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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS OBISPOS DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL
DE HAITÍ EN VISITA "AD LIMINA"


Viernes 14 de septiembre de 2001

 

Queridos hermanos en el episcopado: 

1. Me alegra acogeros, obispos de la Iglesia católica en Haití, mientras realizáis vuestra visita ad limina. Llenos de gratitud a Jesucristo, que os da la fuerza y os ha considerado dignos de ejercer vuestro ministerio (cf. 1 Tm 1, 12), habéis venido a confirmar los vínculos de comunión que os unen al Sucesor de Pedro. Deseo que estos momentos de encuentro con el Papa y sus colaboradores, alimentados con una intensa oración de acción de gracias, consoliden los vínculos de unidad en el seno de vuestra Conferencia episcopal y os conforten en vuestra entrega al servicio del pueblo de Dios. Que el Espíritu Santo haga fecunda vuestra peregrinación a las tumbas de los apóstoles san Pedro y san Pablo, para que renovéis vuestro impulso misionero.

"Tenemos presentes ante nuestro Dios y Padre la obra de vuestra fe, los trabajos de vuestra caridad, y la tenacidad de vuestra esperanza en Jesucristo nuestro Señor" (1 Ts 1, 3). Con este saludo del apóstol san Pablo, quiero hacerme eco de las amables palabras que acaba de dirigirme monseñor Hubert Constant, obispo de Fort-Liberté y nuevo presidente de vuestra Conferencia episcopal, haciéndome partícipe de vuestras alegrías y preocupaciones. Cuando volváis a Haití, decid a los sacerdotes de vuestras diócesis, a los religiosos, a las religiosas, a los catequistas y a los fieles laicos, especialmente a los jóvenes, que el Papa ora por ellos y los acompaña en las duras batallas que tienen que librar para anunciar el Evangelio y promover una humanidad renovada según el corazón de Dios. Que su fe esté cada vez más arraigada en la palabra de Cristo, fortalecida por los sacramentos de la Iglesia y sostenida por la enseñanza de sus pastores. Que no flaquee su esperanza, encontrando en el misterio pascual la seguridad de que las fuerzas de muerte no tendrán jamás la última palabra de la historia.

2. Vuestros informes quinquenales reflejan la dramática situación política y económica de Haití. El notable aumento de la población y la precariedad de la coyuntura agrícola e industrial han causado un desempleo endémico, impulsando a numerosos habitantes del campo hacia las ciudades. Este éxodo altera el equilibrio ecológico y debilita a la familia, célula vital de la sociedad. En este marco, los católicos están llamados a participar activamente en la puesta en práctica de una audaz política de desarrollo, respetando los derechos fundamentales de todos los haitianos; es de esperar asimismo que la comunidad internacional se muestre solidaria también en este campo, para ayudar a las poblaciones afectadas por la miseria. Aliviar la pobreza representa en Haití el mayor desafío, pero también obliga a la Iglesia a interrogarse sobre la manera de proponer la fe y testimoniar la esperanza. En efecto, el sentimiento religioso de los fieles necesita ser evangelizado continuamente, puesto que el sincretismo y la ignorancia de los cristianos proporcionan un terreno favorable a la proliferación de grupos sectarios que tratan de explotar la credulidad de los más pobres.

A lo largo de estos años dolorosos no habéis dejado de denunciar todo lo que envilece la dignidad del hombre en su legítima búsqueda de amor, justicia, verdad y libertad, manifestando así vuestro compromiso perseverante y el de vuestras comunidades al lado del pueblo a menudo desamparado. Os invito a desarrollar cada vez más la caridad pastoral y el espíritu misionero que os animan. Con vuestras intervenciones constantes y vuestra presencia activa en las diócesis preocupaos siempre de la edificación de las comunidades eclesiales y del bien común de la sociedad.

3. En la difícil situación del país, son numerosos los gérmenes de división. Por eso es esencial lograr que la comunión sea cada vez más fuerte y visible. Desde esta perspectiva, ya recordé que sus expresiones deben sostenerse y extenderse en el entramado de la vida de cada Iglesia, particularmente en las relaciones entre los obispos, los sacerdotes y los diáconos, entre los pastores y todo el pueblo de Dios, entre el clero diocesano y los religiosos, entre las asociaciones y los movimientos eclesiales (cf. Novo millennio ineunte, 45). Os aliento a buscar caminos nuevos para que la Iglesia en Haití se convierta en una casa y en una escuela de comunión.

Corresponde a vuestra Conferencia episcopal favorecer, mediante una reflexión teológica y propuestas pastorales continuas, el arraigo de esta espiritualidad de comunión en vuestra cultura, al servicio de la edificación de comunidades cristianas verdaderamente misioneras. En la inculturación, la Iglesia llega a ser un "signo más comprensible de lo que es e instrumento más apto para la misión" (Redemptoris missio, 52). Con una colaboración cada vez más intensa entre los diversos agentes eclesiales, impulsad la caridad pastoral que os anima, sacando la fuerza apostólica de la fuente del amor trinitario.

4. En esta perspectiva, os invito hoy a que toméis la promoción del laicado como una de vuestras prioridades pastorales. Para ello es necesario proponer una sólida formación espiritual, intelectual y eclesial a los laicos, a fin de que puedan actuar en la vida pública, orientándola siempre hacia el bien común. Confirmad a los fieles laicos en su vocación de encarnar los valores evangélicos en los diversos ambientes de la vida familiar, social, profesional, cultural y política, para que no abandonen los lugares donde son invitados a testimoniar su fe. Doy gracias por las numerosas personas que colaboran con generosidad y competencia en los organismos caritativos, nacionales e internacionales. Testimonian con celo que la Iglesia desea comprometerse cada vez más entre los pobres, recordando que "en la persona de los pobres hay una presencia especial de Cristo, que impone a la Iglesia una opción preferencial por ellos" (Novo millennio ineunte, 49).

Saludo afectuosamente a los catequistas, colaboradores valiosos, invitándolos a proseguir sin desanimarse su misión insustituible de consolidación de la fe de los fieles y de transmisión de puntos de referencia y de valores evangélicos, sobre todo entre los jóvenes. Deseo vivamente que reciban una formación teológica sólida, para responder plenamente a su vocación cristiana de anunciar la verdad de Cristo Salvador. Asimismo, con su ejemplo de vida cristiana inspirada en la caridad de Cristo han de ser auténticos testigos del Evangelio, arraigando su servicio eclesial en una meditación asidua de la palabra de Dios y en la recepción regular de los sacramentos.

Insistid en la necesidad de desarrollar una pastoral familiar vigorosa para responder a los nuevos desafíos que debe afrontar la Iglesia en Haití. También es importante suscitar y animar una pastoral familiar de cercanía, que ayude a las personas a descubrir la belleza y la grandeza de la vocación al amor y al servicio de la vida. Centrando esta pastoral en los valores esenciales de la familia y del matrimonio cristiano, sostened los esfuerzos de los sacerdotes y los agentes pastorales, para que susciten en las personas el interés por el testimonio insustituible de la familia, escuela fundamental de la vida social. Que alienten en particular a los padres a educar a sus hijos en el sentido de la justicia verdadera y del amor auténtico, que implica la atención sincera y el servicio desinteresado a los demás, en particular a las personas más necesitadas (cf. Familiaris consortio, 37).

5. En una sociedad marcada por el egoísmo, los jóvenes deben seguir siendo objeto de vuestra solicitud constante. Con frecuencia sienten la tentación de responder con la violencia, la marginación, el exilio o la resignación a las escandalosas desigualdades que los privan de perspectivas de futuro y destruyen su esperanza. Espero que se tomen cada vez más en cuenta los interrogantes legítimos de las nuevas generaciones, que tendrán que hacerse cargo del patrimonio multiforme de valores, deberes y aspiraciones de la nación a la que pertenecen.

Os invito a intensificar una pastoral de los jóvenes que les ayude a desarrollar su vida interior y eclesial, y a construir una sociedad justa, reconciliada y solidaria. Transmitid a los jóvenes de Haití la exhortación que el Papa les dirige:  Queridos jóvenes, vosotros sois el presente y el futuro de la sociedad y de la Iglesia en Haití, que cuentan con vosotros. Sed la sal de la tierra, dad el gusto del Evangelio a vuestro país herido por tantos años de sufrimiento. Enraizados en Cristo, que indica el camino de la vida entregada por la salvación de todos, testimoniad que un mundo nuevo es posible. Sed la luz del mundo, brillad más que la noche, como los centinelas de la aurora que anuncian la llegada del día, Cristo resucitado (cf. Mensaje para la XVII Jornada mundial de la juventud, 25 de julio de 2001, n. 3).

La Iglesia ha considerado siempre que la educación constituye un terreno insustituible para el sano crecimiento de las generaciones jóvenes, contribuyendo a hacer que se respeten sus derechos humanos fundamentales. En efecto, "nunca será posible liberar a los indigentes de su pobreza si antes no se los libera de la miseria debida a la carencia de una educación digna" (Ecclesia in America, 71). Para combatir el azote del analfabetismo y asegurar a los jóvenes una formación humana, espiritual y moral, las escuelas católicas, con la rica diversidad de sus carismas y proyectos pedagógicos, brindan un servicio esencial a la vida de la Iglesia y de la nación.

Agradezco a las comunidades educativas su compromiso al servicio del desarrollo integral de los jóvenes que se les han confiado. Las animo a proseguir su noble misión, deseando que la educación cristiana que promueven haga madurar los frutos de una cultura basada en el respeto mutuo, la solidaridad y el diálogo, para sanar las fracturas sociales que impiden todavía el desarrollo pleno de todos los haitianos.

6. Queridos hermanos en el episcopado, llevad a todos los sacerdotes de vuestras diócesis la profunda gratitud del Papa por la dedicación a su ministerio de pastores, evangelizadores y animadores de la comunión eclesial. Sé que están atentos a los problemas y a las esperanzas de su pueblo. Conozco las condiciones difíciles en las que tienen que anunciar el Evangelio. Sostenedlos en su ministerio y estad cerca de ellos, preocupándoos de su vida espiritual y material, para que realicen con celo su tarea apostólica, a través de su presencia activa en las parroquias y su vida sencilla.

Exhorto a los sacerdotes a recomenzar sin cesar desde Cristo, para encontrar en él la fuente de la fecundidad misionera de su ministerio y responder a la sed espiritual de los haitianos. Es necesario que la oración personal y la meditación de la palabra de Dios alimenten diariamente su apostolado.

La celebración de la Eucaristía debe ser verdaderamente el corazón de su ministerio, recordándoles también que han sido ordenados para el servicio de una única misión, en comunión con su obispo y en la unidad del presbiterio. Por último, es importante que testimonien gozosamente su entrega cada vez más incondicional a Cristo y a su Iglesia, respetando las exigencias del celibato eclesiástico, que han aceptado libremente.

7. Las comunidades eclesiales de base han de ser objeto de una atención renovada por parte de los sacerdotes. Viviendo realmente en la unidad de la Iglesia, son "verdadera expresión de comunión e instrumento para edificar una comunión más profunda" (Redemptoris missio, 51). Por eso exhorto a los pastores a seguir velando para que esas comunidades sean verdaderamente misioneras, evitando todo aislamiento cobarde y toda apropiación indebida de identidad o de partido. Dando prueba de discernimiento y espíritu apostólico, también deberán interesarse por construir el Cuerpo de Cristo y acoger todos los dones del Espíritu.

Queridos hermanos en el episcopado, sabéis que la santidad de vida de los sacerdotes, de los consagrados y de los laicos es un fuerte testimonio para los jóvenes que quieren responder a la llamada de Cristo, disponiéndose a servir a la Iglesia como sacerdotes, religiosos o religiosas. La generosidad de estos jóvenes constituye para la Iglesia en Haití un inmenso motivo de esperanza y alegría. Como primeros responsables de la formación sacerdotal, tenéis que velar por la acogida, el acompañamiento y el discernimiento de las vocaciones presbiterales. Es necesario, por tanto, elegir con cuidado a los formadores y directores espirituales del seminario. Al ayudar a los seminaristas a fundar su vida en Cristo, les permitirán llegar a ser auténticos servidores de la comunión y mantenerse como instrumentos de la misericordia del Señor en medio de su pueblo, plenamente conscientes de que "no se puede nunca considerar la vida sacerdotal como una promoción simplemente humana, ni la misión del ministro como un simple proyecto personal" (Pastores dabo vobis, 36). Queridos hermanos en el episcopado, apoyad con vuestra oración y vuestra cercanía afectuosa a la comunidad del seminario mayor. Así, no sólo la ayudaréis a vivir su inserción en la Iglesia particular, en comunión con vosotros, sino que también confirmaréis y contribuiréis a la finalidad pastoral que caracteriza la formación de los candidatos al sacerdocio.

8. Saludo especialmente, por medio de vosotros, a las congregaciones y los institutos de vida consagrada presentes en vuestro país. Testigos y protagonistas de la evangelización en Haití desde hace muchos años, hacen presente a Cristo en los campos más variados, principalmente en la educación, la sanidad y la promoción social. Es necesario que se desarrollen cada vez más los vínculos de comunión que unen la Conferencia episcopal con los organismos diocesanos y nacionales de vida consagrada, en particular con la Conferencia haitiana de religiosos. Os invito asimismo a reflexionar en las condiciones concretas de apoyo espiritual y asistencia material a las congregaciones religiosas nacidas en vuestra tierra, cuyos carismas corresponden a necesidades profundas de la Iglesia. Al permitir que se estime, promueva e integre la vida consagrada en la pastoral de vuestras Iglesias diocesanas, ayudaréis a los fieles y a los pastores a descubrir su presencia indispensable para la vitalidad eclesial.

9. Queridos hermanos en el episcopado, al término de este encuentro deseo expresaros de nuevo mi cercanía espiritual a la Iglesia de Haití. Al comienzo del tercer milenio, ha llegado la hora de testimoniar con audacia la esperanza que está en vosotros, realizando en la unidad, con vuestra vida de santidad y vuestras iniciativas pastorales, el vínculo estrecho que existe, en el misterio pascual, entre el anuncio del Evangelio y la promoción del hombre. Teniendo en cuenta que en el año 2004 se celebrará el bicentenario de la independencia de vuestro país, quiero dirigirme a todas vuestras comunidades:  "Iglesia en Haití, rica en la fe y el dinamismo de tus pastores y tus comunidades, valiente en las pruebas, renueva tu confianza en Cristo Salvador. Para remar mar adentro, abre tu corazón al Espíritu, que quiere hacer en ti nuevas todas las cosas".

Encomendando todas vuestras diócesis a la intercesión de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro, os imparto de corazón una afectuosa bendición apostólica, que extiendo a vuestros sacerdotes, a los religiosos, a las religiosas, a los catequistas y a todos los fieles laicos de Haití.

 



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