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VIAJE APOSTÓLICO DEL PAPA JUAN PABLO II A AUSTRIA
(19-21 DE JUNIO DE 1998)

DISCURSO DEL SANTO PADRE
A LAS AUTORIDADES Y AL CUERPO DIPLOMÁTICO*


Sábado 20 de junio
de 1998

 

Señor presidente federal;
señor canciller federal;
señoras y señores:

1. Es para mí motivo de gran honor y alegría poder encontrarme hoy con usted, señor presidente federal, así como con los miembros del Gobierno federal y los representantes de la vida pública y política de la República austriaca. Este encuentro subraya una vez más las relaciones de amistad que existen desde hace mucho tiempo entre Austria y la Santa Sede.

Así mismo, podemos experimentar de forma visible que esta concorde y fecunda relación se inserta en la larga red de relaciones diplomáticas que Austria mantiene con diversos Estados en todo el mundo. Doy las gracias a los representantes diplomáticos presentes por su participación y por el honor que de este modo me rinden y les agradezco todo lo que hacen «en el arte de la paz».

Este mismo lugar histórico es especialmente adecuado para tender la mirada, más allá de las fronteras de este país, hacia la Europa que se está unificando y hacia su inserción en la familia de las naciones de todos los continentes. Asimismo, es adecuado para contemplar los problemas que existen en Austria.

2. Mi primera visita pastoral a Austria, en el año 1983, comenzó con las Vísperas dedicadas a Europa y celebradas bajo el signo de la cruz. En esa ocasión el cardenal Franz König dirigió a la asamblea las siguientes palabras: «En nuestro pequeño país, que marca la línea de separación de dos mundos (...), se puede y se debe hablar de Europa».

Seis años después, cuando se derrumbó el muro de Berlín y cayó el telón de acero, parecía que dejaba de existir la línea de separación entre los dos bloques. Desde entonces muchos entusiasmos se han apagado y muchas esperanzas han quedado defraudadas. No basta llenar únicamente las manos de bienes materiales, cuando el corazón del hombre permanece vacío, sin encontrar el sentido de la vida. El hombre no tiene siempre esta conciencia y a menudo prefiere distracciones superficiales, en vez de la verdadera alegría interior. Sin embargo, al final se ve obligado a constatar que no se puede vivir únicamente de pan y diversiones.

3. De hecho, la línea de separación entre los dos bloques no ha desaparecido ni de la realidad económica ni de los corazones humanos. Incluso en un país socialmente ordenado y económicamente próspero como Austria se difunden el desvarío y el miedo al futuro.

¿No es verdad que se han producido insidiosas grietas incluso en la sólida y hasta hoy convalidada estructura de cooperación entre los grupos sociales, que ha contribuido notablemente al bienestar del país y a la prosperidad de la población?

¿No se están difundiendo entre los ciudadanos austriacos, sólo pocos años después del referéndum, el escepticismo y la frustración con respecto a su adhesión a Europa?

4. En la geografía europea, Austria, que durante muchos decenios había sido un país de frontera, se ha convertido en un «país puente». Dentro de pocos días le corresponderá la presidencia de turno del Consejo de la Unión europea. Por eso, Viena, en el pasado centro focal de la historia europea, se transformar á en el centro de muchas esperanzas para los países que están tramitando su entrada en la Unión europea. Espero que se den los pasos necesarios para acercar el este y el oeste del continente: los dos pulmones que Europa necesita para poder respirar.

La diversidad de las tradiciones orientales y occidentales promoverá la cultura europea y constituirá, a través de la memoria y el intercambio recíproco, una base para la anhelada renovación espiritual. Por eso, más que de una «ampliación hacia el este», se debería hablar de una «europeización» de toda el área continental.

5. Permitidme profundizar en este pensamiento. Al comienzo de mi pontificado invité a los fieles reunidos en Roma, en la plaza de San Pedro, a abrir las puertas a Cristo (cf. Homilía, 22 de octubre de 1978). Hoy, en esta ciudad tan importante desde el punto de vista histórico, cultural y religioso, repito mi llamamiento al viejo continente: «Europa, abre las puertas a Cristo».

Esta exhortación no nace de una fantasía soñadora; se funda en un realismo abierto a la esperanza. En efecto, la cultura, el arte, la historia y el presente de Europa han sido forjados, y lo siguen siendo, por el cristianismo, hasta el punto de que ni siquiera hoy existe una Europa completamente secularizada o incluso atea. No sólo lo atestiguan las iglesias y los monasterios en muchos países europeos, las capillas y las cruces plantadas a la vera de los caminos europeos, las oraciones y los cantos cristianos en todas las lenguas del continente. Más claramente aún lo confirman los numerosos testigos vivos: hombres y mujeres que buscan, preguntan, creen, esperan y aman; los santos del pasado y del presente.

6. No conviene olvidar que la historia europea está íntimamente vinculada con la historia del pueblo del que procede el Señor Jesús. Al pueblo judío le han infligido en Europa inauditos sufrimientos y no podemos afirmar que todas las raíces de esas injusticias han sido arrancadas. Por tanto, la reconciliación con los judíos forma parte de los deberes fundamentales de los cristianos en Europa.

7. Los constructores de la nueva Europa deberán afrontar otro gran desafío: el de crear un espacio global europeo de libertad, de justicia y de paz, en lugar de la isla de bienestar occidental del continente. Los países más ricos inevitablemente deberán afrontar sacrificios concretos para nivelar poco a poco la brecha inhumana del bienestar existente en Europa. Hace falta una ayuda espiritual para proseguir la construcción de las estructuras democráticas y su consolidación, y para promover una cultura de la política y las condiciones justas del Estado de derecho. Para este esfuerzo la Iglesia ofrece como orientación su doctrina social, centrada en la solicitud y en la responsabilidad por el hombre, encomendado a ella por Cristo: «No se trata del hombre .abstracto., sino del hombre real, concreto e histórico (...) que la Iglesia no puede abandonar » (Centesimus annus, 53).

8. En este contexto está implicado el mundo entero, que se está transformando cada vez más en una «aldea global». No por casualidad hoy muchos expertos, que se ocupan del desarrollo económico de grandes dimensiones, hablan de globalización. El hecho de que las regiones de la tierra se están relacionando económicamente entre sí no debe significar automáticamente una globalización en la pobreza y en la miseria, sino ante todo una globalización en la solidaridad.

Estoy convencido de que Austria no sólo contribuirá al proceso de globalización por motivos políticos o económicos, sino, principalmente, por los vínculos que unen su población a las otras naciones, como lo ha demostrado su ejemplar compromiso en favor de sus hermanos necesitados del sureste de Europa, así como su ayuda constante a los países en vías de desarrollo. Quisiera recordar, asimismo, la disponibilidad de Austria a acoger las poblaciones de otros países privadas de la libertad de religión, de la libertad de opinión y del respeto a la dignidad humana. También numerosos compatriotas míos os deben mucho a causa de lo que habéis hecho en el pasado por ellos. Permaneced fieles a las buenas tradiciones de vuestro país. Conservad también en el futuro la disponibilidad a acoger a los extranjeros que se ven obligados a salir de su patria.

9. Con este deseo, quiero hablar ahora de una cuestión que resulta cada vez más urgente. No sólo vosotros, que vivís en este país y sois responsables de él, debéis afrontar un problema que aflige cada vez más el corazón de las personas, de enteras familias y clases sociales. Me refiero a la creciente exclusión de muchos, especialmente jóvenes y personas maduras, del derecho al trabajo.

El mercado laboral, condicionado por la competencia económica, incluso con balances positivos, no progresa. Por eso, considero deber mío hacerme portavoz de los más débiles, subrayando: el hombre como persona es el sujeto del trabajo. También en el actual mundo del trabajo debe hacerse espacio a los débiles, los menos dotados, los ancianos y los minusválidos, así como a tantos jóvenes que no tienen la posibilidad de acceder a una formación adecuada. En la época de la técnica sofisticada no hay que olvidar nunca al hombre. En la valoración y la retribución de su trabajo deben influir, además del producto evaluado objetivamente, también el esfuerzo y el empeño, la fidelidad y la honradez.

10. Con esto me acerco al último tema que me interesa. Uno de los objetivos de mi pontificado consiste en construir una «cultura de la vida» para hacer frente a la «cultura de la muerte» en expansión. Por eso, estoy promoviendo incansablemente la defensa incondicional de la vida humana desde el instante de su concepción hasta su muerte natural. La legalización del aborto dentro de los primeros tres meses, vigente en Austria, sigue siendo una herida sangrante en mi corazón.

Está, además, el problema de la eutanasia. También la muerte forma parte de la vida. Todo hombre tiene derecho a morir de modo digno según la voluntad de Dios. Quien piensa privar al hombre de este derecho le está quitando la vida. El valor de cada persona es tan grande que no se puede pagar con dinero. Por eso, nunca se debe sacrificar ni por una ilimitada autonomía privada ni por los condicionamientos de orden social o económico. Las personas mayores recuerdan, no sólo por los libros de historia, los capítulos oscuros escritos en el siglo XX también en este país. Si nos alejamos de la ley de Dios, ¿quién nos garantiza que, en alguna ocasión, una autoridad humana no llegue de nuevo a reivindicar el derecho a decidir sobre el valor o no valor de una fase de la vida humana?

11. Señor presidente federal; señoras y señores, los temas de las reflexiones que he querido proponeros hoy han sido: la fidelidad a la patria y la apertura a la Europa vinculada a la historia y disponible al futuro.

Evocando con gratitud y orgullo el gran tesoro del cristianismo, os pido que acojáis este patrimonio como una propuesta que la Iglesia viva quiere presentar al final del segundo milenio cristiano. Nadie pretende considerar la universalización de este patrimonio como una victoria o como una confirmación de superioridad. Profesar ciertos valores significa solamente comprometerse a cooperar en la construcción de una verdadera comunidad humana universal: una comunidad en la que no haya líneas de separación entre mundos diversos.

También de nosotros, los cristianos, dependerá que Europa, con sus aspiraciones terrenas, se cierre en sí misma, en sus egoísmos, renunciando a su vocación y a su misión histórica, o que recupere su alma mediante la cultura de la vida, del amor y de la esperanza.

A Austria corresponde una misión de puente en el corazón de Europa.

Mi reflexión sobre el hombre y esta constatación no son abstractas, sino concretas: os deseo gran entereza en el cumplimiento de vuestra misión de puente.


*L'Osservatore Romano. Edición semanal en lengua española, n. 26, p.10 (p.370).

 



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