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DISCURSO DEL PAPA PABLO VI
A LOS PARTICIPANTES EN LA CONFERENCIA
DEL MOVIMIENTO EUROPEO*

Sábado 9 de noviembre de 1963

 

Nos alegramos recibiendo hoy a las personalidades que participan en la Conferencia organizada por el Consejo Internacional del Movimiento Europeo y manifestándoles la simpatía con que la Iglesia Católica y la Santa Sede, en particular, siguen lodos los esfuerzos serios y sinceros para dar a Europa una unidad más honda, sólida y orgánica.

Nos apreciamos las finalidades que vosotros perseguís, los trabajos a los que dedicasteis la reunión romana y, también, las intenciones que os han sugerido traer hasta aquí el eco de vuestros debates, convencidos, como lo estáis, que han de encontrar en Nos comprensión y apoyo.

Efectivamente, también Nos, que llevamos la grande y pesada responsabilidad de predicar el Evangelio y de transformar en hermanos a todos los hombres, Nos, herederos de la misión pastoral que, a lo largo de los siglos, ha considerado a Europa como una cristiandad solidaria – si bien perfectamente diferenciada en grupos distintos que esa misma misión tendía a educar según su genio peculiar – ¡también Nos estamos por la Europa unida! Nos no podemos no desear que el proceso del cual Europa debe surgir más unida, más desvinculada de los intereses particulares y de las rivalidades locales y más atada a los sistemas de ayuda mutua, adelante y alcance resultados concretos y definitivos.

Porque también Nos vemos, como vosotros y como todo el mundo, que Europa es ya una realidad a la que el desarrollo de las relaciones modernas entre los pueblos ofrece un apoyo indiscutible. La evolución espontánea de la vida de este continente lo transforma en una comunidad unida por una red de nexos técnicos y económicos, que no pide nada más que ser vitalizada por un mismo espíritu y ser reconocida como el fruto de una larga tarea, irreversible y benéfica.

De ahí la necesidad de dar a los hechos el sello de las fórmulas jurídicas más aptas. Los que temen que la unificación de Europa, termine por nivelar y hacer desaparecer los valores históricos y culturales de los distintos países, lejos de trabar deberían más bien favorecer la formación de las estructuras jurídicas del nuevo organismo de Europa, para evitar que la unidad no le sea impuesta efectivamente por factores de naturaleza externa y material, a costa del patrimonio interior y espiritual, o por la fuerza de la necesidad contra la cual no sería fácil oponer el día de mañana una resistencia eficaz.

A las razones reales y a las de necesidad Nos podríamos agregar otra que Nos interesa más de cerca: el deber; el deber que nace del deseo de promover y salvaguardar la paz. Todos conocemos la historia trágica de nuestro siglo: si un medio existe para impedir que se repita, éste es la construcción de una Europa pacífica, orgánica, unida. La paz fundada sobre el equilibrio de las fuerzas o sobre la tregua de los antagonismos o sobre intereses puramente económicos no puede ser más que frágil; le faltará siempre la fuerza necesaria para resolver los problemas fundamentales de Europa, aquellos que interesan a las poblaciones que la forman y al espíritu fraterno y comunitario que la anima.

No Nos corresponde determinar cómo cumplir con ese deber, que cada día demuestra más la urgencia de ser resuelto y que, sin embargo, sigue siendo –Nos lo reconocemos– temible. Son los hombres políticos, los expertos quienes deben hallar la solución concreta y gradual de este grande y complejo problema. Nos tenemos fe en su cordura y esperamos que ésta les permita hallar las fórmulas nuevas para que Europa sea una unidad viva, en cuyo seno la evolución histórica que Nos ha precedido –particularmente la del siglo XIX y del nuestro– y que ha dado a las diferentes nacionalidades su libre expresión sea respetada y sancionada.

Para lograr estos fines tan deseables como difíciles, la preparación psicológica tiene que jugar un papel benéfico, quizás decisivo. Esta es la finalidad de vuestra labor. Hay que crear una opinión pública tan general como sea posible, hay que idealizar las tareas que los jefes y los órganos responsables deben perseguir; hay que hacer conocer a todo el mundo y principalmente a la juventud la bondad de la causa de Europa unida, para que pueda realizarse su nueva organización política y social y pueda mantenerse con el apoyo espontáneo de los pueblos y en un espíritu de colaboración mutua y sincera.

Y es por eso que la Iglesia cree que debe y puede dar su apoyo a la causa de vuestro Movimiento. Su apoyo, como todo el mundo lo sabe, es de naturaleza espiritual, o sea religioso, para todos los que tienen la suerte de pertenecer a la Iglesia y de respirar su atmósfera de caridad universal; pero también es ofrecido, en el plan humano, a todos aquellos que reconocen el esfuerzo de la Iglesia en defender y difundir los principios de la razón natural sobre los cuales los pueblos deben basar su humanismo fundamental. La Encíclica Pacem in terris de Nuestro venerado Predecesor Juan XXIII ha proclamado algunas verdades fundamentales: a este respecto Nos atrevemos a invitar a vuestro Movimiento a buscar su mejor inspiración en este documento magistral.

Nuestro voto se acompaña de Nuestra Bendición paternal que Nos impartimos con gran afecto a todos vosotros, a los promotores de vuestra actividad y a todos aquellos que adhieren al Movimiento con un sincero espíritu de fraternidad y de sinceridad.


*ORe (Buenos Aires), año XIII, n°588, p.3.

 



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