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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LA ASAMBLEA PLENARIA DEL CONSEJO PONTIFICIO
PARA LAS COMUNICACIONES SOCIALES


Viernes 28 de febrero de 1997

 

Eminencias;
excelencias;
hermanos y hermanas en Cristo:

1. Me alegra siempre encontrarme con los miembros, los consultores y el personal del Consejo pontificio para las comunicaciones sociales durante vuestra asamblea plenaria anual. Vuestro Consejo apoya el ministerio del Sucesor de Pedro por lo que respecta a los diversos y dinámicos medios de comunicación social, que están en constante desarrollo, y al papel que desempeñan en la misión de la Iglesia de proclamar el Evangelio de la salvación hasta los confines de la tierra. Os agradezco vuestra cooperación diligente y experta, vuestro apoyo y la caridad pastoral con la que sostenéis la acción de la Iglesia y la de los católicos en el mundo de las comunicaciones.

2. Este año, vuestro encuentro coincide con el comienzo del trienio de preparación para el gran jubileo del año 2000, hacia el que toda la Iglesia está avanzando como en una peregrinación de fe intensamente espiritual. De hecho, esta preparación es el centro de vuestras preocupaciones, particularmente en lo que se refiere a «Comunicar a Jesús: camino, verdad y vida», tema de la Jornada mundial de las comunicaciones sociales de 1997.

Para esa ocasión, he escrito: «El camino de Cristo es el camino de una vida virtuosa, fructífera y pacífica como hijos de Dios, como hermanos y hermanas de la misma familia humana; la verdad de Cristo es la verdad eterna de Dios, que se nos reveló no sólo en el mundo creado, sino también a través de la sagrada Escritura, y especialmente en y a través de su Hijo, Jesucristo, Palabra hecha carne; y la vida de Cristo es la vida de gracia, ese regalo de Dios que nos hace partícipes de su propia vida y capaces de vivir para siempre en su amor. Cuando los cristianos están verdaderamente convencidos de esto, su vida se transforma » (Mensaje para la Jornada mundial de las comunicaciones sociales, 24 de enero de 1997; L’Osservatore Romano, edición en lengua española, 31 de enero de 1997, p. 12).

Este mensaje debe divulgarse cada vez con mayor eficacia, para ayudar a los hombres de nuestro tiempo a evitar o a liberarse del vacío espiritual que abruma el corazón de tantas personas. Tenemos el deber de transmitir esta verdad salvífica a la próxima generación, porque a demasiados jóvenes se les ofrece una inútil y peligrosa dieta de falsas ilusiones, en lugar de su derecho fundamental al verdadero conocimiento del significado y la finalidad de su vida (cf. Gn 25, 29-34). Al cabo de un siglo de extraordinario progreso, pero también de terribles tragedias humanas, la proclamación de Jesucristo —el mismo ayer, hoy y siempre (cf. Hb 13, 8)— no es sólo un deber de obediencia al mandato evangélico, sino también el único modo seguro de responder a la urgente necesidad de discernimiento moral y espiritual, sin el cual las personas y el mismo orden social se ven afectados por la arbitrariedad y la confusión.

3. A lo largo de los años, vuestro Consejo ha logrado un amplio conocimiento y una notable experiencia en el mundo de las comunicaciones sociales. Habéis publicado directrices claras para los pastores de la Iglesia y para quienes trabajan en la prensa, la radio, la televisión, el cine y los demás medios de comunicación. Habéis prestado atención a algunas áreas problemáticas, como en vuestro documento más reciente, publicado precisamente esta semana, sobre la Ética en la publicidad. Habéis procurado recordar a los profesionales de los medios de comunicación su responsabilidad de estar al servicio de la verdad, de defender la dignidad humana y la libertad, y de iluminar las conciencias de sus lectores, oyentes y telespectadores.

En el ámbito de la preparación para el gran jubileo, aliento a vuestro Consejo a seguir elevando el nivel de los medios de comunicación específicamente católicos, y a promover una mejor coordinación y una mayor eficacia. También aprovecho esta oportunidad para agradeceros la labor que realizáis con el fin de ayudar a llevar a vuestros oyentes y telespectadores algunos de los más importantes acontecimientos y ceremonias pontificias, como las misas de Navidad y Pascua, que actualmente siguen cientos de millones de personas en todo el mundo. Doy las gracias a las cadenas radiofónicas y televisivas, así como a las organizaciones patrocinadoras, que permiten la realización de estas citas anuales.

4. En este tiempo tenéis un papel especial que desempeñar, a fin de que toda la Iglesia tome conciencia de la función positiva de los medios de comunicación social para asegurar la correcta celebración del jubileo. El desafío consiste en procurar informar con propiedad al mundo sobre el verdadero significado del jubileo del año 2000, aniversario del nacimiento de Jesucristo. El Jubileo no puede ser un mero recuerdo de un acontecimiento pasado aunque sea extraordinario. Debe ser la celebración de una presencia viva y una invitación a mirar hacia la segunda venida de nuestro Salvador, cuando establezca, de una vez para siempre, su reino de justicia, de amor y de paz. María, que hace dos mil años ofreció al mundo el Verbo encarnado, guíe a los hombres y mujeres que trabajan en los medios de comunicación social hacia Aquel que es «la luz verdadera que ilumina a todo hombre» (Jn 1, 9; cf. Tertio millennio adveniente, 59). Que los dones iluminadores del Espíritu Santo os sostengan y alienten en vuestro trabajo.

 



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