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VIAJE APOSTÓLICO A GUATEMALA,
NICARAGUA, EL SALVADOR Y VENEZUELA

DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
DURANTE SU VISITA A LA CATEDRAL
DE LA INMACULADA CONCEPCIÓN DE MARÍA

Managua, miércoles 7 de febrero de 1996

 

1. Agradezco de corazón al Señor Cardenal Miguel Obando Bravo las amables palabras de bienvenida que me ha dirigido, y a todos vosotros, Hermanos Obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas, seminaristas y fieles laicos comprometidos en las tareas de la evangelización, la cordial acogida que me habéis dispensado.

Con gozo tengo la dicha de encontrarme con vosotros en esta visita a la nueva Catedral de la Arquidiócesis. Ya en 1992 había acogido la invitación para inaugurar este primer templo metropolitano; sin embargo, el Señor, que «dispone todas las cosas para bien de los que lo aman» (Rm 8, 28), ha querido que fuera hoy el día en que pudiera visitarlo.

2. Deseo animaros en vuestra tarea pastoral, invitándoos a ser, con alegría, fieles a vuestro compromiso eclesial. Para ello os recuerdo las palabras que os dirigí en mi visita anterior, durante la celebración de la Santa Misa, y que habéis recogido entre los cánones de vuestro II Concilio Provincial: «La unidad de la Iglesia sólo se salva cuando cada uno es capaz de renunciar a ideas, planes y compromisos propios, incluso buenos —cuanto más, cuando carecen de la necesaria referencia eclesial— por el bien superior de la comunión con el Obispo, con el Papa, con toda la Iglesia» (II Concilio Provincial).

Os agradezco vuestra dedicación a la causa del Evangelio y os exhorto a seguir trabajando en comunión afectiva y efectiva con los Obispos, para progresar en la construcción de la unidad de la Iglesia, de modo que, como Esposa de Cristo, aparezca ante el mundo con todo el esplendor de su belleza (cf Ap 21, 2).

3. Cada Catedral es el principal lugar de encuentro y acogida de una Iglesia particular por ser la sede de su Pastor. Es imagen visible y tangible de la comunidad eclesial que la ha edificado, la perpetúa y la refleja. Es signo del Reino de Dios y de su presencia en medio de los hombres. Esta nueva Catedral es también símbolo de la nueva Ciudad surgida de entre las ruinas del terremoto de 1972; su estilo arquitectónico manifiesta con el lenguaje plástico de nuestro tiempo la sólida fe católica del pueblo nicaragüense.

Este templo —corazón de la arquidiócesis de Managua— en el que veneráis con devoción la antigua imagen de «La Sangre de Cristo», traída desde España hace más de tres siglos y que representa a Jesús ofreciendo al Padre en la cruz toda su sangre y toda su humanidad, habéis querido que esté presidido por el Señor Resucitado con la enseña de su victoria sobre el pecado y la muerte. No olvidéis este misterio de la muerte y resurrección cuando el cansancio, la soledad o la incomprensión de los otros pueda rebajar vuestro entusiasmo o hacer vacilar vuestro espíritu. No dudéis de ello: ¡Sois amados por el Señor y su amor os precede y acompaña siempre: su victoria es garantía de la nuestra!

4. Os exhorto también, queridos hermanos, a ser fieles a vuestra vocación, a la respuesta que habéis de dar cada día al llamado de Cristo. Difundid con alegría, compartid con generosidad y defended con firmeza la fe recibida. Quisiera que esta tarde cada uno de vosotros renovase conmigo su consagración a Cristo, recordando que no somos nosotros quienes lo hemos elegido: es Él quien nos ha elegido y nos ha destinado para que demos fruto y nuestro fruto dure (cf Jn 15, 16).

Habéis dedicado esta Catedral a la Inmaculada Concepción de María. Ella es la imagen perfecta de la Iglesia. Que vuestra comunidad cristiana encuentre en María un modelo a imitar y sigáis siempre su ejemplo en la vida personal y en el servicio a los hermanos. Que por su intercesión, Dios os bendiga siempre.

A vosotros hermanos sacerdotes, a vosotras hermanas religiosas y también a los hermanos religiosos, a vosotros seglares entregados a la causa del Evangelio en Nicaragua, muchas gracias.

 



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