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 DISCURSO DE SU SANTIDAD JUAN XXIII
SOBRE LA CELEBRACIÓN
DEL CONCILIO ECUMÉNICO VATICANO II
*

Solemnidad de Pentecostés
Domingo 5 de junio de 1960

 

Nuestro primer Pentecostés, celebrado el año pasado aquí en San Pedro, nos ofreció la oportunidad de manifestar motivos de pena y alegría.

I. MOTIVOS DE PENA Y ALEGRÍA

Motivos de pena al recordar las condiciones humillantes y cada vez más insidiosas creadas por el enemigo del nombre cristiano contra la libertad religiosa de los católicos —obispos, clero y fieles— en algunas nobles y grandes naciones.

Motivos de alegría por el comienzo de los estudios de la Comisión Antepreparatoria del Concilio Ecuménico Vaticano II, proyectado desde el 25 de enero, confiado a los señores Cardenales en aquella fecha, reunidos con Nos junto al sepulcro del glorioso Apóstol de las Gentes.

En esta tarde del segundo Pentecostés, que el Señor nos concede celebrar, continúan las dolorosas pruebas de la Santa Iglesia para que ejerciten su mucha paciencia tantos hermanos e hijos nuestros lejanos a los que cada día se dirige nuestro pensamiento. No es menor la pena que nos causan la turbación e incertidumbres de la presente situación internacional.

Sin embargo, grande es el consuelo, más aún, se acrecienta con la gracia del Espíritu Santo, que nos hace saborear la respuesta feliz que nos llega de todos los puntos de la tierra, después de nuestra primera exploración acerca de la oportunidad, orientación, contenido, ventajas y esperanzas que presenta la celebración del Concilio Ecuménico para beneficio del pueblo cristiano.

En realidad, se podría decir que una vez más Pablo y Bernabé, enriquecidos por la experiencia sobre las condiciones de las diferentes iglesias que visitaron, han aparecido entre nosotros aquí en la ciudad de Pedro, la Jerusalén terrena, y siguen alegrándonos con los informes más ciertos y prometedores, facientes gaudium magnum omnibus fratribus, causando grande gozo a todos los hermanos (Hch 15,3).

II. EL CONCILIO ECUMÉNICO.
SU DESARROLLO EN CUATRO TIEMPOS

Del logro de esta primera tentativa pudimos dar cuenta —hace pocos días— a nuestros venerables hermanos los señores Cardenales que componen el Sacro Colegio, siempre tan amablemente unidos a nuestras solicitudes pastorales, y nos sentimos animados valerosamente bajo sus auspicios y con la gracia del Divino Espíritu a pasar de una Comisión Antipreparatoria y de una general y detallada información previa, como vimos funcionar hasta ahora, a la constitución de una Comisión Preparatoria, a la que se confiará la tarea más grave e importante de disponerlo todo y llevarlo a su realización práctica.

No son superfluas en este punto algunas informaciones que queremos comunicaros sencillamente. Afirmamos, pues, que un Concilio Ecuménico se desarrolla en  cuatro tiempos:

1. Una introducción o toma de contacto, anteprepatoria y general como se hizo hasta aquí.

2. Otra preparatoria propiamente dicha, que ahora se anuncia.

3. La celebración de la solemne y general asamblea, el Concilio en su más esplendorosa solemnidad.

4. Por último, la promulgación de las Acta Concilii, es decir, de todo lo que se acordó comprobar, declarar y proponer ordenadamente y como desarrollo de pensamiento y de vida, como progresiva elevación de espíritu y actividad, para glorificación del Evangelio de Cristo, aplicado y vivido en su Santa Iglesia.

Del primer tiempo —la antepreparación ya realizada— tuvisteis ya una muestra, venerables hermanos y queridos hijos, en el Motu Proprio publicado ayer tarde en la gran vigilia de Pentecostés, revelación de un trabajo llevado con respetuosa reserva, pero que ha logrado una fecunda y consoladora comprobación de situaciones personales y locales bien determinadas o perfectamente conocidas.

El segundo tiempo, que ahora comienza, nos enfrenta con la constitución de semejantes Comisiones de trabajo conciliar, de carácter prudentemente reservado, pero de importancia capital, de grave y sagrada responsabilidad, especialmente por todos aquellos esfuerzos que serán llamados a cooperar en él, aquí en Roma y de todos los puntos más alejados de la tierra, donde la Iglesia Santa de Jesús extiende sus vastos pabellones o tiene que limitarse todavía a humildes tiendas.

Cada una de estas Comisiones —alrededor de unas diez— y los Secretariados especiales que se crearán eventualmente después, estará presidida por un Cardenal y está llamada a desarrollar su labor en perfecta conexión con la Comisión Central. Esta tiene en la cumbre al Papa, Obispo de Roma y Cabeza de la Iglesia universal, al que compete, nomine et facto, la presidencia y la más alta dirección del Concilio ejerciendo, como diría San Gregorio Magno, el título tan célebre y al mismo tiempo tan humilde de Servus Servorum Dei, de la más gloriosa tradición.

El tercer tiempo, a saber, la celebración oficial del Concilio aquí en el Vaticano, sin duda será el espectáculo más solemne y conmovedor ofrecido mundo et angelis et homnibus, al mundo, a los ángeles y a los hombres (1Co 4,9). Mas la fecha de su celebración dependerá del ritmo y progreso de la preparación del segundo tiempo que ahora comienza.

Al cuarto tiempo, definitivo, el más práctico y provechoso, pertenece la promulgación de las Actas Conciliares, es decir, de las Constituciones donde estará contenida la lex credendi, lex supplicandi, lex vivendi.

III: DOS PUNTOS DIGNOS DE CONSIDERACIÓN:
DISTINCIÓN DE PODERES Y CATOLICIDAD

 

A propósito de este trabajo conciliar es necesario indicar dos puntos dignos de consideración.

Primer punto: El Concilio Ecuménico tiene una estructura y organización propias, que no debe confundirse con la función ordinaria y característica de los diferentes Dicasterios o Congregaciones, que forman la Curia Romana, la cual procede, incluso durante el Concilio, según el curso ordinario de sus habituales atribuciones para la administración general de la Santa Iglesia. Luego hay que distinguir claramente entre el gobierno ordinario de la Iglesia, del que se ocupa la Curia Romana, y el Concilio. Sin embargo, éste no excluye una cooperación de esclarecida prudencia por parte de los eclesiásticos invitados en consideración a su competencia personal muy reconocida y apreciada.

Segundo punto: El Concilio Ecuménico resultará de la presencia y participación de Obispos y Prelados, que serán la representación viva de la Iglesia Católica esparcida por todo el mundo. A la preparación del Concilio contribuirá valiosamente una reunión de personas doctas, muy competentes, de todo país y de toda lengua. Y esto es ya un principio arraigado en la mente de todo fiel que pertenece a la Santa Iglesia Romana, a saber, que es y se considera verdaderamente como católico, ciudadano del mundo entero, así como Jesús es adorado como Salvador de todo el mundo, Salvator Mundi. Esta es una excelente muestra de verdadera catolicidad, de la que deben darse cuenta lodos los católicos e imponérsela como un precepto para formar la mentalidad propia y dirigir su conducta en las relaciones religiosas y sociales.

Durante los meses de nuestro Pontificado el Señor Jesús nos ha concedido la gracia de servir a esta idea de afirmación y de respeto por la catolicidad de la Santa Iglesia.

La creación de varios Cardenales pertenecientes a lejanos países, que hasta ahora no tuvieron el honor de la púrpura romana; la consagración conferida con nuestras manos bajo estas bóvedas de la Basílica Va­ticana a varios nuevos Obispos, casi veinte en unos meses, de diferentes razas y colores; la afluencia, más fácil y frecuente, no sólo de prelados y de altas personalidades civiles, sino de representantes del pueblo auténtico y genuino, que cada día esperan ver y familiarizarse con el Papa, dichosos de recibir su palabra de bendición y estímulo; muchos pertenecientes a grupos de comunidades cristianas separadas, a los que una voz íntima del corazón empuja amablemente a acercarse a nuestra humilde persona, como para confiarnos la íntima alegría del encuentro y como el gusto anticipado de algo más dulce y misterioso que la Providencia nos reserva en días mejores para la Santa Iglesia de Jesús Salvador de todo el mundo.

Conviene hacer hincapié en este nuevo surco que tiende a abrirse en más vastas proporciones, y en este cultivar la catolicidad, alegre promesa de frutos nobles y abundantes.

IV. MANERAS DE COOPERAR EN EL CONCILIO

Permitid os digamos que el principal medio para hacer honor a nuestra profesión de católicos sinceros y aspirantes a la perfección de la unidad católica es trabajar con provecho y confianza en la abundantísima mies; fomentando en todos, clero y laicado, el sentido de lo sobrenatural.

a) Sentido y espíritu sobrenatural

Queridos hijos: el espíritu sobrenatural es cosa grave e importante. No es comparable un Concilio Ecuménico y un tratado de política nacional o internacional.

Las dos concepciones de la vida humana, tanto del individuo como del hombre perteneciente al orden social, vida del espíritu y vida del cuerpo, vida eterna y vida temporal, deberían conciliarse fácilmente entre sí, aunque distinguiéndose sin excluirse. El Salmo lo expresa bien: Coelum coeli Domino; terram autem dedit filiis hominum, los cielos son cielos para el Señor. La tierra se la dio a los hijos de los hombres (Sal 113,10 Pero suele ocurrir que algunos enfrentan y oponen el cielo a la tierra, vida eterna a vicisitudes humanas. En cambio, la religión, el culto al Señor, la Santa Iglesia los acerca y une. ¡Ah! ¡Qué misterio de verdad, de gracia y de salvación es la Santa Iglesia Católica en su triple manifestación de vitalidad divina y humana: Iglesia militante, purgante, triunfante!

Pero no es inútil repetirlo. La Iglesia se preocupa ante todo del espíritu, pero también la afectan las solicitudes ordinarias de la vida cotidiana y puede y quiere santificarlas; sin embargo, realiza esto en el acto mismo de invitar al cristiano a mantenerse en guardia, pues le pueden distraer de elevarse a Dios, principio y fin, a Jesús Salvador y a todo lo que Jesús representa: Evangelio, vida de Cristo en nosotros, nuestra vida en El, nuestra vida en Cristo Jesús, humilde, paciente y glorioso. Esto significa, queridos hermanos e hijos, prepararse al Concilio con sentido de elevación sobrenatural según el espíritu de la Santa Iglesia, evitando confundir lo sagrado con lo profano, las intenciones de orden espiritual y religioso con los esfuerzos humanos —aun dignos de respeto— que miran únicamente a buscar goces, honores, riquezas, prosperidad de vida material.

b) Seguir el desarrollo profundizando en los principios doctrinales, importancia histórica y adecuado criterio práctico

Otra manera de cooperación en los méritos y beneficios del Concilio Ecuménico es seguir el curso de su desarrollo ahondando en los principios doctrinales, en la cultura religiosa, en conocimientos históricos, de lo cual la inteligencia honrada y bien equilibrada saca un criterio acertado y práctico y unas inestimables enseñanzas.

El ideal de la vida de todo redimido en este mundo, el ideal último de toda sociedad sobre la tierra, familia, nación y universo entero, sobre todo y de modo especial, el ideal de la Santa Iglesia Católica y Apostólica, al que puede aspirar y colaborar un Concilio Ecuménico, es el triunfo de Cristo Jesús. Y en este crecimiento de Cristo en nosotros, veritatem facientes in caritate (abrazados a la verdad, crezcamos en caridad), hallamos el verdadero y definitivo progreso. ¡Oh, qué sublimes palabras las de San Pablo a Efesios!: «Cristo es la Cabeza. De El desciende la virtud a todo el cuerpo bien trabado y unido mediante la trabazón de los adecuados ligamentos, la proporción de cada una de sus partes, que encuentran en El su propio crecimiento en una perfección de amor».

Estas misteriosas palabras de San Pablo merecerían figurar en la entrada del Concilio Ecuménico. Queremos repetirlas en el texto sagrado; el que sabe latín debería aprenderlas de memoria: Veritatem facientes in caritate, crescamus in illo per omnia qui est caput Christus: ex quo totum corpus compactum et connexum per omnem iuncturam subministrationis, secundum operationem in mensuram uniuscuiuque membri, augmentum corporis facit, in aedificationem sui in caritate. «Abrazados a la verdad, crezcamos en caridad, llegándonos a Aquel que es nuestra cabeza, Cristo, de quien todo el cuerpo, trabado y unido por todos los ligamentos que lo unen y nutren para la operación propia de cada miembro, crece y se perfecciona en la caridad» (Ef 4,15-16).

A través de cada frase de que consta esta cita de San Pablo nos es fácil escoger los puntos luminosos de donde surgirá la hermosura y esplendor acabado de esta gran afirmación de la Iglesia Católica, como es el Concilio Ecuménico, con una organización perfecta, siempre dispuesta, como siempre lo está la Iglesia, a los grandes éxitos del presente y del futuro. Verdad y caridad: Cristo en la cumbre y cabeza del cuerpo místico que es su Iglesia, cuerpo compacto y conexo por todos sus ligamentos, cada uno en su lugar, todo para edificación y crecimiento de caridad fraterna, de santa y bendita paz.

V. LA FUENTE DE LA GRACIA: EL ESPÍRITU SANTO

 De esta invitación del Apóstol de las Gentes, asociado a San Pedro, piedra fundamental de la Iglesia, como Jesús le proclamó, es fácil elevar nuestro espíritu a las fuentes de la gracia, es decir, al Espíritu Santo, al que se dedica por todo el mundo la fiesta litúrgica de hoy.

Así el gran acontecimiento del Concilio Ecuménico toma cuerpo y vida en la doctrina y en el espíritu de Pentecostés. Dos palabras en el Credo Apostólico bastan para ensalzar la naturaleza y eficacia del Espíritu Santo: Et in Spiritum Sanctum Dominum et vivificantem.

Señor y vivificador en cuanto pertenece a la augusta Trinidad: Cum Patre et Filio simul adoratur et conglorificatur.

Señor y vivificador en cuanto que penetra con su virtud los dos Testamentos, el Antiguo y el Nuevo; en cuanto continúa y multiplica su operación de fortaleza, suavidad y gracia en la Santa Iglesia que es su Esposa bendita.

La primera operación del Espíritu Santo en la Iglesia es la selección y elección de los miembros que deben integrarla. Todas las perspectivas misionales se abren ante nosotros, y el Espíritu Santo las ilumina y enciende.

Su luz brota de las primeras palabras del Libro de los Hechos de los Apóstoles. Se dice de los primeros discípulos de Jesús, columna y fundamento de la Iglesia, que los escogió praecipiens apostolis per Spiritum Sanctum, quos elegit. Movido por el Espíritu Santo, tomó sus disposiciones acerca de los apóstoles que se había elegido (Hch 1,2).

El mismo día de Pentecostés fueron tres mil los elegidos. Pocos días después otros cinco mil se unieron a ellos por la predicación de Pedro y Juan bajo el pórtico del templo. Después de los judíos, se asocian a ellos los gentiles; el encuentro del centurión Cornelio, que recibe el bautismo con sus camaradas. Después de estas primeras conquistas, ¿quién puede seguir la marcha impetuosa del Divino Espíritu que precede, acompaña a los evangelizadores penetrando en las almas de quienes le escuchan y dilatando las tiendas de la Iglesia Católica hasta los últimos confines de la tierra, pasando por todos los siglos de la historia? El camino de la Santa Iglesia de Cristo a lo largo de estos veinte siglos, a veces con frecuencia, o mejor dicho, casi siempre, está señalado con lágrimas y sangre. Pero siempre es verdadero el testimonio de los primeros escritores eclesiásticos: Sanguis martyrum, semen est christianorum. La sangre de los mártires es semilla de cristianos (cf. Tert. Apol. L; Migne PL 1,534).

Observad bien lo que ocurre ante nuestros ojos, lo que oyen nuestros oídos. En estos últimos siglos que precedieron a la época contemporánea, indudablemente la naturaleza humana, inclinada a la prevaricación del error y del pecado, ha chocado violentamente con la gracia espiritual y celestial, cuyo depósito sagrado conserva siempre la Santa Iglesia. Pero ved lo que ocurre. En los países que crecieron y fueron grandes por obra de ella, a la cual deben todo lo que ha constituido y sigue constituyendo para ellos su mayor honor, encontró aquí y allá incomprensiones, adversidades y hasta duras opresiones contra la libertad de culto, de pensamiento y de enseñanza.

No creáis que el Espíritu Santo va a abandonarla a la amenazadora ruina.

El humilde sucesor de San Pedro no puede ir personalmente a visitar los distintos países del mundo, cuya grave solicitud lleva sobre sí, pero todos los representantes de los diferentes continentes conocen el camino de Roma, capital del mundo católico y, precisamente como Pablo y Bernabé, a quienes nos referimos al principio de este coloquio, vuelven al Vaticano a contarnos las maravillas de la gracia del apostolado y los prodigios de la práctica, que siempre sigue su camino, de las virtudes teologales y cardinales, de las obras de misericordia que son garantía de la verdadera civilización.

La Santa Iglesia Católica encuentra en algunos países del mundo graves y dolorosas dificultades y oposiciones por parte de aquellos cuyos padres inmediatos y abuelos gozaron de su afecto maternal. No creáis que el Espíritu Santo la haya abandonado o vaya a abandonarla. ¿Cómo puede explicarse, si no es por el soplo de este Espíritu vivificador, el aumento cada año de las vocaciones al apostolado? ¿Cómo explicarse este fervor de acercamiento, del que tenemos pruebas día tras día, por parte de los hermanos separados al centro de la unidad religiosa, a la unam, sanctam, catholicam et apostolicam Ecclesiam? Este feliz acontecimiento de la vuelta más frecuente de las almas hacia Roma como el centro de unidad religiosa se une al otro de los países en otro tiempo infieles y ahora visitados por la luz del Evangelio.

VI: ELEVACIONES ESPIRITUALES:
CLERO Y FIELES DE TODA LA IGLESIA
EN UNIÓN DE ORACIONES CON EL PAPA

Venerables hermanos y queridos hijos: Benedicamus Patrem et Filium cum Sancto Spiritu.

Las emociones profundas de que está llena nuestra alma especialmente en estos días al comenzar el ingente trabajo que nos espera para el Concilio Ecuménico, el recuerdo de la pronta y alegre respuesta que nos ha llegado de lo alto en la celebración del Sínodo Romano, cuyas constituciones nos proponemos promulgar en la festividad de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo, las vibrantes manifestaciones de fe, de piedad popular, de religioso afecto filial de que fue objeto nuestra humilde persona en las visitas que hicimos a los barrios populares del suburbio en los domingos de la pasada cuaresma, envuelven a nuestro espíritu en una atmósfera tan elevada de abandono a la gracia del Espíritu Santo, de deseo de santificación que nos sugiere una invitación ardiente de padre y pastor a todos los que están más cerca y familiares aquí en la Ciudad Santa, a todos los hermanos e hijos que rezan con Nos el mismo Credo Apostólico, a que sigan participando más íntimamente del mismo sentimiento de fervorosa piedad, de obras sinceras que produzcan luz de pureza, gran edificación de caridad y de excelente apostolado religioso y social.

Confiamos en que todavía podremos hablar, a lo largo del camino, según la oportunidad y con la única finalidad de alcanzar, también para la paz de las almas y de las naciones, toda gracia y bendición.

VII. MARÍA Y LOS SANTOS DEL SEÑOR,
ESTIMULO E INTERCESIÓN

María, la dulce Madre de Jesús, Verbo Divino, que se hizo carne en Ella por la gracia del Espíritu Santo, y se hizo así Madre nuestra, esté siempre con vosotros perseverando en la oración, para que el Espíritu Santo siga derramando en la vida de la Iglesia sus dones y obrando sus prodigios para salvación de todo el mundo.

¿Y los santos de Dios? ¡Oh, cada uno de los santos es una obra maestra de la gracia del Espíritu Santo! Aquí en torno a San Pedro vigilan en oración por la Santa Iglesia los santos cuyos primeros ornamentos fueron discípulos inmediatos de Jesús, mártires y pontífices de los más grandes a los más modestos; pertenecientes a todas las edades y a todos los países del mundo. A veces las reliquias de sus cuerpos han quedado reducidas a poco, pero siempre palpita aquí su recuerdo y su plegaria. No hace mucho tuvimos ocasión de recordar a algunos de los más insignes, que aquí vinieron de Oriente, donde tuvimos la feliz oportunidad de visitar las huellas de los monumentos todavía reconocibles de su paso: la anastasis, entre otros, donde desarrolló sus admirables sermones De re Trinitaria San Gregorio Nacianceno, cuyos restos mortales reposan bajo el altar de esta rica capilla gregoriana, que evoca la otra suntuosa del coro capitular, que circunda de inapreciable majestad el sepulcro de San Juan Crisóstomo: las dos voces más autorizadas, la suya y la del Nacianceno, para desear bendecir e interceder por el retorno de las Iglesias de Oriente al seno de la Iglesia, una, santa, católica y apostólica.

¡Oh, qué acontecimiento prodigioso sería, como flor de caridad humana y celestial, la decidida disposición a la reunión de los hermanos separados de Oriente y Occidente en el único rebaño de Cristo, Pastor eterno!

Esto sería uno de los más preciosos frutos del próximo Concilio Ecuménico Vaticano II para gloria del. Señor en la tierra y en el cielo, para exaltación universal en la plenitud del misterio de la Comunión de los Santos.

¡Oh, los santos, los santos del Señor que por todas partes nos alegran, nos animan, nos bendicen!

Vosotros, queridísimos hijos, comprendéis bien que nuestro corazón de pastor y padre de la cristiandad se conmueva en esta mañana con emoción y afecto particular en la exaltación de los nuevos santos, que en virtud de la autoridad apostólica, nos ha sido con cedido asociar al cortejo de los elegidos y privilegiados antecesores en participar en el triunfo de Cristo.

Es una excelente y felicísima suerte para Nos. El santo Obispo y Cardenal Barbarigo, glorificado en la fiesta de la Ascensión, y el otro San Juan de Ribera, Arzobispo de Valencia, cuyas sienes ceñiremos con la aureola de la mayor exaltación en la luz de la Santísima Trinidad el próximo domingo, nos evocan la palabras animosas de San Pablo en el Areópago de Atenas: Es el Señor del cielo y de la tierra quien nos da a todos la vida, el aliento y todos los demás bienes. Somos de su linaje. Y, por tanto, no debemos confundirnos con el oro, la plata, o la piedra y todo lo que es obra humana, sino salir honrosos de nuestra semejanza con El, con Cristo, su Hijo y hermano nuestro entregado a nosotros para nuestra salvación y santificación.

Así sea, queridos hijos, ahora y siempre, por el afán y esfuerzo especial de perfección cristiana durante estos meses de preparación intensa para el Concilio Ecuménico, para paz y bendición de la Iglesia Santa y del mundo entero. Así sea.


* AAS 52 (1960) 517-526. Discorsi, messaggi, colloqui, vol. II, págs. 391-402.

 

 



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