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VISITA PASTORAL A VIGÉVANO Y PAVÍA

CONCELEBRACIÓN EUCARÍSTICA

HOMILÍA DE SU SANTIDAD BENEDICTO XVI^

Plaza Ducal de Vigévano
Sábado 21 de abril de 2007

 

Queridos hermanos y hermanas: 

"Echad la red... y encontraréis" (Jn 21, 6).

Hemos escuchado estas palabras de Jesús en el pasaje evangélico que se acaba de proclamar. Se encuentran dentro del relato de la tercera aparición del Resucitado a los discípulos junto a las orillas del mar de Tiberíades, que narra la pesca milagrosa. Después del "escándalo" de la cruz habían regresado a su tierra y a su trabajo de pescadores, es decir, a las actividades que realizaban antes de encontrarse con Jesús. Habían vuelto a la vida anterior y esto da a entender el clima de dispersión y de extravío que reinaba en su comunidad (cf. Mc 14, 27; Mt 26, 31). Para los discípulos era difícil comprender lo que había acontecido. Pero, cuando todo parecía acabado, nuevamente, como en el camino de Emaús, Jesús sale al encuentro de sus amigos. Esta vez los encuentra en el mar, lugar que hace pensar en las dificultades y las tribulaciones de la vida; los encuentra al amanecer, después de un esfuerzo estéril que había durado toda la noche. Su red estaba vacía. En cierto modo, eso parece el balance de su experiencia con Jesús:  lo habían conocido, habían estado con él y él les había prometido muchas cosas. Y, sin embargo, ahora se volvían a encontrar con la red vacía de peces.

Y he aquí que, al alba, Jesús les sale al encuentro, pero ellos no lo reconocen inmediatamente (cf. Jn 21, 4). El "alba" en la Biblia indica con frecuencia el momento de intervenciones extraordinarias de Dios. Por ejemplo, en el libro del Éxodo, "llegada la vigilia matutina", el Señor interviene "desde la columna de fuego y humo" para salvar a su pueblo que huía de Egipto (cf. Ex 14, 24). También al alba María Magdalena y las demás mujeres que habían corrido al sepulcro encuentran al Señor resucitado.

Del mismo modo, en el pasaje evangélico que estamos meditando, ya ha pasado la noche y el Señor dice a los discípulos, cansados de bregar y decepcionados por no haber pescado nada:  "Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis" (Jn 21, 6). Normalmente los peces caen en la red durante la noche, cuando está oscuro, y no por la mañana, cuando el agua ya es transparente. Con todo, los discípulos se fiaron de Jesús y el resultado fue una pesca milagrosamente abundante, hasta el punto de que ya no lograban sacar la red por la gran cantidad de peces recogidos (cf. Jn 21, 6).

En ese momento, Juan, iluminado por el amor, se dirige a Pedro y le dice:  "Es el Señor" (Jn 21, 7). La mirada perspicaz del discípulo a quien Jesús amaba —icono del creyente— reconoce al Maestro presente en la orilla del lago. "Es el Señor":  esta espontánea profesión de fe es, también para nosotros, una invitación a proclamar que Cristo resucitado es el Señor de nuestra vida.

Queridos hermanos y hermanas, ojalá que esta tarde la Iglesia que está en Vigévano repita con el entusiasmo de Juan:  Jesucristo "es el Señor". Ojalá que vuestra comunidad diocesana escuche al Señor que, por medio de mis labios, os repite:  "Echa la red, Iglesia de Vigévano, y encontrarás". En efecto, he venido a vosotros sobre todo para animaros a ser testigos valientes de Cristo.

La confiada adhesión a su palabra es lo que hará fecundos vuestros esfuerzos pastorales. Cuando el trabajo en la viña del Señor parece estéril, como el esfuerzo nocturno de los Apóstoles, no conviene olvidar que Jesús es capaz de cambiar la situación en un instante. La página evangélica que acabamos de escuchar, por una parte, nos recuerda que debemos comprometernos en las actividades pastorales como si el resultado dependiera totalmente de nuestros esfuerzos. Pero, por otra, nos hace comprender que el auténtico éxito de nuestra misión es totalmente don de la gracia.

En los misteriosos designios de su sabiduría, Dios sabe cuándo es tiempo de intervenir. Y entonces, como la dócil adhesión a la palabra del Señor hizo que se llenara la red de los discípulos, así también en todos los tiempos, incluido el nuestro, el Espíritu del Señor puede hacer eficaz la misión de la Iglesia en el mundo.

Queridos hermanos y hermanas, con gran alegría me encuentro entre vosotros:  os doy las gracias y os saludo a todos cordialmente. Os saludo como representantes del pueblo de Dios reunido en esta Iglesia particular, que tiene su centro espiritual en la catedral, en cuyo atrio estamos celebrando la Eucaristía.

Saludo con afecto a vuestro obispo, mons. Claudio Baggini, y le agradezco las cordiales palabras que me ha dirigido al inicio de la celebración. Saludo asimismo al arzobispo metropolitano, cardenal Dionigi Tettamanzi, a los obispo lombardos y a los demás prelados.

Dirijo un cordial saludo en especial a los sacerdotes, felicitándolos por la generosidad con que desempeñan su servicio eclesial, sin escatimar esfuerzos ni trabajos. Extiendo mi saludo a las personas consagradas, a los agentes pastorales y a todos los fieles laicos, cuya valiosa colaboración es indispensable para la vida de las diversas comunidades. Y no puede faltar un afectuoso saludo a los seminaristas, que son la esperanza de la diócesis.

Saludo, asimismo, a las autoridades civiles, a las que agradezco el significativo mensaje de cortesía que manifiesta su presencia.

Por último, mi saludo va a los fieles que se hallan reunidos en las diferentes parroquias para seguir este encuentro mediante la televisión y a todos los que participan en esta asamblea eucarística en las plazas y en las calles adyacentes a esta sugestiva plaza Ducal, al fondo de la cual destaca la artística fachada de la catedral, proyectada por el ilustre obispo de Vigévano, mons. Juan Caramuel, científico de fama europea, de cuyo nacimiento habéis celebrado el 4° centenario en los meses pasados. Esta fachada, con una arquitectura singular, une de forma armoniosa el templo a la plaza y al castillo con su torre, simbolizando así la síntesis admirable de una tradición en que se mezclan las dos dimensiones de vuestra ciudad:  la civil y la religiosa.

"Echad la red... y encontraréis" (Jn 21, 6). Querida comunidad eclesial de Vigévano, ¿qué significa en concreto la invitación de Cristo a "echar la red"? Significa, en primer lugar, como para los discípulos, creer en él y fiarse de su palabra. También a vosotros, como a ellos, Jesús os pide que lo sigáis con fe sincera y firme. Por tanto, poneos a la escucha de su palabra y meditadla cada día. Para vosotros esta dócil escucha encuentra una actuación concreta en las decisiones de vuestro último Sínodo diocesano, que se concluyó en 1999.

Al final de ese camino sinodal, el amado Juan Pablo II, que se encontró con vosotros el 17 de abril de 1999 en una audiencia especial, os exhortó a "bogar mar adentro y a no tener miedo de haceros a la mar" (L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 23 de abril de 1999, p. 4). Que nunca se apague en vuestro corazón el entusiasmo misionero suscitado en vuestra comunidad diocesana por ese providencial Sínodo, inspirado y querido por el recordado obispo mons. Giovanni Locatelli, que deseaba ardientemente una visita del Papa a Vigévano. Siguiendo las orientaciones fundamentales de ese Sínodo y las directrices de vuestro pastor actual, permaneced unidos entre vosotros y abríos a los amplios horizontes de la evangelización.

Que os sirvan de guía constante estas palabras del Señor:  "En esto conocerán todos que sois discípulos míos:  si os tenéis amor los unos a los otros" (Jn 13, 35). Llevar las cargas los unos de los otros, compartir, colaborar, sentirse corresponsables, es el espíritu que debe animar constantemente a vuestra comunidad. Este estilo de comunión exige la contribución de todos:  del obispo y de los sacerdotes, de los religiosos y de las religiosas, de los fieles laicos, de las asociaciones y de los diversos grupos comprometidos en el apostolado. Las parroquias, como teselas de un mosaico, en plena sintonía entre sí, formarán una Iglesia particular viva, orgánicamente insertada en todo el pueblo de Dios.

Las asociaciones, las comunidades y los grupos laicales pueden dar una contribución indispensable a la evangelización, tanto en la formación como en la animación espiritual, caritativa, social y cultural, actuando siempre en armonía con la pastoral diocesana y según las indicaciones del obispo. Os animo también a seguir prestando atención a los jóvenes, tanto a los "cercanos" como a los "alejados". Desde esta perspectiva, promoved siempre, de modo orgánico y capilar, una pastoral vocacional que ayude a los jóvenes a encontrar el verdadero sentido de su vida.

Y ¿qué decir, por último, de la familia? Es el elemento fundamental de la vida social y, por eso, sólo trabajando en favor de las familias se puede renovar el entramado de la comunidad eclesial —veo que estamos de acuerdo— e incluso de la sociedad civil.

Vuestra tierra es rica en tradiciones religiosas, en fermentos espirituales y en una activa vida cristiana. A lo largo de los siglos la fe ha forjado su pensamiento, su arte y su cultura, promoviendo solidaridad y respeto a la dignidad humana. Expresiones muy elocuentes de este rico patrimonio vuestro son las ejemplares figuras de sacerdotes y laicos que, con una propuesta de vida arraigada en el Evangelio y en la enseñanza de la Iglesia, han testimoniado, especialmente en el ámbito social de fines del siglo XIX y de los primeros decenios del siglo XX, los auténticos valores evangélicos, como base sólida de una convivencia libre y justa, atenta especialmente a los más necesitados.

Esta luminosa herencia espiritual, redescubierta y alimentada, no puede por menos de representar un punto de referencia seguro para un servicio eficaz al hombre de nuestro tiempo y para un camino de civilización y de auténtico progreso.

"Echad la red... y encontraréis". Este mandato de Jesús fue dócilmente acogido por los santos, y su existencia experimentó el milagro de una pesca espiritual abundante. Pienso de modo especial en vuestros patronos celestiales:  san Ambrosio, san Carlos Borromeo y el beato Mateo Carreri. Pienso también en dos ilustres hijos de esta tierra, cuya causa de beatificación está en curso: el venerable Francesco Pianzola, sacerdote animado por un ardiente espíritu evangélico, que supo salir al encuentro de las pobrezas espirituales de su tiempo con un valiente estilo misionero, atento a los más alejados y en particular a los jóvenes, y el siervo de Dios Teresio Olivelli, laico de la Acción católica, que murió a los 29 años en el campo de concentración de Hersbruck, víctima sacrificial de una violencia brutal, a la que él opuso tenazmente el ardor de la caridad.

Estas dos figuras excepcionales de discípulos fieles de Cristo constituyen un signo elocuente de las maravillas realizadas por el Señor en la Iglesia de Vigévano. Reflejaos en estos modelos, que ponen de manifiesto la acción de la gracia y son para el pueblo de Dios un estímulo a seguir a Cristo por la senda exigente de la santidad.

Queridos hermanos y hermanas de la diócesis de Vigévano, mi pensamiento va, por último, a la Madre de Dios, a la que veneráis con el título de Virgen de la Bozzola. A ella le encomiendo todas vuestras comunidades, para que obtenga una renovada efusión del Espíritu Santo sobre esta querida diócesis.

La fatigosa pero estéril pesca nocturna de los discípulos es una advertencia perenne para la Iglesia de todos los tiempos:  nosotros solos, sin Jesús, no podemos hacer nada. En el compromiso apostólico no bastan nuestras fuerzas:  sin la gracia divina nuestro trabajo, aunque esté bien organizado, resulta ineficaz.

Oremos juntos para que vuestra comunidad diocesana acoja con alegría el mandato de Cristo y con renovada generosidad esté dispuesta a "echar" las redes. Entonces experimentará ciertamente una pesca milagrosa, signo del poder dinámico de la palabra y de la presencia del Señor, que incesantemente confiere a su pueblo una "renovada juventud del Espíritu" (cf. oración colecta).



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