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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LA ASAMBLEA PLENARIA DE LA CONGREGACIÓN
PARA LA EVANGELIZACIÓN DE LOS PUEBLOS


Sábado 24 de mayo de 2003

 

Señores cardenales;
venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
amadísimos hermanos y hermanas:
 

1. Os acojo y os saludo con afecto a cada uno de vosotros, que participáis en la asamblea plenaria de la Congregación para la evangelización de los pueblos. Saludo, en primer lugar, al cardenal Crescenzio Sepe, prefecto de vuestra Congregación, y le agradezco las palabras que me ha dirigido en vuestro nombre. Saludo, asimismo, a los secretarios, al subsecretario y a los colaboradores del dicasterio; saludo a los cardenales, a los obispos, a los religiosos, a las religiosas y a todos los presentes

Durante los trabajos de la plenaria habéis afrontado un aspecto importante de la misión de la Iglesia:  "La formación en los territorios de misión", con respecto a los sacerdotes, los seminaristas, los religiosos y las religiosas, los catequistas y los laicos comprometidos en las actividades pastorales. Es un tema que merece toda vuestra atención.

2. La urgencia de preparar apóstoles para la nueva evangelización fue reafirmada tanto por el concilio Vaticano II como por los Sínodos de los obispos que se han celebrado en estos años. Fruto de los trabajos de las asambleas sinodales ha sido la promulgación de significativas exhortaciones apostólicas, entre las cuales me limito a recordar Pastores dabo vobis, Vita consecrata, Catechesi tradendae y Christifideles laici.

Las comunidades eclesiales de reciente fundación están en rápida expansión. Precisamente porque a veces se han manifestado deficiencias y dificultades en su proceso de crecimiento, es urgente insistir en la formación de agentes pastorales cualificados, gracias a programas sistemáticos, adecuados a las necesidades del momento actual, y atentos a "inculturar" el Evangelio en los diversos ambientes.

Urge una formación integral, capaz de preparar evangelizadores competentes y santos, a la altura de su misión. Esto requiere un proceso largo y paciente, en el que toda profundización bíblica, teológica, filosófica y pastoral se apoye en la relación personal con Cristo, "camino, verdad y vida" (Jn 14, 6).

3. Jesús es el primer "formador", y el esfuerzo fundamental de todo educador ha de consistir en ayudar a los que se están formando a cultivar una relación personal con él. Sólo los que han aprendido a "permanecer con Jesús" están preparados para ser "enviados por él a evangelizar" (cf. Mc 3, 14). Un amor apasionado a Cristo es el secreto de un anuncio convencido de Cristo. A esto aludía cuando, en la reciente encíclica Ecclesia de Eucharistia, escribí:  "Es hermoso estar con él y, reclinados sobre su pecho como el discípulo predilecto (cf. Jn 13, 25), experimentar el amor infinito de su corazón" (n. 25).

La Iglesia, especialmente en los países de misión, necesita personas preparadas para servir de modo gratuito y generoso al Evangelio, y por tanto dispuestas a promover los valores de la justicia y la paz, derribando toda barrera cultural, racial, tribal y étnica; capaces de escrutar los "signos de los tiempos" y descubrir las "semillas del Verbo", sin caer en reduccionismos ni relativismos.

Sin embargo, a esas personas se les exige ante todo que tengan "experiencia de Dios" y estén "enamoradas" de él. "El mundo —afirmaba mi venerado predecesor Pablo VI— exige a los evangelizadores que le hablen de un Dios a quien ellos mismos conocen y tratan familiarmente, como si estuvieran viendo al Invisible" (Evangelii nuntiandi, 76).

4. Además de la intimidad personal con Cristo, es necesario prestar atención a un crecimiento constante en el amor y en el servicio a la Iglesia. A este propósito, por lo que concierne a los sacerdotes, será útil tener particularmente presentes las indicaciones contenidas en la exhortación apostólica postsinodal Pastores dabo vobis, en los decretos conciliares Presbyterorum ordinis y Optatam totius, y en otros textos publicados por los diferentes dicasterios de la Curia romana.
"En cuanto representa a Cristo, cabeza, pastor y esposo de la Iglesia, —afirmé en la Pastores dabo vobis— el sacerdote no sólo está en la Iglesia, sino también al frente de la Iglesia. Por tanto, está llamado a revivir en su vida espiritual el amor de Cristo esposo con la Iglesia esposa" (n. 22).

Corresponde al obispo, en comunión con el presbiterio, delinear un proyecto y un programa "capaces de estructurar la formación permanente no de modo episódico, sino como una propuesta sistemática de contenidos, que se desarrolla por etapas y tiene modalidades precisas" (ib., 79).

5. Quisiera aprovechar esta ocasión para dar las gracias a todos los que se dedican generosamente a la educación en los territorios de misión. Y no podemos menos de recordar que muchos seminaristas, sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos pertenecientes a los territorios de misión completan su itinerario formativo aquí, en Roma, en colegios y centros, muchos de los cuales dependen de vuestro dicasterio. Pienso en los Colegios pontificios Urbano, San Pedro y San Pablo para los sacerdotes, en el Foyer Pablo VI para las religiosas, en el centro Mater Ecclesiae para los catequistas, y en el Centro internacional de animación misionera para la renovación espiritual de los misioneros. Deseo de corazón que la experiencia romana sea para cada uno un verdadero enriquecimiento cultural, pastoral y, sobre todo, espiritual.

Deseo, asimismo, que cada comunidad cristiana siga con docilidad en la escuela de María, Madre de Cristo y Madre de la Iglesia. En el Mensaje para la próxima Jornada mundial de las misiones escribí que una "Iglesia más contemplativa" se convierte en una "Iglesia más santa" y en una "Iglesia más misionera".

A la vez que pido al Señor que así sea para cada comunidad eclesial, de modo especial en los territorios de misión, os aseguro mi oración y os imparto con afecto a todos una especial bendición apostólica.

 



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