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MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
 AL PRIMER CONGRESO DE LOS LAICOS CATÓLICOS
DE EUROPA DEL ESTE

 

1. Mi saludo de paz se dirige a todos vosotros, señores cardenales, venerados hermanos en el episcopado, queridos sacerdotes, religiosos, religiosas y fieles laicos, que habéis llegado a Kiev desde diversos países, y no sin sacrificios, para participar en el Congreso de los laicos católicos de Europa del este. Habéis acudido a esta cita animados por la misma esperanza que sostiene a vuestras Iglesias. Iglesias martirizadas y heroicas que, en medio de las tribulaciones, y a menudo hasta el derramamiento de la sangre, han perseverado en la adhesión a Cristo, único Señor, en  la fidelidad a la Iglesia católica y en la afirmación del valor de la libertad.

Saludo y expreso mi agradecimiento en particular a los señores cardenales Lubomyr Husar y Marian Jaworski, sin cuyo valioso apoyo el Congreso no se hubiera podido realizar. También manifiesto mi gratitud a la Iglesia en Ucrania —que el Señor me concedió visitar en el mes de junio de hace dos años y de la que llevo un vivo recuerdo en mi corazón—, por haber acogido un acontecimiento tan significativo. Me congratulo con el señor cardenal James Francis Stafford por esta estimulante iniciativa del Consejo pontificio para los laicos, motivo de gran satisfacción para mí.

2. La pesada herencia de los regímenes ateos totalitarios, que han dejado tras de sí vacío y heridas profundas en las conciencias, obliga aún hoy a los países de Europa del este a realizar un gran esfuerzo en el proceso de reconstrucción religiosa, moral y civil; de consolidación de la soberanía, de la libertad y de la democracia recobradas; y de saneamiento de la economía. En el arduo camino que vuestras naciones deberán recorrer para recuperar su historia y su dignidad cultural, vosotros, cristianos laicos, desempeñáis un papel de importancia fundamental, en el que sois insustituibles. A vosotros, que habéis sido testigos indómitos de la fe en los tiempos de la prueba y la persecución, en el tiempo de la libertad religiosa reconquistada el Señor os pide que preparéis el terreno para un vigoroso renacimiento de la Iglesia en vuestros países. Después de largos decenios de penosa ruptura, que casi provocó la asfixia de las comunidades cristianas del este, Europa vuelve a respirar con sus dos pulmones, abriendo grandes posibilidades al anuncio del Evangelio.

3. La vieja Europa, de Oeste a Este, busca su nueva identidad. En este proceso no puede olvidar cuáles son sus raíces. Europa debe recordar que la savia vital de la que durante dos milenios ha sacado las inspiraciones más nobles del espíritu ha sido el cristianismo. Como escribí en la exhortación apostólica Ecclesia in Europa, hoy "la cultura europea da la impresión de ser una "apostasía silenciosa" por parte del hombre autosuficiente, que vive como si Dios no existiera" (n. 9). Y, a pesar de ello, no faltan signos alentadores de "una nueva primavera cristiana" (Redemptoris missio, 86), que se vislumbran también en el horizonte de vuestras Iglesias. Pero su pleno florecimiento dependerá de la aportación irrenunciable de los fieles laicos, llamados a hacer presente la Iglesia de Cristo en el mundo, anunciando y sirviendo al evangelio de la esperanza (cf. Ecclesia in Europa, 41). El tema de vuestro congreso —"Ser testigos de Cristo hoy"— expresa bien el significado de esta misión, que ningún bautizado puede delegar o eludir. A vosotros, reunidos en la admirable ciudad de Kiev, donde tuvo lugar el bautismo de la antigua Rus', se os confía la responsabilidad de transmitir a las generaciones futuras el patrimonio de la fe cristiana. Esto será posible en la medida en que cada uno de vosotros sepa fortalecer la conciencia de su bautismo. El sacramento del bautismo nos hace hijos de Dios, llamados a la santidad, miembros de la Iglesia —Cuerpo místico de Cristo—, corresponsables en la edificación de las comunidades cristianas, y partícipes de la misión de la Iglesia de anunciar a los hombres la buena nueva de la salvación. El redescubrimiento de la dignidad bautismal de los fieles laicos y de su responsabilidad en la misión de la Iglesia es uno de los frutos del concilio Vaticano II.

Por eso os repito a vosotros, que estáis reunidos en Kiev, las palabras que dirigí a los fieles que vinieron a Roma en el año 2000 para celebrar el jubileo del apostolado de los laicos:  "Es necesario volver al Concilio. Hay que volver a leer los documentos del Vaticano II para redescubrir su gran riqueza de estímulos doctrinales y pastorales. En particular, debéis releer esos documentos vosotros, laicos, a quienes el Concilio abrió extraordinarias perspectivas de participación y compromiso en la misión de la Iglesia" (Homilía con ocasión del jubileo del apostolado de los laicos, 26 de noviembre de 2000, n. 3:  L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 1 de diciembre de 2000, p. 5). Con el Concilio llegó el momento del laicado en la Iglesia. Vuestra vocación y misión dará fruto a condición de que, en vuestro obrar, sepáis volver siempre a Cristo, recomenzar desde Cristo y mantener fija vuestra mirada en el rostro de Cristo. "Vosotros sois la sal de la tierra. (...) Vosotros sois la luz del mundo" (Mt 5, 13-14):  el Señor os dirige estas palabras a cada uno de vosotros. Haced que resplandezca su luz en vuestra vida personal, en vuestras familias, en los ambientes de trabajo, en el mundo de la educación, de la cultura y de la política, en todos los sectores en los que se trabaja en favor de la paz y para construir un orden social más a la medida del hombre y respetuoso de su dignidad inalienable.

4. Para los laicos, este es el tiempo de la esperanza y de la audacia. La Iglesia os necesita, y sabe que puede confiaros grandes responsabilidades. Por eso, agradezco a vuestros obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas el esfuerzo realizado hasta ahora en la formación de cristianos maduros y arraigados en la fe. A la vez que les expreso mi gratitud, los exhorto a continuar esta obra, promoviendo una catequesis orgánica, programada para las diferentes edades y las diversas situaciones y condiciones de vida, e invirtiendo energías y medios especialmente en la formación humana y cristiana de las generaciones jóvenes, esperanza de la Iglesia y futuro de los pueblos. En este sentido, pueden prestar una ayuda valiosa las asociaciones, los movimientos eclesiales y las nuevas comunidades, de cuya experiencia han surgido itinerarios pedagógicos fecundos y un renovado impulso apostólico.

Queridos fieles laicos, no os desaniméis ante los desafíos de nuestro tiempo. Sacad fuerza del ejemplo y de la intercesión de los mártires, cuyo testimonio es "la encarnación suprema del evangelio de la esperanza" (Ecclesia in Europa, 13). Convertid vuestras familias en verdaderas iglesias domésticas, y vuestras parroquias en auténticas escuelas de oración y de vida cristiana. Vosotros, que habéis reconquistado la libertad al precio de grandes sufrimientos, no dejéis jamás que se devalúe por seguir los falsos ideales ofrecidos por el utilitarismo, el hedonismo individualista y el consumismo desenfrenado, que caracterizan a gran parte de la cultura moderna. Conservad vuestras ricas tradiciones cristianas, resistid a la tentación insidiosa de excluir a Dios de vuestra vida o de reducir la fe a gestos y episodios esporádicos y superficiales. Sois hombres y mujeres "nuevos". Por eso, que vuestra mirada sobre la realidad sea una mirada iluminada por la fe y por las enseñanzas de la Iglesia.

5. Que en vuestras Iglesias se tenga en la debida consideración la necesidad de promover "una espiritualidad de comunión, proponiéndola como principio educativo en todos los lugares donde se forma el hombre y el cristiano" (Novo millennio ineunte, 43), en las diócesis, en las parroquias, en las familias y en la sociedad. Esta espiritualidad nos estimula de modo especial a un renovado compromiso ecuménico. Debidamente formados y siempre en el respeto de la libertad, con amor fraterno, mediante el diálogo y la colaboración, los fieles laicos pueden abrir caminos a la unidad de los cristianos, que es un "ir juntos hacia Cristo". También aquí quisiera recordaros el ejemplo de los mártires, cuyo testimonio se ha convertido en patrimonio común de las diversas Iglesias cristianas y es más convincente que los factores de división (cf. Tertio millennio adveniente, 37). También vosotros estáis llamados a dar testimonio de Cristo junto con todos los hermanos cristianos en todos los lugares en los que vivís y en todas las obras en las que colaboráis. El amor de Cristo sana las heridas, elimina los prejuicios y prepara los caminos de la unidad. Rezad incesantemente para que lo que parece imposible a la lógica humana, Dios lo haga posible con su ayuda poderosa:  cumplir el mandato de su Hijo:  "Ut unum sint" (Jn 17, 21).

6. En mi ministerio de Sucesor de Pedro, peregrino en el mundo, Dios me ha concedido visitar algunos de vuestros países. Llevo en mi corazón esas experiencias extraordinarias de acogida festiva y hospitalidad cordial, de fe y devoción. Sólo la Providencia sabe si podré continuar mi peregrinación pastoral en vuestras tierras benditas. Hoy mi abrazo incluye, además de a vosotros, a todos los pueblos, las naciones y las comunidades cristianas a las que pertenecéis. A todos los encomiendo a María, Madre de la Iglesia, Auxilio de los cristianos. A ella nos dirigimos con especial devoción en este año dedicado al rosario. Que la Virgen interceda ante su Hijo para que su gracia alimente y sostenga el renacimiento de vuestras Iglesias y de vuestros países. Deseando al Congreso de los laicos católicos de Europa del este abundantes frutos de renovado compromiso por la causa de Cristo, os envío de corazón a vosotros, que participáis en él, mi especial bendición, que extiendo de buen grado a vuestros seres queridos y a todas las personas que encontréis en vuestro camino de discípulos de Cristo.

Vaticano, 4 de octubre de 2003

JUAN PABLO II



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