa un encomiable esfuerzo por encauzar la acción colonizadora según principios inspirados en una ética cristiana. Fray Francisco de Vitoria, en sus célebres relecciones sobre los indios sentó los fundamentos filosófico-teológicos de una colonización cristiana. El maestro de Salamanca demostró que indios y españoles eran fundamentalmente iguales en cuanto hombres. Su dignidad humana radicaba en que los indios, por su naturaleza, eran también racionales y libres, creados a imagen y semejanza de Dios, con un destino personal y transcendente, por lo cual podían salvarse o condenarse. Como seres racionales y libres, los indios eran sujetos de los derechos fundamentales inherentes a todo ser humano, y no los perdían por razón de los pecados de infidelidad, idolatría u otras ofensas contra Dios, pues estos derechos se basaban en su naturaleza y condición de hombres.

6. Los indios eran, por consiguiente, verdaderos dueños de sus bienes al igual que los cristianos, y no podían ser desposeídos de los mismos por su incultura. La situación lamentable de muchos indios —añadía Vitoria— se debía en gran parte a su falta de educación y formación humana. Por ello, en virtud del derecho de sociedad y de comunicación natural, los hombres y pueblos mejor dotados, tenían el deber de ayudar a los más atrasados y subdesarrollados. Así justificaba Vitoria la intervención de España en América.

Basándose en estos principios cristianos articuló el sabio dominico un verdadero código de derechos humanos. Con ello sentó los fundamentos del moderno derecho de gentes: derecho a la paz y la convivencia, a la solidaridad y la colaboración, a la libertad de conciencia y a la libertad religiosa. Porque la evangelización era —concluía Vitoria— un medio de promoción humana y suponía el respeto a la libertad, así como la educación de la fe en la libertad.

La doctrina de la Escuela de Salamanca fue en gran parte asumida por las Leyes de Indias, las cuales muestran la inspiración cristiana de la empresa colonizadora, aunque a veces dichas leyes no se cumplieran. Por eso, la así llamada «colonización» no se puede vaciar del contenido religioso que la impregnó o acompañó, ya que la Cruz de Cristo, plantada desde el primer momento en las tierras del Nuevo Mundo, iluminó el camino de los descubridores o colonizadores, como lo prueba la religiosidad que marcó toda su trayectoria y los numerosos escritos de la época, así como los nombres mismos de tantas ciudades y santuarios diseminados por América.

7. Ao falar da cristianização do Novo Mundo, é preciso ressaltar, como o fez este Simpósio, o excepcional trabalho realizado pelas Ordens religiosas. A este propósito, «quero reiterar a avaliação globalmente positiva da actuação dos primeiros evangelizadores que eram, em grande parte, membros de Ordens religiosas. Muitos tiveram de atuar em circunstancias difíceis e, na prática, inventaram novos modos de evangelização, projetados para nações e povos de culturas distintas» (Carta Apostólica Os Caminhos do Evangelho, 4). Seu labor apostólico, impulsionado pelos Papas e dirigido pelos intrépidos Pastores procedentes também do clero secular, como São Turíbio de Mogrovejo, Padroeiro do Episcopado Latino-Americano, foi rico em frutos de santidade. Dele somos herdeiros e chamados a torná-lo vivo e atual na América dos nossos dias. Por isso, é necessário penetrar e aprofundar nas raízes cristãs dos povos americanos, examinando sua trajetória e delineando a identidade do chamado «Continente da Esperança».

Como já assinalei na Encíclica Redemptoris missio, a nossa época «exige um renovado impulso na actividade missionária da Igreja. Os horizontes e as possibilidades da missão alargam-se, e é-nos pedida, a nós cristãos, a coragem apostólica, apoiada sobre a confiança no Espírito. Ele é o protagonista da missão! Na história da humanidade, há numerosas viragens que estimulam o dinamismo missionário, e a Igreja, guiada pelo Espírito, sempre respondeu com generosidade e clarividência» (N. 30.)

8. Não faz muito tempo, foi comemorado o milénio do Batismo da Rus' e da evangelização do povos eslavos. Da mesma forma foi lembrado nestes anos, o primeiro centenário do início das missões nos diversos países da África, Ásia e Oceânia. Estas comemorações foram acontecimentos da Igreja universal, como também o é o V Centenário do inicio da Evangelização da América, feliz efeméride que nos convoca à Nova Evangelização.

Com iniciativas semelhantes à deste Simpósio, «a Igreja, no que lhe concerne, quer vir celebrar este centenário com a humildade da verdade, sem triunfalismos nem falsos pudores; visando somente a verdade, para dar graças a Deus pelos acertos, e tirar do erro motivos para lançar-se com espírito renovado em direcção ao futuro» (Celebração da Palavra em São Domingos, 12 de outubro de 1984).

Antes de concluir este encontro, desejo agradecer a todos vivamente vossa generosa participação nos trabalhos do Simpósio, e vos animo a continuar em vossas tarefas de estudo e de pesquisa, como um serviço à verdade e uma homenagem a tantos homens e mulheres que dedicaram e dedicam suas vidas em prol dos nossos irmãos do continente americano.

Com a minha Bênção Apostólica.



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