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ALOCUCIÓN DEL PAPA JUAN XXIII
A LOS COOPERADORES SALESIANOS
*

Patio de San Dámaso
Jueves 31 de mayo de 1962, fiesta de la Ascensión

 

Queridos hijos e hijas:

Este día tan luminoso de fin de mayo, fiesta de la Ascensión, en que Jesús, elevándose de la tierra a los cielos desapareció de las miradas de sus más íntimos, pudo parecer triste por que se oculta ahora el Divino Maestro, como si huyera de la familiaridad de los Apóstoles.

En cambio, San Lucas se preocupa de decirnos que Jesús los sacó fuera de la ciudad, a Betania, y levantando las manos les bendijo y se elevó sobre ellos y ellos volvieron a Jerusalén, pero con gran alegría "cum gaudio magno" (Lc 24, 52).

De hecho, tuvieron motivo de alegrarse, por la promesa del Espíritu Santo, inminente, y también porque permanecía con ellos, en buena compañía, la misma Madre de Jesús en común participación de gracia y oración.

Esta evocación del misterio de la Ascensión quiere ser un saludo previo y un estímulo, queridos hijos de Don Bosco, llegados en gran número aquí a la mansión del Padre a llenarla de tanto afecto y de tanta viveza de fe y de deseo de obrar bien.

A lo largo de nuestra vida nos acompañaron los recuerdos y ecos renombrados de la familia salesiana, cuya prueba elocuentísima nos ofrece esta Audiencia en el Patio de San Dámaso.

Lo hemos referido ya otras veces; lo hemos comunicado en muchos encuentros. Hoy basta con una sencilla alusión. La cara imagen de la Virgen, bajo la advocación de Auxiliadora, fue durante muchos años familiar a nuestros ojos de niño y adolescente en casa de nuestros padres. Las empresas de Don Bosco, considerado en su plenitud de eclesiástico perfecto en el ejercicio de la oración, del testimonio personal íntimo de acción, levantaron entusiasmos tales que hicieron desear después a un joven preparado para el sacerdocio, como lo estuvimos desde la edad de catorce años, emular sus ejemplos.

Los folletos de las "Lecturas" salesianas en los comienzos de nuestra juventud, nos ofrecieron muestras de excelente pluma que estimulaban a todos a nuevas formas de apostolado.

Hoy la tercera familia salesiana, como agrada llamarla, ha venido a dar prueba de su viveza, de la que querernos destacar dos aspectos: el amor de reconocimiento a la congregación fundada por San Juan Bosco y el honor que se le tributa al hacer brillar en todos los aspectos de la vida católica, en la parroquia, en la diócesis, en los ambientes de trabajo, los ejemplos del Santo que quiso ser en todo hijo devotísimo de la Iglesia: ministro y apóstol de su magisterio en todo campo del dogma, de la educación moral, del servicio social.

Cooperadores es palabra elevada; de hecho, todo obispo llama "cooperatores ministerii nostri" (Pont. Rom. in Ord. Presb.) a sus sacerdotes, cooperadores de nuestro ministerio.

En verdad, es palabra sagrada y llena de significado. No debiera usarse aplicándola solamente a la contribución, aun digna de gratitud, de un ofrecimiento en dinero, sino que se extiende a todo un compromiso de vida, a un servicio constante y generoso.

Habéis aludido al Concilio. No podíamos dudar de que también vosotros pensáis en el gran acontecimiento; pedid por él y estad dispuestos a hacer algo, mucho incluso, cuando se trate de cumplir todo lo que los Padres del Concilio hayan deliberado con Nos.

Por nuestra parte hemos dedicado nuestra vida a este fin, y con Nos un número inmenso de almas escogidas. La cooperación de muchas, nobles y santas energías de la Iglesia docente nos llena el ánimo de consuelo porque vemos que el trabajo marcha con paso seguro hacia los objetivos deseados. Y todo hace esperar para bien, incluso la espera respetuosa de todo el mundo.

Vosotros podéis, ciertamente, cooperar en el éxito del Concilio y en su aplicación. No es necesario hablar mucho, basta con pensar en su finalidad considerándolo desde el punto de vista de los horizontes pastorales y de apostolado misionero, que quiere abrir o dilatar: almas que llevar, conducir de nuevo a Cristo, corazones que enfervorizar con el amor de los grandes ideales del cristianismo, instituciones y empresas de la civilización actual que consagrar al triunfo del Reino de Dios en un esfuerzo de adaptación a las crecientes exigencias para que a todos llegue incontaminada y persuasiva la esencia del mensaje de Cristo.

En el vasto campo de acción pastoral que se abre en la época del Concilio y exigirá nuevas formulaciones después de su celebración, los seglares están profusamente invitados a ocupar su puesto de responsabilidad individual y comunitaria bajo la amable dirección de los obispos y junto a un entendimiento fraternal con los sacerdotes.

Por lo demás, la invitación no es de los tiempos modernos, sino de siempre, especialmente en los sectores de la asistencia y beneficencia, de la acción social, de la prensa, del empleo del tiempo libre, de las diferentes técnicas audiovisuales y de los medios de difusión del pensamiento. A tales campos están llamados particularmente los queridos hijos del laicado por su competencia y preparación y por la posibilidad que tienen de penetrarlos con la convicción de la fe.

A ellos estáis llamados, queridos hijos e hijas, y la sabia organización, en que se manifiesta la cooperación salesiana, os depara oportunidad de ferviente preparación.

A la luz de este vasto horizonte nos es tan grato animaros a la fidelidad y a la perseverancia. Continuad alegremente vuestro camino, sed conscientes de las grandes posibilidades, que tenéis, de hacer el bien, obradlo valerosa y serenamente, sed la levadura destinada a fermentar la masa (Mt 13, 33.)

Estas palabras llegan ahora a vuestras almas, directamente a cada uno de vosotros, pero se extienden a todo el laicado de acción católica, de las terceras órdenes, de las hermandades, de las pías uniones.

Nos os acompañamos a todos con nuestra oración para que por la intercesión de la Bienaventurada Virgen Auxiliadora, de San Francisco de Sales y de San Juan Bosco y de la luminosa constelación de tantos otros santos protectores del apostolado de los seglares, podáis dar frutos para Dios con toda buena y hermosa obra. Y sea prenda de nuestros cordiales votos la implorada y consoladora Bendición Apostólica.


* Discorsi Messaggi Colloqui del Santo Padre Giovanni XXIII, vol. IV, pp. 306-309.

 

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