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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS JÓVENES DE LA DIÓCESIS DE ROMA
Y DE LAS DIÓCESIS DEL LACIO


Jueves 10 de abril de 2003

 

Amadísimos jóvenes: 

1. También este año nos reunimos para celebrar un encuentro de oración y de fiesta, con ocasión de la Jornada mundial de la juventud.

Saludo al cardenal vicario, al que agradezco las palabras que me ha dirigido al inicio; a los demás cardenales y obispos presentes, y a vuestros sacerdotes y educadores.

Saludo a los muchachos que me han hablado en nombre de los demás y también me han ofrecido regalos significativos, y a cada uno de vosotros, amadísimos jóvenes, chicos y chicas, de Roma y de las diócesis del Lacio, reunidos aquí. Saludo también la lluvia, que nos ha acompañado fielmente, luego ha cesado un poco, pero parece que vuelve ahora.

Saludo, además, a los participantes en el encuentro sobre las Jornadas mundiales de la juventud organizado por el Consejo pontificio para los laicos y, juntamente con ellos, a las delegaciones de los jóvenes de Toronto y de Colonia, a los artistas y a los testigos que hoy comparten este momento.

2. "He ahí a tu Madre" (Jn 19, 27). Son las palabras de Jesús que elegí como tema de esta XVIII Jornada mundial de la juventud.

Habiendo llegado la "hora", Jesús, desde la cruz, entrega al discípulo Juan a María, su Madre, convirtiéndola, a través del discípulo amado, en Madre de todos los creyentes, Madre de todos nosotros. A cada uno de nosotros nos dice Jesús:  He ahí a María, mi Madre, que desde hoy es también tu Madre.

Preguntémonos:  ¿quién es esta Madre? Para comprenderlo mejor os aconsejo que leáis, en este Año del Rosario, todo el magnífico capítulo VIII de la constitución dogmática Lumen gentium del concilio Vaticano II. María "cooperó de manera totalmente singular a la obra del Salvador con su obediencia, su fe, su esperanza y su ardiente caridad, para restablecer la vida sobrenatural de las almas. Por esta razón es nuestra madre en el orden de la gracia" (n. 61). Y esta maternidad sobrenatural continuará hasta la vuelta gloriosa de Cristo.

Ciertamente, él, Jesucristo, es el único Redentor. Él es el único Mediador entre Dios y los hombres. Sin embargo —como enseña el Concilio—, María coopera y participa en su obra de salvación. Ella es, por tanto, una Madre hacia la que debemos tener una profunda y verdadera devoción, una devoción profundamente cristocéntrica, más aún, arraigada en el mismo misterio trinitario de Dios.

3. «"He ahí a tu Madre". Y desde aquel momento —prosigue el evangelio— el discípulo la acogió en su casa» (Jn 19, 27).

Acoger a María en su casa, en su existencia, es privilegio de todo fiel. Lo es, sobre todo, en los momentos difíciles, como son los que también vosotros, jóvenes, vivís a veces en este período de vuestra vida. Recuerdo que, cuando era joven y trabajaba en el taller químico, encontré estas palabras:  Totus tuus. Y con la fuerza de estas palabras pude caminar a través de la terrible guerra, a través de la terrible ocupación nazi y luego también a través de las demás experiencias difíciles de la posguerra. A todos se ofrece la posibilidad de acoger a María en la propia casa, en la propia existencia.

Hoy, por estos motivos, os quiero encomendar a María. Queridos jóvenes, os lo digo por experiencia, ¡abridle a ella las puertas de vuestra existencia! No tengáis miedo de abrir de par en par las puertas de vuestro corazón a Cristo a través de ella, que quiere llevaros a él, para que seáis salvados del pecado y de la muerte. Ella os ayudará a escuchar su voz y a decir sí a todo proyecto que Dios piensa para vosotros, para vuestro bien y para el de la humanidad entera.

4. Os encomiendo a María mientras ya estáis idealmente en camino hacia la Jornada mundial de la juventud de Colonia. Los jóvenes de Toronto acaban de traer a este atrio la cruz del Año santo. Desde Toronto a Colonia:  el domingo próximo, domingo de Ramos, la entregarán a sus amigos de Colonia. Dos jóvenes de Roma, en cambio, han puesto al pie de la cruz el icono de María, que veló por los "centinelas de la mañana" de Tor Vergata durante la inolvidable Jornada mundial de la juventud del año 2000. ¡Tor Vergata! Para que sea siempre evidente, también de forma visible, que María es una poderosísima Madre que nos conduce a Cristo, deseo que el próximo domingo, a los jóvenes de Colonia, además de la cruz, se les entregue también este icono de María y que, junto con la cruz, de ahora en adelante ella vaya en peregrinación por el mundo para preparar las Jornadas de la juventud.

Mientras esperáis el encuentro con los jóvenes de todo el mundo en Colonia, permaneced con María en un clima de oración y de escucha interior del Señor. Por este motivo, deseo también que esa Jornada se prepare desde hoy con la oración constante que deberá elevarse desde toda la Iglesia y, en particular, en Italia, desde cuatro lugares significativos:  el santuario mariano de Loreto y el de la Virgen del Rosario de Pompeya; aquí, en Roma, el Centro juvenil San Lorenzo, que desde hace veinte años, muy cerca de la basílica de San Pedro, acoge a los jóvenes peregrinos que vienen a visitar la tumba de san Pedro; y la iglesia de Santa Inés en Agone, en la plaza Navona, donde desde el Año santo 2000, todos los jueves por la noche, los jóvenes pueden encontrar un oasis de oración ante la Eucaristía y la posibilidad de recibir el sacramento de la confesión.

5. Pensando desde ahora en la Jornada mundial de la juventud de Colonia, deseo dar gracias a Dios, una vez más, por el don de las Jornadas mundiales de la juventud. En estos veinticinco años de pontificado se me ha concedido la gracia de reunirme con los jóvenes de todas las partes del mundo, sobre todo con ocasión de esas Jornadas. Cada una de ellas ha sido un "laboratorio de la fe", donde se han encontrado Dios y el hombre, donde cada joven ha podido decir:  "Tú, oh Cristo, eres mi Señor y mi Dios". Han sido auténticas escuelas de crecimiento en la fe, de vida eclesial y de respuesta vocacional.

Y, ciertamente, podemos decir también que cada Jornada se ha caracterizado por el amor materno de María, del que ha sido elocuente imagen la solicitud amorosa y materna de la Iglesia por la regeneración de los jóvenes. ¡Vuelve la lluvia!Nosotros, los jóvenes, te amamos, lluvia.

6. "He ahí a tu Madre" (Jn 19, 27), Reina de la paz. Responder a esta invitación, acogiendo a María en vuestra casa, significará también comprometeros en favor de la paz. En efecto, María, Reina de la paz, es una madre y, como toda madre, tiene un único deseo para sus hijos:  verlos vivir serenos y en paz entre sí. En este momento convulso de la historia, mientras el terrorismo y las guerras amenazan la concordia entre los hombres y las religiones, deseo encomendaros a María para que os convirtáis en promotores de la cultura de la paz, hoy más necesaria que nunca.

Mañana se cumple el 40° aniversario de la publicación de la encíclica Pacem in terris del beato Juan XXIII. Sólo comprometiéndonos a construir la paz sobre los cuatros pilares:  la verdad, la justicia, el amor y la libertad, tal como nos enseña la Pacem in terris, será posible impulsar la cooperación entre las naciones y armonizar los intereses, diferentes y opuestos, de culturas e instituciones. ¡Reina de la paz, ruega por nosotros!Unas pocas palabras más, y luego os dejo.Estas pocas palabras son sobre el rosario.

7. El rosario es una "dulce cadena que nos une a Dios". ¡Llevadlo siempre con vosotros! El rosario, rezado con inteligente devoción, os ayudará a asimilar el misterio de Cristo, para aprender de él el secreto de la paz y convertirla en proyecto de vida.

Lejos de ser una huida de los problemas del mundo, el rosario os impulsará a mirarlos con responsabilidad y generosidad, y os permitirá encontrar la fuerza para afrontarlos con la certeza de la ayuda de Dios y con el firme propósito de testimoniar en cada circunstancia "la caridad, "que es el vínculo de la perfección" (Col 3, 14)" (cf. Rosarium Virginis Mariae, 40).

Con estos sentimientos, os exhorto a proseguir vuestro camino de vida, a lo largo del cual os acompaño con mi afecto y mi bendición. Esta mañana he celebrado la misa con la intención de obtener la bendición de Dios para este encuentro con los jóvenes de Roma y del Lacio.


Acto de consagración a María

 

"He ahí a tu Madre" (Jn 19, 27).
Es Jesús, oh Virgen María,
quien desde la cruz
nos quiso encomendar a ti,
no para atenuar,
sino para reafirmar
su papel exclusivo de Salvador del mundo.

Si en el discípulo Juan
te han sido encomendados
todos los hijos de la Iglesia,
mucho más me complace
ver encomendados a ti, oh María,
a los jóvenes del mundo.

A ti, dulce Madre,
cuya protección he experimentado siempre,
esta tarde los encomiendo de nuevo.
Bajo tu manto,
bajo tu protección,
todos buscan refugio.

Tú, Madre de la divina gracia,
haz que resplandezcan con la belleza de Cristo.
Son los jóvenes de este siglo,
que en el alba del nuevo milenio
viven aún los tormentos que derivan del pecado,
del odio, de la violencia,
del terrorismo y de la guerra.

Pero son también los jóvenes a quienes la Iglesia
mira con confianza, con la certeza
de que, con la ayuda de la gracia de Dios,
lograrán creer y vivir
como testigos del Evangelio
en el hoy de la historia.

Oh María,
ayúdales a responder a su vocación.
Guíalos al conocimiento del amor verdadero
y bendice sus afectos.
Sostenlos en el momento del sufrimiento.
Conviértelos en anunciadores intrépidos
del saludo de Cristo
el día de Pascua:  ¡La paz esté con vosotros!

Juntamente con ellos,
también yo me encomiendo
una vez más a ti,
y con afecto confiado te repito: 
Totus tuus ego sum!
¡Soy todo tuyo!

Y también cada uno de ellos,
conmigo, te dice: 
Totus tuus!
Totus tuus!

Amén.



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