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DISCURSO DEL SANTO PADRE PABLO VI
A LOS PARTICIPANTES EN EL CONGRESO NACIONAL
DEL CENTRO «JOVEN EUROPA»*

Miércoles 8 de septiembre de 1965

 

Dilectos Hijos:

Conocéis perfectamente con cuánta benevolencia Nos acogemos siempre a los representantes de esos movimientos que –justamente preocupados por los intereses superiores de la humanidad– se dedican con todo empeño a la construcción de una Sociedad mejor y a una paz duradera. Por eso, el homenaje que hoy Nos presentan los participantes en el Congreso Nacional del Centro "Joven Europa", procura una satisfacción especial a Nuestro ánimo.

Nos os queremos asegurar de inmediato que son varios los motivos que justifican Nuestro interés por los trabajos de vuestro Congreso.

Ante todo, vuestro programa de acción. Dedicáis vuestros esfuerzos al logro de una Europa unida y pacífica. Ideal, éste, en sumo grado hermoso e importante, verdaderamente digno de una generación nueva que ha sacado útiles enseñanzas de las trágicas experiencias de las últimas guerras; esto responde a una visión — a Nuestro criterio — moderna y sabia, del actual momento histórico en el que los pueblos viven en una estrecha interdependencia mutua de intereses; se halla, además, en plena conformidad con la concepción cristiana sobre la convivencia humana que tiende a hacer del mundo una sola familia de pueblos hermanos. Por eso, queridos Hijos, la Iglesia de buena gana os anima en vuestro trabajo. Se trata de una meta muy ardua, por cierto, pero cuya necesidad aparece vital para la Europa del mañana, y quizás también para el mundo entero.

Nos alegramos con vosotros además, porque vuestro Congreso se desarrolla en un momento extremadamente delicado con relación al proceso de unificación europea. Considerando la situación general, después de los pasos considerables efectuados y los felices resultados ya obtenidos, asistimos, al presente, a un retroceso respecto a la tensión ideal del período postbélico, y a un debilitamiento, si no de la fe en los ideales mismos, al menos de la capacidad de profesarla, de testimoniarla y de convertirla en norma de actividad. En realidad, concepciones diferentes e intereses contrapuestos, cuyos fundamentos estamos muy lejos de desconocer, pueden algunas veces atenuar el sentido de la solidaridad, la preeminencia del bien común sobre los intereses particulares y la conciencia de constituir una entidad política, cultural, económica única en vías de formación.

Nos damos cuenta muy bien que esta revolución pacífica no puede dejar de encontrar obstáculos muy serios, para cuya superación se requieren magnanimidad, firmeza y coherencia; resultan necesarias renuncias y sacrificios por parte de todos. Sin embargo, Nos abrigamos la firme persuasión de que la causa de la unificación europea, al fin de cuentas, vencerá todas las dificultades. Estas, sin duda, podrán obstaculizar e incluso frenar, pero nunca detener definitivamente la marcha hacia la unidad de pueblos que, tanto la historia como la geografía, llevan a comprenderse y no a vivir en difícil equilibrio o en continuo antagonismo entre sí. En realidad, vuestra causa posee un contenido de valor humano y cristiano tan profundo –como lo indicamos más arriba– que hallará siempre espíritus nobles y generosos dispuestos a no escatimar esfuerzos hasta lograr el triunfo definitivo.

Pero la confirmación más convincente de que vuestro movimiento no se detendrá, Nos viene de vosotros mismos, jóvenes de la Europa de hoy; de vuestro empeño y del empeño con el que otros muchos hermanos vuestros, esparcidos por todas partes, se encuentran unidos en el común esfuerzo por construir la Europa del futuro. Vosotros no sólo aportáis a la causa de la unión europea la contribución insustituible de vuestro entusiasmo juvenil, sino que además constituiréis la opinión pública del mañana y de vosotros saldrá, de acuerdo con el método democrático, el impulso y la orientación de, la actividad de los hombres de gobierno.

En este sentido, vosotros, los jóvenes, ya desde ahora podéis desarrollar una función importante en el terreno psicológico, contribuyendo a la formación de una conciencia europea y facilitando, de esa manera, las obligaciones que los jefes y los órganos responsables deben perseguir. Porque si debe realizarse la Europa unida, ésta no debe ser una creación artificial, impuesta del exterior, sino que debe surgir corno expresión que fluye espontáneamente del interior de cada uno de los pueblos; debe generarse como fruto de persuasión y de amor, no como resultado técnico y quizás fatal de las fuerzas políticas y económicas. Nos creemos que nadie puede lograr esto mejor que los jóvenes. Vosotros, en efecto, por vuestra naturaleza y educación, estáis en condiciones de liberaros más fácilmente que las generaciones que os han precedido de esa mentalidad que ha madurado durante largos períodos de guerra y de odios, y que es el origen de las divisiones y antagonismos que lamentamos.

Desgraciadamente, si la edificación de esta conciencia europea se ha mantenido suficientemente entre los hombres de gobierno, no se puede afirmar que se haya difundido adecuadamente en todos los estratos sociales. Por otra parte, semejante conciencia no se halla todavía preparada técnicamente como para resistir a las dificultades que inevitablemente se deben afrontar. La opinión pública en efecto, considera el problema de la unificación solamente, o de manera especial, en función de las ventajas económicas que se pueden conseguir, como si las fuerzas ideales de la unificación misma derivaran de las económicas y a ellas, por tanto, debieran subordinarse.

Aún reconociendo que las ventajas económicas recíprocas pueden favorecer los lazos de orden espiritual, vosotros, jóvenes, debéis reafirmar sin tregua la preeminencia de los principios ideales, si queréis que la causa de la unión europea no claudique ante los obstáculos concretos y no padezca las propias fluctuaciones de la coyuntura económica. En otros términos, la unión en el campo económico como se la persigue hasta el presente, constituye ciertamente una base insustituible; no empeña, sin embargo, más que una parte de los esfuerzos que se deben efectuar para llegar a una unión plena y eficaz. Esta supone la difusión de una atmósfera serena y cordial en las relaciones mutuas, impregnada de un vivo sentimiento de justicia, de comprensión, de lealtad, de respeto y especialmente de amor fraterno. Sólo de está manera se dará a la idea de una Europa unida, su riqueza espiritual y su fuerza moral y se aceptarán conscientemente todas las consecuencias prácticas y onerosas que esta unión involucra, superando la tentación de pretender cosechar solamente los beneficios sin asumir también los riesgos de la solidaridad, de ceder a sentimientos egoístas y de despreciar las características culturales de cada pueblo, las cuales, en cambio, deben ser respetadas y valoradas, puesto que toda cultura es portadora de valores originales y todas, por consiguiente, deberán enriquecer el patrimonio común de la Europa unida.

Para el logro de estas finalidades, hallaréis una ayuda de imponderable valor en la doctrina y en la práctica de la Iglesia, cuya elevada y universal concepción de la convivencia humana – como lo demuestra la historia – más que ninguna otra concepción social ha sido factor de unidad entre los pueblos más diversos. ¿Y no es acaso de una concepción profundamente cristiana de donde los principales promotores del actual movimiento unitario europeo recogieron sus mejores inspiraciones para dar vida a las primeras realizaciones?

Por otra parte, la Iglesia os ofrece su apoyo moral, con tanto mayor gusto cuanto que ella considera que la misión de Europa todavía no ha terminado y el mundo aún necesita su ayuda. En realidad, los males de Europa son los males del mundo, y su división espiritual sigue siendo la causa principal de las privaciones que afligen a gran parte de la humanidad.

De esta manera, se perfila para todos los hijos de la Iglesia y, en particular, para los movimientos espirituales, culturales, sociales y políticos que se alimentan con el mensaje cristiano, el deber que les incumbe, peculiar de este momento histórico, de favorecer, con todos los medios, la causa de la pacífica unión europea y de colocar al servicio de la misma las fuerzas de cohesión de que disponen. Trabajar por el nacimiento de una Europa al fin pacíficamente unida, significa contribuir a volver a llevar a la misma Europa al cauce de sus antiguas y gloriosas tradiciones de civilidad, y significa al mismo tiempo, abrir para la fe cristiana más amplios horizontes, de manera que ésta pueda hacer fermentar nuevamente, con levadura evangélica, las estructuras de este viejo continente, al que los otros Continentes tienen mucho todavía que solicitar.

Por esos motivos, Nos formulamos el augurio sincero de que prosigáis en vuestra noble empresa en vista de una Europa pacificada y unificada, sin demoras y con el mismo entusiasmo y espíritu de dedicación al servicio del bien común. Por cierto, Dios no dejará de asistiros con sus bendiciones; y, para que éstas desciendan con abundancia sobre vuestros trabajos, de todo corazón Nos os impartimos la Nuestra y con gusto la extendemos a todos vuestros seres queridos lo mismo que a vuestras magníficas actividades.


*ORe (Buenos Aires), año XV, n°677, p.4.

 



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