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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS OBISPOS DE RITO LATINO DE CALCUTA,
GUWAHATI, IMPHAL Y SHILLONG EN VISITA "AD LIMINA"


Viernes 23 de mayo de 2003

 

Queridos hermanos en el episcopado: 

1. Al comenzar esta serie de visitas ad limina de los obispos de rito latino de la India, os doy una cordial bienvenida a vosotros, pastores de las provincias eclesiásticas de Calcuta, Guwahati, Imphal y Shillong. Juntos damos gracias a Dios por las bendiciones concedidas a la Iglesia en vuestro país, y recordamos las palabras de nuestro Señor a sus discípulos cuando ascendió al cielo:  "He aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo" (Mt 28, 20). En este tiempo de Pascua, estáis aquí, ante las tumbas de san Pedro y san Pablo, para expresar una vez más vuestra relación particular con la Iglesia universal y con el Vicario de Cristo.

Agradezco al arzobispo Sirkar los afectuosos sentimientos y los buenos deseos que me ha transmitido de parte del Episcopado, del clero, de los religiosos y de los fieles laicos de las provincias eclesiásticas aquí representadas. Por gracia de Dios pude visitar vuestro país en dos ocasiones, y experimenté personalmente la cordial hospitalidad india, que forma parte de la rica herencia cultural que caracteriza a vuestra nación. Desde los albores del cristianismo, la India ha celebrado el misterio de la salvación contenido en la Eucaristía, que os une místicamente con otras comunidades de fe en la "contemporaneidad" del sacrificio pascual (cf. Ecclesia de Eucharistia, 5). Pido al Señor que los fieles de la India sigan creciendo en la unidad, a la vez que su participación en la celebración de la misa los fortalece y los confirma en sus propósitos.

2. Debemos tener siempre presente que "la Iglesia evangeliza por obediencia al mandato  de Cristo, consciente de que toda persona tiene el derecho de escuchar la buena nueva de Dios, que se revela y se da en Cristo" (Ecclesia in Asia, 20). Durante siglos los católicos de la India han continuado la obra esencial de la evangelización, especialmente en los campos de la educación y de los servicios sociales, ofrecidos generosamente tanto a los cristianos como a los no cristianos. En algunas partes de vuestra nación el camino hacia una vida en Cristo es aún muy arduo. Es desconcertante que algunos que desean hacerse cristianos se vean obligados a obtener el permiso de las autoridades locales, mientras que otros han perdido su derecho a la asistencia social y al subsidio familiar. Algunos, incluso, han sido excluidos o expulsados de sus aldeas. Por desgracia, ciertos movimientos fundamentalistas están creando confusión entre los mismos católicos y también cuestionan directamente cualquier intento de evangelización. Espero que, como guías en la fe, no os desaniméis por estas injusticias, sino que, más bien, sigáis influyendo en la sociedad para que se inviertan esas tendencias alarmistas.

Conviene notar asimismo que los obstáculos a la conversión no siempre son externos, sino que pueden surgir también dentro de vuestras comunidades. Esto sucede cuando los miembros de otras religiones ven desacuerdo, escándalo y desunión en el seno de nuestras instituciones católicas. Por esta razón, es importante que los sacerdotes, los religiosos y los fieles laicos trabajen unidos y, en especial, que colaboren con su obispo, que es signo y fuente de unidad. El obispo tiene la responsabilidad de sostener a los que están comprometidos en la tarea vital de la evangelización, asegurando que nunca pierdan el celo misionero, que es fundamental para nuestra vida en Cristo. Estoy convencido de que, para afrontar esos desafíos, seguiréis predicando la buena nueva cada vez con mayor valentía y convicción. "Lo que cuenta -aquí como en todo sector de la vida cristiana- es la confianza que brota de la fe, o sea, de la certeza de que no somos nosotros los protagonistas de la misión, sino Jesucristo y su Espíritu" (Redemptoris missio, 36).

3. Para sostener los esfuerzos de la evangelización es fundamental el desarrollo de  una  Iglesia local que esté madura para convertirse en misionera (cf. ib., 48). Esto implica tener un clero local bien formado, no sólo capaz de ocuparse de las necesidades de las personas confiadas a su cuidado, sino también dispuesto a abrazar la misión ad gentes. Como dije durante mi primera visita pastoral a la India, "una vocación es tanto un signo de amor como una invitación a amar (...). La decisión de decir "sí" a la llamada de Cristo lleva consigo muchas consecuencias importantes:  la necesidad de renunciar a otros planes, la voluntad de dejar a personas queridas, la prontitud a ponerse en marcha con profunda confianza en el camino que llevará a una mayor unión con Cristo" (Homilía en Puna, 10 de febrero de 1986, n. 3:  L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 23 de febrero de 1986, p. 19).

El compromiso de seguir a Cristo como sacerdote requiere la mejor formación posible. "Para servir a la Iglesia como Cristo quiere, los obispos y los sacerdotes necesitan una formación sólida y permanente, que les permita una renovación humana, espiritual y pastoral. Por consiguiente, tienen necesidad de cursos de teología, espiritualidad y ciencias humanas" (Ecclesia in Asia, 43). Los candidatos al sacerdocio deben comprender lo más plenamente posible el misterio que celebrarán y el Evangelio que predicarán. Son dignas de alabanza las iniciativas que habéis emprendido para asegurar que vuestros centros de formación sacerdotal alcancen el elevado nivel de educación y formación necesario para el clero de hoy, y os animo a continuar este esfuerzo, garantizando que las personas llamadas se preparen de verdad para actuar "en nombre y en persona de quien es cabeza y pastor de la Iglesia" (Pastores dabo vobis, 35).

4. A través del Cuerpo y la Sangre de Cristo la Iglesia recibe la fuerza espiritual necesaria para difundir la buena nueva. "Así, la Eucaristía es la fuente y, al mismo tiempo, la cumbre de toda la evangelización, puesto que su objetivo es la comunión de los hombres con Cristo y, en él, con  el Padre y con el Espíritu Santo" (Ecclesia de Eucharistia, 22). Como obispos, sois plenamente conscientes de que cada diócesis es responsable de la primera evangelización y de la formación permanente de los laicos. En la India, como en muchos otros países, son los catequistas quienes realizan gran parte de esta labor. Estos obreros de la viña del Señor son mucho más que maestros. No sólo educan a la gente en los principios de la fe, sino que también llevan a cabo muchas otras tareas que forman parte de la misión de la Iglesia. Algunas de esas tareas son:  trabajar con las personas en pequeños grupos; ayudar con los servicios de oración y la música; preparar a los fieles para recibir los sacramentos, en especial el sacramento del matrimonio; formar a otros catequistas; enterrar a los muertos y, en muchos casos, ayudar a los sacerdotes en la administración diaria de la parroquia o la estación. Para realizar con eficacia su apostolado, los catequistas no sólo necesitan una preparación adecuada; también  deben  saber que sus obispos y sacerdotes están allí para ofrecerles el apoyo espiritual y moral necesario para la transmisión eficaz de la palabra de Dios (cf. Catechesi tradendae, 24, 63 y 64).

5. Todos los fieles cristianos están llamados a "transformar su vida, para que toda ella llegue a ser en cierto modo "eucarística". Eso implica tener amor a los pobres y deseos de aliviar sus sufrimientos. Por eso, es indigno de una comunidad cristiana que participe en la Cena del Señor, si se hace en un contexto de división e indiferencia hacia los pobres" (cf. Ecclesia de Eucharistia, 20). La India tiene la suerte de poseer un recuerdo directo de la vocación de la Iglesia al amor a los más débiles en el testimonio y en el ejemplo de la madre Teresa de Calcuta, que pronto será beatificada. Su vida de sacrificio gozoso y de amor incondicional a los pobres despierta en nosotros el deseo de hacer lo mismo, porque amar a los últimos, sin esperar nada a cambio, es amar verdaderamente a Cristo. "Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber" (Mt 25, 35).

Queridos hermanos en el episcopado, como la madre Teresa, también vosotros estáis llamados a ser ejemplos admirables de sencillez, humildad y caridad para con las personas confiadas a vuestro cuidado. Me alienta el modo en que ya demostráis amor a los pobres. Vuestras diócesis se sienten orgullosas de sus numerosos programas elaborados para asistirlos:  hogares para indigentes, leproserías, orfanatos, hospederías, centros familiares y centros de formación vocacional, por nombrar sólo algunos. Mientras la Iglesia en la India, a pesar de la grave falta de personal y de recursos, continúa afrontando estos desafíos, pido al Señor que sigáis el ejemplo de la madre Teresa como modelo para las obras de caridad en vuestras comunidades.

6. El mundo actual está tan obsesionado con los bienes materiales, que a menudo hasta los ricos se ven arrastrados por el afán frenético de tener más, en un intento fútil por llenar el vacío de su existencia diaria. Se trata de una tendencia especialmente alarmante entre nuestros jóvenes, muchos de los cuales viven en pobreza espiritual, buscando respuestas de modos que sólo suscitan más interrogantes. Sin embargo, los cristianos debemos tener una actitud diferente. Jesucristo nos ha abierto los ojos; por eso, somos capaces de reconocer la insensatez de esas tentaciones. Todos los cristianos, y de modo especial los obispos, los sacerdotes y los religiosos, están llamados a evitar esas tentaciones, viviendo una vida de pobreza evangélica sencilla pero plena, testimoniando que Dios es la verdadera riqueza del corazón humano.

En un mundo en el que tantas personas se plantean numerosos interrogantes, sólo en Cristo pueden esperar encontrar respuestas seguras. Sin embargo, a veces la claridad de la respuesta queda oscurecida por una cultura moderna que no sólo refleja una crisis de conciencia y del sentido de Dios, sino también "la progresiva atenuación del sentido del pecado" (cf. Reconciliatio et paenitentia, 18). En efecto, sólo una participación activa y comprometida en el misterio de la reconciliación puede llevar a una paz verdadera y dar una respuesta auténtica a las cuestiones que agobian el alma. Me complace saber que en muchas de vuestras diócesis los fieles aprovechan frecuentemente la gracia del sacramento de la reconciliación, y os exhorto a seguir destacando la importancia de este sacramento.

7. Queridos hermanos en el episcopado, espero que al volver a vuestras respectivas diócesis llevéis un renovado sentido de vuestras responsabilidades pastorales. Ruego para que seáis colmados del mismo celo de los primeros discípulos, a quienes Jesús, al subir al cielo, les dio este mandato:  "Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado" (Mt 28, 19-20).

A la intercesión de María, mujer "eucarística", encomiendo los sufrimientos y las alegrías de vuestras Iglesias locales y de toda la comunidad católica de vuestro país. A todos vosotros, así como al clero, a los religiosos y a los laicos de vuestras diócesis, imparto cordialmente mi bendición apostólica.

 



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