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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
CON OCASIÓN DEL IV CENTENARIO
DEL NACIMIENTO DE SAN JOSÉ DE CUPERTINO


Sábado 25 de octubre de 2003

 

Amadísimos hermanos y hermanas: 

1. Me alegra daros mi cordial bienvenida a todos vosotros, que habéis venido a Roma con ocasión de las solemnes celebraciones por el IV centenario del nacimiento de san José de Cupertino. Saludo, ante todo, a los queridos Frailes Menores Conventuales, acompañados por su ministro general, padre Joachim Giermek, al que agradezco las amables palabras que me ha dirigido en nombre de todos los presentes. Dirijo un saludo especial al cardenal Sergio Sebastiani y a los pastores de las comunidades eclesiales que participan en esta peregrinación a las tumbas de los Apóstoles. Por último, os saludo a vosotros, amadísimos peregrinos de Pulla, Umbría y Las Marcas, lugares particularmente vinculados al paso terreno y a la memoria del "santo de los vuelos".

Como afirmé en el Mensaje publicado el pasado mes de febrero, José de Cupertino sigue siendo un santo de extraordinaria actualidad, porque "está espiritualmente cerca de los hombres de nuestro tiempo", a los cuales enseña "a recorrer el camino que lleva a una santidad diaria, caracterizada por el cumplimiento fiel del propio deber" (Mensaje con motivo del 400° aniversario del nacimiento de san José de Cupertino, 22 de febrero de 2003, n. 9:  L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 28 de marzo de 2003, p. 5).

2. En efecto, san José es, ante todo, maestro de oración. En el centro de su jornada estaba la celebración de la santa misa, a la que seguían largas horas de adoración ante el sagrario. Según la tradición franciscana más genuina, se sentía fascinado y conmovido por los misterios de la encarnación y la pasión del Señor. San José de Cupertino vivió en íntima unión con el Espíritu Santo; estaba totalmente poseído por el Espíritu, del que aprendía las cosas de Dios para traducirlas luego en un lenguaje sencillo y comprensible para todos. Quienes se encontraban con él escuchaban con gusto sus palabras, porque, como cuentan sus biógrafos, aun siendo ignorante de lengua y cojo de caligrafía, cuando hablaba de Dios se transformaba.

3. En segundo lugar, el santo de Cupertino sigue hablando a los jóvenes, y en particular a los estudiantes, que lo veneran como su patrón. Los impulsa a enamorarse del Evangelio, a "remar mar adentro" en el vasto océano del mundo y de la historia, permaneciendo firmemente arraigados en la contemplación del rostro de Cristo.

Mi deseo es que vosotros, queridos jóvenes y estudiantes, así como vosotros, que trabajáis en el ámbito cultural y formativo, sigáis el ejemplo de san José, comprometiéndoos a conjugar la sabiduría de la fe con el método riguroso de la ciencia, para que el saber humano, siempre abierto a la trascendencia, avance seguro hacia un conocimiento de la verdad cada vez más pleno.

4. Por último, san José de Cupertino resplandece como modelo ejemplar de santidad para sus hermanos de la Orden franciscana de Frailes Menores Conventuales. Su constante esfuerzo por pertenecer sólo a Cristo hace de él un icono del fraile "menor" que, siguiendo el ejemplo del "Poverello" de Asís, toma a Cristo como centro de toda su existencia. Fue elocuente su decidido compromiso de orientar constantemente su corazón a Dios, para que nada lo separara de "su" Jesús, amado sobre todas las cosas y personas.

El testimonio de este gran santo, que brilla con una luz singular en la celebración de este centenario, constituye un mensaje alentador de vida evangélica. Para los que han abrazado los ideales de la vida consagrada representa una fuerte invitación a vivir buscando siempre los valores del espíritu, totalmente consagrados al Señor y a un servicio necesario de caridad para con los hermanos.

5. Como todos los santos, José de Cupertino no pasa de moda. A cuatro siglos de distancia, su testimonio sigue representando para todos una invitación a ser santos. Aunque pertenece a una época en ciertos aspectos bastante diversa de la nuestra, señala un itinerario de espiritualidad válido para todo tiempo; recuerda el primado de Dios, la necesidad de la oración y de la contemplación, la ardiente y confiada adhesión a Cristo, el compromiso del anuncio misionero y el amor a la cruz.

A la vez que renuevo mi deseo de que las celebraciones por el centenario contribuyan a dar a conocer mejor al "santo de los vuelos", invoco sobre los organizadores y participantes la protección celestial de la Virgen María.

Con estos sentimientos y deseos, os imparto de corazón la bendición apostólica a vosotros, aquí presentes, a vuestras comunidades y a los numerosos devotos del santo de Cupertino de Italia y del mundo.

 



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