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DISCURSO DE SU SANTIDAD PABLO VI
A LOS PARTICIPANTES EN LA XVIII SEMANA BÍBLICA

Viernes 25 de septiembre de 1964

 

Gustosos recibimos a los participantes en la XVIII Semana Bíblica italiana, profesores de Sagrada Escritura, cultivadores de los estudios bíblicos, promotores del conocimiento y culto de las Sagradas Escrituras.

Nos sentimos dichosos por la común intención que os une respecto a la profundización en la comprensión de la Biblia; nos alegramos por el método, tanto científico como de divulgación, que dirige vuestra actividad; nos gozamos también por el número de miembros que componen vuestra asociación y el de los que a ella se adhieren; conocemos el trabajo organizativo con que perseguís los objetivos de vuestra asociación, haciendo amplia y sistemática su difusión; gustosos, pues, nos complacemos por el desarrollo de esta Semana, densa en estudio y discusiones, y por las demostraciones de vuestra devoción filial, que nos queréis testimoniar con vuestra visita y el homenaje de vuestras copiosas y apreciadas publicaciones. Pero sobre todo nos alegra el espíritu con que os dedicáis a un trabajo de tanto mérito y de tantas dificultades, deseosos de perfeccionar la ciencia de los libros sagrados, no para demoler su autoridad, sino para buscar en ellos la verdad de la palabra de Dios, y no solamente con los recursos de la erudición humana, sino también con el auxilio del magisterio de la Iglesia, guardiana e intérprete de la revelación divina.

De esta forma vuestra actividad se injerta en el movimiento espiritual que restaura en la Iglesia católica no precisamente el obsequio a la Sagrada Escritura, que nunca vino a menos en ella, sino el interés por la exploración de la Biblia en todos sus aspectos y su acercamiento práctico a los actos de la vida religiosa para sacar de ella, además de la fuente y norma de la fe, alimento de consuelo interior, que brota precisamente de la lectura de los divinos mensajes del libro santo. Estudio y piedad son al mismo tiempo motivo y término de este culto de la Sagrada Escritura; y Nos gustosos lo alabamos y alentamos, sabiendo que todo ello está iluminado y guiado por los superiores y amorosos criterios que la Iglesia profesa con respecto a la inteligencia, exposición y asimilación de los textos escriturísticos.

Vosotros conocéis muy bien estos criterios, pues sois maestros y estudiosos, y no es preciso que en estos brevísimos momentos os los recordemos. Nos basta recordaros que las enseñanzas pontificias, contenidas especialmente en dos grandes documentos, las encíclicas Providentissimus Deus, de León XIII, y Divino afflante Spiritu, de Pío XII, son todavía válidas y dignas del estudio y observancia de todo cultivador de las disciplinas escriturísticas. Queremos solamente citar otras dos recientes intervenciones del magisterio Pontificio en esta amplísima y venerada materia, la Constitución del Concilio Ecuménico Vaticano II De sacra liturgia, en la que se inculca y exaltan de nuevo la lectura, la explicación y la celebración, podríamos decir, de la palabra de Dios, contenida en la Sagrada Escritura; y la Instrucción de la Comisión Pontificia Bíblica, del pasado mayo, en la cual, al paso que se alaban los esfuerzos de la exégesis moderna en pro de una mejor inteligencia y valoración de los textos sagrados, se indican también sus límites y peligros, y se defiende de forma especial, con tranquila y vigorosa claridad, la verdad histórica de los santos Evangelios.

Solamente nos queda, en esta circunstancia, revalidar los propósitos y trabajos, de los que vosotros nos dais una prueba noble y consoladora, con una triple recomendación:

Continuad, ante todo, en vuestra dedicación al estudio, y al empeño por la Sagrada. Escritura con gran solicitud por caminar en el camino recto, que es el trazado por la Santa Iglesia. Todos sabemos las nuevas e inmensas dificultades que obstaculizan este camino, que son mucho más graves y peligrosas por estar íntimamente ligadas al desarrollo mismo de los estudios bíblicos, tentados a veces de restringir, dentro del perímetro de la teoría humana y personal, el campo inmenso y misterioso de la verdad bíblica, hasta privaría de su carácter sagrado y de su valor trascendente, con el triste resultado de desvanecer la realidad y el poder de esa Sagrada Escritura, que de por sí pretendían constituir en sustancia de la religión y dar, sin quererlo, testimonio de la providencial necesidad de un magisterio vivo que tutele y esclarezca el sentido auténtico del libro divino. La ortodoxia doctrinal que la Iglesia recomienda y preceptúa en las peligrosas y atractivas investigaciones exegéticas modernas no prejuzga el estudio, no ofusca la mirada de las más arduas y complejas investigaciones bíblicas, sino que permite al exégeta fiel conocerlo todo sin perder nada. Conocer lo que las ciencias antiguas y nuevas nos ofrecen racionalmente en el campo de la Escritura, y no perder lo que la sabiduría de la fe sabe que ellas contienen.

Nuestra segunda recomendación la vemos ya actualizada en vuestros inteligentes trabajos. Que vuestro trabajo esté sostenido por un profundo sentimiento religioso. Que nunca os abandone la conciencia de la presencia divina en las páginas que estudiáis. Que un secreto diálogo interior acompañe vuestro estudio y lectura de las Escrituras. La Biblia es, en muy diversas formas, palabra de Dios. Una postura de gozosa piedad y temerosa veneración no debe nunca fallar en quien se dispone a escucharla, a investigarla, a exponerla. Esta postura no embaraza los movimientos del pensamiento y del lenguaje humanos; al contrario, los hace más expeditos y confiados y los socorre en su cansancio con un impulso nuevo de carácter vivo, como el que puede dar la oración. Recordáis muy bien el consejo de San Agustín a los estudiosos de las sagradas letras: «Oren para entender. En esas letras en las que son estudiosos leen porque “el Señor da la sabiduría, y de su rostro mana la ciencia y el entendimiento” (Proverbios, 2,9); de quien han recibido esta misma afición, si es que está presidida por la piedad» (De doctrina christ. III; 56, P. L., 34, 89-90).

Y, finalmente, trabajad para difundir el amor, el estudio, la meditación, la observancia de la palabra divina que se nos ofrece y conserva en la Sagrada Escritura. Todos conocemos las cautelas que deben acompañar la divulgación de la Biblia, especialmente entre el pueblo, rara vez provisto de las muchas nociones complementarias para un exacto y benéfico entendimiento del texto sagrado. Estará muy bien que estas cautelas encuentren nuevas y oportunas precisiones prácticas, tanto más solícitas cuanto más extensa quiera ser la difusión de la Biblia, y cuanto más cercana queramos hacer su lectura de la piedad interior y personal de los fieles; pero esto no debe ser un obstáculo a esta difusión, que el crecido nivel de la cultura popular hace más ambiciosa y más fácil, y que la renovación espiritual que la Iglesia pretende hoy promover, volviendo a llevar a las almas a las fuentes de la vida religiosa, la hace urgente y saludable.

Que nuestra exhortación os demuestre lo que apreciamos vuestra actividad y cómo gustosos le deseamos toda clase de felices incrementos.

Sea prueba de ello nuestra bendición apostólica.

 



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