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DISCURSO DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II
AL NUEVO EMBAJADOR DE JAPÓN*

Viernes 30 de mayo de 2003

 

Señor embajador:

1. Me alegra acoger a su excelencia con ocasión de la presentación de las cartas que lo acreditan como embajador extraordinario y plenipotenciario de Japón ante la Santa Sede.

Le agradezco los deferentes saludos que me ha transmitido de parte de su majestad el emperador Akihito. Le ruego que, a su vez, transmita a su majestad los cordiales deseos que expreso para él y para toda la familia imperial. Mis votos se extienden también a los miembros del Gobierno y a todo el pueblo japonés, deseando que prosigan sin cesar sus valientes esfuerzos encaminados a construir una nación cada vez más unida y más solidaria, atenta a la persona humana, que es el centro de toda sociedad, y a su dignidad. Mis votos van, en particular, a los damnificados del reciente terremoto.

2. Aprecio las amables palabras que me ha dirigido. Testimonian la atención que su país presta al desarrollo de relaciones activas y provechosas con la Santa Sede. Usted recuerda, señor embajador, cómo su nación busca servir a la causa de la paz. La situación internacional actual, marcada por un rebrote de la tensión en diversos puntos del planeta y por el recrudecimiento de acciones terroristas, sigue siendo preocupante. Sin embargo, esta coyuntura no debe atenuar la determinación de todos los que ya están comprometidos en la búsqueda de soluciones pacíficas para resolver los conflictos. Para aportar una contribución significativa a la seguridad y a la estabilidad internacionales, es importante que las naciones manifiesten de forma cada vez más clara su voluntad efectiva de participar activamente en un proceso común de reducción de las tensiones y de las amenazas de guerra.

Deben proseguir los esfuerzos encaminados, sobre todo, a la eliminación progresiva, equilibrada y controlada de las armas de destrucción masiva, así como a la no proliferación y al desarme nucleares; así, se garantizarán cada vez más las condiciones de seguridad de los pueblos y la preservación de la totalidad de la creación. A la comunidad internacional corresponde también movilizarse permanentemente para que, tanto a nivel mundial como en el ámbito regional, se tomen las medidas adecuadas a fin de prevenir las agresiones potenciales, sin que estas medidas perjudiquen las necesidades fundamentales de las poblaciones civiles implicadas, conduciéndolas a veces a la miseria y a la desesperación. No dudo de que una voluntad política concertada y una reflexión ética clarividente permitirán a las naciones ser protagonistas de una verdadera cultura de la paz, fundada en el respeto de la vida humana y en el primado del derecho en su dimensión de justicia y equidad, y orientada a la construcción paciente de la coexistencia pacífica entre las naciones y a la promoción del bien común.

3. Japón, señor embajador, goza de la riqueza de sus tradiciones religiosas y filosóficas, que contienen recursos espirituales capaces de estimular de manera eficaz este ardiente deseo de trabajar por la paz y la reconciliación entre las comunidades humanas y entre las personas. Su país es también, a través de la experiencia dolorosa de Hiroshima y Nagasaki, un testigo vivo de los dramas del siglo XX, que invitan a cada uno a repetir, con el Papa Pablo VI:"¡Nunca más la guerra!", pues pone en peligro el futuro mismo de la humanidad (cf. Discurso a la Asamblea general de la Organización de las Naciones Unidas, 4 de octubre de 1965, n. 5). Deseo que su país se dedique sin cesar a poner estos elevados valores al servicio de la paz en la región y en el mundo. Y, como recordé en el Mensaje para la Jornada mundial de la paz de 2003, "la cuestión de la paz no puede separarse de la cuestión de la dignidad y de los derechos humanos" (n. 6).

4. Los esfuerzos realizados por Japón, en particular en los campos de la cooperación económica con los países de Asia, así como los programas de ayuda llevados a cabo para sostener económicamente a los países pobres a fin de que se conviertan en protagonistas de su propio desarrollo, subrayan igualmente la parte activa que su país desea tener en la promoción de los pueblos.

Desde esta perspectiva, hay que destacar también la reflexión realizada por su país sobre los problemas del medio ambiente y sobre el lugar del hombre en la creación. Es de desear que la Exposición internacional de Aichi, que tendrá lugar en 2005, permita a las numerosas naciones participantes discutir serenamente sobre las soluciones concretas que pueden darse a los problemas relacionados, entre otras cosas, con la protección del medio ambiente y la gestión de los recursos naturales. Conservar la creación es un deber moral para todos los hombres, pues es voluntad del Creador que el hombre se muestre digno de su vocación, gestionando la naturaleza no como un explotador despiadado, sino como un administrador responsable (cf. Redemptor hominis, 15). Significa también dejar a las generaciones futuras una tierra habitable.

5. Señor embajador, permítame dirigir, por medio de usted, mi saludo afectuoso a los obispos y a la comunidad católica de su país. La Iglesia católica, aunque sea minoritaria, tiene la constante solicitud de proponer a las jóvenes generaciones de japoneses, en particular a través de la educación integral impartida en las escuelas y en las universidades, una contribución eficaz para su crecimiento humano, espiritual, moral y cívico, que las prepare para participar activamente en la vida de la nación. Las escuelas desempeñan igualmente un papel importante por lo que concierne a la evangelización, "inculturando la fe, enseñando un estilo de apertura y respeto, y promoviendo la comprensión interreligiosa" (Ecclesia in Asia, 37).

La Iglesia quiere también acoger a los numerosos inmigrantes que van a Japón en busca de trabajo, dignidad y esperanza. Con todos los hombres de buena voluntad, quiere luchar contra los fenómenos de discriminación y exclusión, que marginan a los más débiles y minan las relaciones entre los hombres. Mediante este compromiso, desea alentar a todos los componentes de la nación japonesa a interrogarse sobre el sentido de la vida y del destino del hombre, invitando a cada uno a construir de manera responsable una sociedad fraterna y justa, cuyos valores están llamados a expresarse principalmente a través del establecimiento de una justicia penal cada vez más conforme a la dignidad del hombre (cf. Llamamiento de la Conferencia episcopal de Japón al señor Kokichi Shimoinaba, ministro de Justicia, 21 de noviembre de 1997). Invito con afecto a los católicos a ser fervientes constructores de la paz y la caridad, firmemente unidos en torno a sus pastores y trabajando por un encuentro cada vez más fecundo entre la fe y la cultura japonesa.

6. En este momento, en que comienza su misión, le expreso mis deseos cordiales para la noble tarea que le espera. Le aseguro que encontrará aquí, entre mis colaboradores, la acogida atenta y comprensiva que pueda necesitar.

Invoco de todo corazón sobre su majestad el emperador Akihito, sobre la familia imperial, sobre el pueblo japonés y sobre sus dirigentes, sobre su excelencia y sobre sus seres queridos, así como sobre el personal de la embajada, la abundancia de los dones divinos.


*L'Osservatore Romano. Edición semanal en lengua española, n.23, p.3.

 



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