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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
AL NUEVO EMBAJADOR DE IRÁN ANTE LA SANTA SEDE*


Viernes 29 de octubre de 2004

 

Señor embajador:

1. Me alegra dar la bienvenida a su excelencia, con ocasión de la presentación de las cartas que lo acreditan como embajador extraordinario y plenipotenciario de la República islámica de Irán ante la Santa Sede.

Le agradezco las cordiales palabras que me ha dirigido y le ruego que transmita la expresión de mi gratitud a su excelencia el señor Seyed Mohamed Jatamí, presidente de la República, por los buenos deseos que me ha manifestado a través de usted.

Las relaciones diplomáticas que existen entre su país y la Santa Sede desde hace cincuenta años, como ha puesto de relieve, al inicio de este año, el congreso celebrado en la Universidad Gregoriana, atestiguan el deseo de conocimiento mutuo y la voluntad común de favorecer, a través de nuestros intercambios, una cultura de paz.

2. Señor embajador, ha recordado usted las preocupaciones de su país ante el deterioro de la situación internacional y ante las amenazas que, en diversos niveles, se ciernen sobre la humanidad.

Para llegar a un orden internacional equilibrado, sobre todo frente al terrorismo, que quiere imponer su ley, la voluntad de construir un futuro común que garantice la paz para todos conlleva el compromiso de los Estados de dotarse de instrumentos estables, eficaces y reconocidos, como la Organización de las Naciones Unidas y otras organizaciones internacionales.

Esta acción en favor de la paz implica también actuar con valentía contra el terrorismo y en la construcción de un mundo en el que todos puedan reconocerse hijos del mismo Dios todopoderoso y misericordioso. Ciertamente, la edificación de la paz supone la confianza recíproca para acoger a los demás no como una amenaza sino como interlocutores, aceptando igualmente los vínculos y los mecanismos de control que implican los compromisos comunes, como los tratados y los acuerdos multilaterales, en los diversos ámbitos de las relaciones internacionales que conciernen al bien común de la humanidad, como el respeto del medio ambiente, el control del comercio de armas y la no proliferación de armas nucleares, la protección de los niños y los derechos de las minorías.

Por su parte, la Santa Sede no escatimará esfuerzos para convencer a los responsables de los Estados a renunciar en todos los casos a la violencia o a la fuerza, y a hacer que prevalezca siempre la negociación como medio para resolver las divergencias y los conflictos que puedan surgir entre las naciones, los grupos y las personas.

3. Para los creyentes, el compromiso en favor del hombre se funda en la fe en el Dios único, que creó al hombre a su imagen y semejanza, y que reveló a los hombres su voluntad. Para los cristianos este diálogo, necesario entre los hombres con el fin de establecer entre ellos relaciones de fraternidad y amor mutuo, es fundamentalmente una respuesta al diálogo que Dios mismo ya ha entablado con el hombre al revelarle su palabra y al proponerle su alianza.

Como usted, señor embajador, ha puesto de relieve, los creyentes tenemos el deber de anunciar a nuestros contemporáneos los valores fundamentales expresados en la religión, que garantizan, a través de la ley natural, signo de la impronta de Dios en el hombre, la dignidad de toda persona humana y que regulan las relaciones de los hombres con sus semejantes.

Como he recordado en repetidas ocasiones, los fieles católicos, por su parte, se preocupan en todas las circunstancias por dar testimonio en favor de una cultura de la vida, que respete al ser humano desde su concepción hasta su muerte natural y que garantice la defensa de sus derechos y sus deberes imprescindibles.

Entre estos derechos fundamentales figura en primer lugar el derecho a la libertad religiosa, que es un aspecto esencial de la libertad de conciencia y que manifiesta precisamente la dimensión trascendente de la persona. La Santa Sede cuenta con el apoyo de las autoridades de Irán para permitir a los fieles de la Iglesia católica presentes en su país, como a los demás cristianos, la libertad de profesar su religión y para favorecer el reconocimiento de la personalidad jurídica de las instituciones eclesiásticas, asegurando así un trabajo más fácil dentro de la sociedad iraní. De hecho, la libertad de culto no es más que un aspecto de la libertad religiosa, que debe ser la misma para todos los ciudadanos de un país.

4. Como he recordado con frecuencia, "las confesiones cristianas y las grandes religiones de la humanidad han de colaborar entre sí para eliminar las causas sociales y culturales del terrorismo, enseñando la grandeza y la dignidad de la persona y difundiendo una mayor conciencia de la unidad del género humano" (Mensaje para la Jornada mundial de la paz del 1 de enero de 2002, n. 12:  L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 14 de diciembre de 2001, p. 8). También deben dialogar para conocerse mejor, para apreciar sus riquezas recíprocas y para colaborar con vistas al bien de la humanidad.

Me alegra, en especial, la celebración de un encuentro regular de diálogo, a un alto nivel, entre cristianos y musulmanes en su país, patrocinado por el Consejo pontificio para el diálogo interreligioso y las autoridades religiosas chiíes de Irán. Estoy seguro de que esta iniciativa permitirá mejorar cada vez más las relaciones entre los creyentes, teniendo como base el respeto mutuo y la confianza recíproca.

5. A través de usted, me alegra poder saludar a las comunidades católicas de distintos ritos que viven en Irán, y que aseguran, con sus hermanos ortodoxos, la continuidad de la presencia cristiana desde hace siglos. Espero que los cristianos, que siempre han albergado el deseo de vivir en buenas relaciones con los musulmanes, profundicen cada vez más en las exigencias del diálogo de la vida diaria, a través de los diversos aspectos de la vida social común.

También quiero recordar que para mí cuenta mucho la posibilidad efectiva para todos, respetando la ley del país, de expresar libremente sus propias convicciones religiosas, reunirse con sus hermanos para celebrar el culto debido a Dios, así como garantizar, a través de la catequesis, la transmisión de la enseñanza religiosa a los niños, y favorecer su profundización en los jóvenes y en los adultos. Sé que los fieles católicos aman a su país y se interesan por participar activamente en su desarrollo en todos los ámbitos de la vida social.

6. Señor embajador, al iniciar oficialmente su misión ante la Sede apostólica, le expreso mis mejores deseos para la noble tarea que le espera. Tenga la seguridad de que encontrará aquí, entre mis colaboradores, la acogida atenta y la comprensión cordial que pueda necesitar.

Sobre su excelencia, sobre sus colaboradores, sobre sus familiares y sobre todo el pueblo iraní invoco de corazón la abundancia de las bendiciones de Dios todopoderoso.


*L'Osservatore Romano. Edición semanal en lengua española, n. 45, p. 6.

 



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