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VIAJE APOSTÓLICO A LA REPÚBLICA CHECA

DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
DURANTE LA PLEGARIA ECUMÉNICA
EN LA CATEDRAL DE SAN VITO

Praga, 27 de abril de 1997

 

Amadísimos hermanos en Cristo:

1 «Debemos cooperar en la difusión de la verdad» (cf. 3 Jn 8). Es la recomendación que nos hace la tercera carta de san Juan. En esta plegaria ecuménica, en la que sentimos más intensamente la nostalgia de la unidad, os saludo con estas palabras, que nos llegan a lo más profundo del corazón. Sí, debemos ser los cooperadores de la verdad.

Por desgracia, a pesar de las consignas que Cristo dejó en la última cena, los cristianos nos hemos dividido. Las profundas laceraciones acaecidas en la historia religiosa de Europa interpelan nuestra conciencia. En particular, la interpelan, en este momento, las divisiones que se han producido en la historia de la nación checa.

Gracias a Dios, nos encontramos en un momento de diálogo en la oración, que nos permite reflexionar juntos en la verdad que, como escribí en la encíclica Ut unum sint, «forma las conciencias y orienta su actuación en favor de la unidad » (n. 33).

2. La búsqueda de la verdad hace que nos sintamos pecadores. Nos hemos dividido por causa de incomprensiones mutuas, a menudo debidas a desconfianza, cuando no a enemistad. Hemos pecado. Nos hemos alejado del Espíritu de Cristo.

Precisamente por esto, en la carta apostólica Orientale lumen escribí: «El pecado de nuestra división es gravísimo: siento la necesidad de que crezca nuestra disponibilidad común al Espíritu que nos llama a la conversión (...). Cada día se hace más intenso en mí el deseo de volver a recorrer la historia de las Iglesias, para escribir finalmente una historia de nuestra unidad» (nn. 17-18). La inminencia del tercer milenio exige de todos los cristianos la disponibilidad a realizar, a la luz del Espíritu, un serio examen de conciencia, repasando el discurso de despedida de Cristo en el cenáculo. No podemos menos de sentir la urgencia de llegar, todos juntos, al humilde reconocimiento de la única verdad.

Percibimos que estamos viviendo hoy la hora de la verdad. Este año de preparación inmediata para el gran jubileo, que he querido dedicar a la reflexión sobre Jesucristo, puede constituir, en una perspectiva ecuménica, una ocasión providencial para un encuentro más auténtico y, por consiguiente, más lleno de fuerza unificante, con él, nuestro único Señor y Maestro.

3. ¿No es acaso símbolo de unidad también la espléndida catedral, en la que nos encontramos? Auténtica joya de arte y de fe, fue construida hace más de 650 años por el emperador Carlos IV y el obispo Arnost de Pardubice, que la fundaron para la comunidad eclesial y civil. Aquí descansan santos y reyes. Aquí se conservan los tesoros de la nación —los trofeos de la Corona checa y los tesoros de la Iglesia—, las reliquias de muchos de sus santos.

Dentro de poco iré a orar ante la insigne reliquia de san Adalberto, y ante la tumba de san Wenceslao en la capilla dedicada a él: son los santos de la comunidad cristiana aún indivisa. Me he detenido a orar ante la tumba del cardenal Tomášek, que con su sólida fe contribuyó a mantener viva en cada uno la esperanza, incluso en los momentos más oscuros de la opresión, hasta la liberación de la patria.

Así pues, estamos viviendo la hora de la esperanza.

Esta catedral, en su extraordinaria línea arquitectónica, que se funde con el perfil del castillo de Praga, es el lugar de la tradición eclesial y patriótica, y es el signo de la unidad de la nación.

4. Aquí, desde esta especie de «ciudad situada en la cima de un monte» (cf. Mt 5, 14), me alegra constatar los esfuerzos de acercamiento y de diálogo, que están realizando en esta tierra las diversas Iglesias y comunidades eclesiales para que cicatricen las heridas del pasado.

En mi primera visita, hace siete años, cité «las angustiosas palabras» que escuché de labios del cardenal Beran durante el concilio Vaticano II sobre «el caso del sacerdote bohemio Jan Hus» y expresé el deseo de que se definiera «más exactamente el lugar que Jan Hus ocupa entre los reformadores de la Iglesia, al lado de otras notables figuras reformadoras » (Discurso a los representantes del mundo de la cultura, a los estudiantes y a los líderes de las Iglesias no católicas, n. 5, 21 de abril de 1990: L’Osservatore Romano, edición en lengua española, 29 de abril de 1990, p. 8).

Respondiendo a esa invitación, la comisión ecuménica «Husovská» está trabajando seriamente en la dirección señalada. En este marco cobran particular importancia iniciativas como la Conferencia dedicada a Jan Hus, en Beirut, el año 1993, a la que fue invitado, en representación de la Santa Sede, el cardenal Edward Idris Cassidy, presidente del Consejo pontificio para la promoción de la unidad de los cristianos. Asimismo, sé que el cardenal arzobispo de Praga Miloslav Vlk participa en las reuniones ecuménicas que se celebran cada año el día 6 de julio, aniversario de la infeliz muerte de Jan Hus.

Me parece que es digna de mención también la actividad de la Comisión ecuménica para el estudio de la historia religiosa checa en los siglos XVI y XVII. Impulsada por un espíritu realmente ecuménico, quiere proporcionar instrumentos científicamente válidos para comprender mejor, con espíritu libre de prejuicios, acontecimientos aún no suficientemente esclarecidos, que llevaron en el pasado a desórdenes y excesos en las relaciones entre miembros de las comunidades de la Reforma y católicos.

Por último, tengo presente, con gran consuelo, el esperanzador éxito de las celebraciones ecuménicas de la Palabra, que se celebran anualmente. A ellas acuden representantes de todas las Iglesias y comunidades eclesiales de la República, tanto al comienzo del año, según la iniciativa internacional de la Alianza evangélica, como en la Semana de oración por la unidad de los cristianos. La atmósfera de intenso recogimiento y caridad fraterna, que se suele crear en esas ocasiones, ayuda a sentir aún más fuerte la nostalgia de la única Eucaristía.

5. Este sugestivo encuentro ecuménico es para todos nosotros la hora de la caridad. Espero sinceramente que valgan para cada uno las palabras que el apóstol Juan escribe al desconocido destinatario de su tercera carta: «Querido, te portas fielmente en tu conducta para con los hermanos, y eso que son forasteros. Ellos han dado testimonio de tu caridad en presencia de la Iglesia» (3 Jn, 5-6).

Este texto puede constituir para nosotros un punto luminoso de referencia y un motivo de estímulo para nuestra actividad ecuménica. En efecto, en la caridad es posible pedir juntos perdón a Dios y encontrar la valentía para perdonarse mutuamente las injusticias y los equívocos del pasado, por más grandes y lamentables que hayan sido. Es preciso derribar las barreras de la sospecha y de la desconfianza recíprocas, para edificar la nueva civilización del amor. Ésta nacerá de nuestro compromiso sincero de ser cooperadores en la difusión de la verdad, de la esperanza y del amor. El santo obispo Adalberto hizo de la unidad de su grey la finalidad, el empeño y el tormento de su vida, y tiene el mérito de haber formado en la aspiración a la unidad a los pueblos de Europa, a pesar de su diversidad. Hoy, siguiendo su ideal, repito también desde esta catedral las palabras que dirigí al país, hace dos años, desde Olomouc, cuando en nombre de la Iglesia de Roma pedí perdón por las injusticias infligidas a los no católicos y, al mismo tiempo, quise asegurar el perdón de la Iglesia católica por todo el mal que sufrieron sus hijos: «Ojalá que este día marque un nuevo inicio en el esfuerzo común de seguir a Cristo, su Evangelio, su ley de amor, su anhelo supremo de llegar a la unidad de los creyentes en él» (Homilía en la canonización de Jan Sarkander y Zdislava de Lemberk, n. 5, 21 de mayo de 1995: L’Osservatore Romano, edición en lengua española, 9 de junio de 1995, p. 10).

6. Amadísimos hermanos, queda aún mucho trabajo por realizar; hay oportunidades que no se pueden perder, dones celestiales que se han de aprovechar para responder a lo que el Señor espera de todos y cada uno de los bautizados. Es importante que todas las Iglesias se interesen en la dimensión teológica del diálogo ecuménico y perseveren en un examen leal y serio de las crecientes convergencias. Es preciso buscar la unidad como la quiere el Señor y, por esto, es necesario convertirse cada vez más a las exigencias de su reino. Estamos llamados a ser, a ejemplo del obispo Adalberto, cooperadores de la verdad, de la esperanza y del amor.

Os agradezco, amados hermanos, el hecho de haber compartido esta providencial experiencia de oración. Doy las gracias también al presidente de la República y al primer ministro, al igual que a las personalidades de la vida política y social del país, que han querido estar aquí presentes.

Cristo se encuentra ante nosotros. Él, que nos «amó hasta el extremo», es para todos nosotros manantial inagotable de fuerza, de creativa inspiración ecuménica, de paciencia y de perseverancia. Él es la verdad.

Queridos hermanos, muchas gracias. En nombre de nuestro Señor Jesucristo, Señor de la historia y guía de nuestros corazones, muchas gracias. Que él os bendiga.

 



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