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DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LOS PARTICIPANTES EN EL
IV CONGRESO MISIONERO NACIONAL
ORGANIZADO POR LA CONFERENCIA EPISCOPAL ITALIANA

Aula Pablo VI
Sábado 22 de noviembre de 2014

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Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Hoy os habéis levantado temprano: ¿a qué hora? ¡A las 4! ¡Un poco exagerado! Felicitaciones al coro: ¡muy bueno! Gracias.

Os acojo de buen grado, con ocasión del Congreso misionero nacional de la Iglesia en Italia, y agradezco a monseñor Ambrogio Spreafico las palabras que me ha dirigido. Le he dicho: «Estad atentos, que nos os coma la ballena». Me ha dicho: «Para Cristo, la ballena es el dinero; es el dios dinero». Es verdad, el Señor dice: «No se puede servir a dos señores». Es verdad. ¡Es sabio el obispo!

El programa de vuestro congreso se inspira en lo que el Señor le dijo al profeta Jonás: «Vete a Nínive, la gran ciudad». Pero, al principio, Jonás huye. Se dirige, al contrario, a occidente. Tiene miedo de ir a esa gran ciudad, preocupado más por juzgar que por la misión que se le confía. Sin embargo, después va, y todo cambia en Nínive: Dios muestra su misericordia, y la ciudad se convierte. La misericordia cambia la historia de las personas e, incluso, de los pueblos. Como dice el apóstol Santiago: «La misericordia triunfa sobre el juicio» (St 2, 13). La invitación que se le hizo a Jonás, hoy se os dirige a vosotros. Y esto es importante. Cada generación está llamada a ser misionera. Llevar lo que tenemos dentro, lo que el Señor nos ha dado. ¡Esto desde el comienzo! Recordemos cuando Andrés y Juan encontraron al Señor, y después hablaron con Él aquella tarde y aquella noche. Estaban entusiasmados. Lo primero que hicieron Andrés y Juan fue ser misioneros. Fueron a ver a hermanos y amigos: «¡Hemos encontrado al Señor, hemos encontrado al Mesías!». Esto sucede inmediatamente, después del encuentro con el Señor: esto viene enseguida.

En la exhortación apostólica Evangelii gaudium hablé de «Iglesia en salida». Una Iglesia misionera no puede dejar de «salir», no tiene miedo de encontrar, de descubrir las novedades, de hablar de la alegría del Evangelio. A todos, sin distinción. No para ganar prosélitos, sino para decir lo que tenemos y queremos compartir con todos, sin forzar, sin distinción. Las diversas realidades que representáis en la Iglesia italiana indican que el espíritu de la missio ad gentes debe llegar a ser el espíritu de la misión de la Iglesia en el mundo: salir, escuchar el clamor de los pobres y de los lejanos, encontrarse con todos y anunciar la alegría del Evangelio. Las Iglesias particulares en Italia han hecho mucho. Cada mañana, en la misa de Santa Marta, me encuentro con una, dos o tres personas que vienen de lejos: «Hace muchos años que trabajo en la Amazonia, que trabajo en África, que trabajo…». Muchos sacerdotes, muchas religiosas, muchos laicos fidei donum. ¡Vosotros lleváis esto en la sangre! Es una gracia de Dios. Debéis conservarlo, hacerlo crecer y darlo en herencia a las nuevas generaciones de cristianos. Una vez vino un sacerdote anciano, se veía —¡pobre!— que era muy anciano y estaba algo enfermo: «¿Cómo está usted?». «Ya antes de ordenarme, desde hace sesenta años estoy en la Amazonia». Esto es grande: dejar todo. Repito una cosa que me dijo un cardenal brasileño: «Cuando voy a la Amazonia —porque tiene la tarea de visitar las diócesis de la Amazonia—, voy al cementerio y veo las tumbas de los misioneros. Hay muchos. Y pienso: “¡Estos podrían ser canonizados ahora!”». Es la Iglesia; son las Iglesias de Italia. ¡Gracias! ¡Muchas gracias!

Os agradezco lo que hacéis de diferentes modos: como parte de las oficinas de la Conferencia episcopal italiana, como directores de las oficinas diocesanas, consagrados y laicos juntos. Os pido que os comprometáis con pasión a mantener vivo este espíritu. Veo con alegría a tantos laicos al lado de obispos y sacerdotes. La misión es tarea de todos los cristianos, no sólo de algunos. ¡También es tarea de los niños! En las obras misionales pontificias, los pequeños gestos de los niños educan en la misión. Nuestra vocación cristiana nos pide ser portadores de este espíritu misionero, para realizar una verdadera «conversión misionera» de toda la Iglesia, como lo expresé en la Evangelii gaudium.

La Iglesia italiana —lo repito— ha dado numerosos sacerdotes y laicos fidei donum, que eligen entregar su vida para edificar la Iglesia en las periferias del mundo, entre los pobres y los lejanos. Este es un don para la Iglesia universal y para los pueblos. Os exhorto a no dejaros robar la esperanza y el sueño de cambiar el mundo con el Evangelio, con la levadura del Evangelio, comenzando por las periferias humanas y existenciales. Salir significa superar la tentación de hablar entre nosotros, olvidando a las numerosas personas que esperan de nosotros una palabra de misericordia, de consuelo, de esperanza. El Evangelio de Jesús se realiza en la historia. Jesús mismo fue un hombre de periferia, de la Galilea lejana de los centros del poder del Imperio romano y de Jerusalén. Se encontró con pobres, enfermos, endemoniados, pecadores, prostitutas, reuniendo en torno a sí a un pequeño número de discípulos y a algunas mujeres que lo escuchaban y lo servían. Sin embargo, su palabra fue el comienzo de un cambio en la historia, el comienzo de una revolución espiritual y humana, la buena nueva de un Señor muerto y resucitado por nosotros. Y nosotros queremos compartir este tesoro.

Queridos hermanos y hermanas: os aliento a intensificar el espíritu misionero y el entusiasmo de la misión, y a mantener elevado el espíritu de la Evangelii gaudium en vuestro compromiso en las diócesis, en los institutos misioneros, en las Comunidades, en los Movimientos y en las Asociaciones, sin abatiros ante las dificultades, que no faltan nunca, y —lo recalco— comenzando por los niños. En la catequesis, los niños deben recibir una catequesis misionera. A veces, también en la Iglesia nos abandonamos al pesimismo, que amenaza con privar del anuncio del Evangelio a tantos hombres y mujeres. ¡Vayamos adelante con esperanza! Los numerosos misioneros mártires de la fe y de la caridad nos indican que la victoria está sólo en el amor y en una vida entregada por el Señor y por el prójimo, comenzando por los pobres. Los pobres son los compañeros de viaje de una Iglesia en salida, porque son los primeros a quienes encuentra. Los pobres también son vuestros evangelizadores, porque os indican las periferias donde el Evangelio aún debe anunciarse y vivirse. Salir es no permanecer indiferente ante la miseria, la guerra, la violencia de nuestras ciudades, el abandono de los ancianos, el anonimato de mucha gente necesitada y la distancia de los pequeños. Salir es no tolerar que en nuestras ciudades cristianas haya tantos niños que no saben hacer la señal de la cruz. Esto es salir. Salir es ser agente de paz, la «paz» que el Señor nos da cada día y que el mundo tanto necesita. Los misioneros no renuncian jamás al sueño de la paz, aun cuando viven en medio de dificultades y persecuciones, que hoy vuelven a hacerse sentir con fuerza. Días pasados me reuní con los obispos de Oriente Medio y con dos párrocos de las ciudades más afectadas por la guerra en Oriente Medio: estaban contentos con su servicio a esa gente. Sufrían por lo que estaba sucediendo, pero tenían la alegría del Evangelio.

Que el Señor aumente en vosotros la pasión por la misión y os convierta en testigos de su amor y de su misericordia en todas partes. Y que la Virgen santa, Estrella de la nueva evangelización, os proteja y os fortalezca en la tarea que se os ha confiado. También yo debo ser misionero y os pido, por favor, que recéis por mí, y de corazón os bendigo.

 



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