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DISCURSO DEL SANTO PADRE PABLO VI
A LOS ALUMNOS DE LA PONTIFICIA ACADEMIA ECLESIÁSTICA*


Sala del Trono del Palacio Apostólico Vaticano
Lunes 6 de marzo de 1978

 

¡Queridísimos sacerdotes, alumnos de la Pontificia Academia Eclesiástica!

Vuestro buenísimo y venerado presidente, mons. Cesare Zacchi, nos ha informado de la gran insistencia con que habéis deseado este gozoso encuentro, que se realiza al final de los ejercicios espirituales anuales y con ocasión de la partida de los alumnos de segundo curso hacia las Representaciones Pontificias a las que en estos días han sido destinados.

Mas os diremos que el encuentro nos proporciona también a nosotros alegría profunda. Primero porque vemos que sois muy numerosos y podemos comprobar así de visu que la Academia continúa en silencio activo la alta misión para la que fue instituida y sostenida por los Romanos Pontífices desde 1701: la formación de los agregados al servicio diplomático de la Santa Sede. Segundo, porque vemos muy bien representados los distintos pueblos del mundo de los que provenís: Canadá, Francia, Alemania, India, Italia, Yugoslavia. Malta, Polonia, España, Estados Unidos, Suiza, Uganda y Vietnam. La internacionalización deseada por el Concilio Vaticano II es un hecho también en vuestra institución secular que manifiesta por ello de manera adecuada las exigencias nuevas del momento. más aún, un aspecto nuevo y prometedor.

Pero sobre todo estamos contento de esta circunstancia porque podemos aseguraros que os seguimos con afecto paterno, con solicitud particular y con atención pastoral. La Pontificia Academia Eclesiástica es una institución demasiado importante y delicada para no aprovechar por nuestra parte esta ocasión para manifestaros a vosotros alumnos, y a cuantos se preocupan por su suerte, la atención con que personalmente la seguimos, y aunque no todos los años podemos acogeros —en efecto, la última audiencia se remonta a marzo del Año Santo—, esta preocupación es para nosotros viva y cotidiana, y seguimos con el pensamiento y con la oración a cuantos os han precedido para atender a su específica formación y que ahora sirven a la Santa Sede en el lugar y grado asignado, formando una cadena de oro que cada año se alarga con nuevos eslabones, digamos con nuevas vidas consagradas a la Iglesia y a la Sede Apostólica.

Porque precisamente de esto se trata: de un servicio único y privilegiado, con frecuencia oscuro y desconocido, lejano de la casa y de la patria, lejano también —y es el sacrificio más grande— de este centro de catolicidad que dejó su impronta profunda en vuestras vidas de jóvenes sacerdotes estudiantes, para ser instrumentos eficaces de enlace entre la Cátedra de Pedro y las Iglesias locales —obispos, sacerdotes y fieles—, así como entre el humilde Servus servorum Dei (Siervo de los siervos de Dios) y las supremas instancias que dirigen la suerte de los pueblos. Y esto siempre en el signo de Cristo, de su Evangelio, de la paz difundida por El en el mundo y para la elevación de los hermanos en la justicia y en la caridad.

Nos complace reafirmar estos conceptos de por sí ya conocidos —sobre todo después del Concilio Vaticano II y del "Motu proprio" Sollicitudo omnium Ecclesiarum del 24 de junio de 1969 (AAS 61, 1969, págs. 473-484; L'Osservatore Romano, Edición en Lengua Española, 29 de junio de 1969, pág. 5)— al encontrarnos con vosotros, jóvenes sacerdotes, destinados a tal servicio si Dios lo quiere y si estáis provistos de los requisitos necesarios. Tanto ahora, cuando vuestra voluntad sostiene vuestros esfuerzos para prepararos a las futuras incumbencias, como en las situaciones que mañana podréis encontrar en vuestros respectivos puestos de trabajo, recordad que lo que se os pide tendrá éxito en tanto en cuanto viváis más profunda y auténticamente vuestro sacerdocio.

El diplomático de la Santa Sede es ante todo y sobre todo sacerdote: sin ilusiones, especialmente hoy, de vida cómoda, de privilegios y mucho menos de grandezas humanas. Como dijimos en 1951, con ocasión del 250 aniversario de fundación de la Academia, "si la diplomacia tiene un defecto, un atractivo, un encanto de dudoso valor es el de aparecer como una carrera fácil... Todo esto se le presenta, sí, al alumno de la Academia, pero se le presenta como una escala de responsabilidades: a medida que ascenderás tanto más servirás; y recordad que ascender quiere decir tener el peso de nuevas responsabilidades; y debéis saber lo que quiere decir representar, quiere decir dar, exponerse a sí mismo por Otro: oportet me minui, illum autem crescere (conviene que yo mengüe para que El crezca); a medida que vayas subiendo temblarás más por tu misión y tendrás que unir con la oración y la humildad el ejercicio de las funciones que se te exigirán".

Hijos queridísimos, esto se os pedirá. Si la frase del Apóstol impendam et superimpendam (me gastaré y me desgastaré, 2 Cor 12, 15) debe ser lema de toda vida sacerdotal, tanto más os debe inspirar a vosotros cuya figura, cuya función, cuya misma razón de ser es precisamente dedicarse. gastarse, cansarse por Cristo Salvador y por su reino que es la Iglesia; la Iglesia que está en el mundo —y en aquella parte del mundo donde cada uno de vosotros se encontrará—, donde ella ora, trabaja, espera y sufre, vive y se extiende en el corazón y en las instituciones de los hombres. Impendam et superimpendam. Este es vuestro programa, vuestra ambición, vuestra gloria.

A los sacerdotes que pronto partirán les deseamos que realicen plenamente este ideal en el trabajo, ¡y es tanto! que les espera ya en breve plazo; y lo mismo deseamos también a todos vosotros, alumnos, a fin de que tengáis las ideas bien claras mientras lleváis adelante vuestros estudios y sepáis sacar las consecuencias de todo ello. Os estamos cercano, como lo estamos de todos los sacerdotes, niña de nuestros ojos e incluso más todavía y oramos cada día por vosotros. "Testigo me es Dios —diremos con San Pablo—de cuánto os amo a todos en las entrañas de Cristo Jesús. Y por esto ruego que vuestra caridad crezca más y más en conocimiento y en toda discreción, para que sepáis discernir lo mejor y seáis puros e irreprensibles para el día de Cristo, llenos de frutos de justicia por Jesucristo, para gloria y alabanza de Dios" (Flp 1, 8, ss.).

Igualmente damos las gracias al dignísimo cuerpo de profesores, y sobre todo a mons. presidente, por la obra que todos llevan a cabo en beneficio vuestro y de la Iglesia. Y a todos bendecimos in nomine Domini.


*ORe n.11 p.11.

 



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