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MISA DE BEATIFICACIÓN DE CINCO SIERVOS DE DIOS

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

 Domingo 29 de abril de 2001

 

1. "Estaba ya amaneciendo, cuando Jesús se presentó en la orilla" (Jn 21, 4). Al rayar el alba, el Resucitado se apareció a los Apóstoles, que habían pasado toda la noche trabajando en vano en el lago de Tiberíades. El evangelista precisa que aquella noche "no pescaron nada" (Jn 21, 3), y añade que no tenían nada que comer. A la invitación de Jesús:  "Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis" (Jn 21, 6), obedecieron sin dudar. Pronta fue su respuesta y grande su recompensa, porque "por la abundancia de peces no tenían fuerzas para sacar la red" (Jn 21, 6), que había estado vacía durante la noche.

¡Cómo no ver en este episodio, que san Juan narra en el epílogo de su evangelio, un signo elocuente de lo que el Señor sigue realizando en la Iglesia y en el corazón de los creyentes, que confían en él sin reservas! Los cinco siervos de Dios, que hoy he tenido la alegría de elevar al honor de los altares, son testigos singulares del extraordinario don que Cristo resucitado concede a todo bautizado:  el don de la santidad.

¡Bienaventurados los que hacen fructificar este misterioso don, dejando que el Espíritu Santo conforme su existencia a Cristo muerto y resucitado! Bienaventurados sois vosotros que, como astros luminosos, resplandecéis hoy en el firmamento de la Iglesia:  Manuel González García, obispo, fundador de la congregación de las Misioneras Eucarísticas de Nazaret; Carlos Manuel Cecilio Rodríguez Santiago, laico; María Ana Blondin, virgen, fundadora de la congregación de las Hermanas de Santa Ana; Catalina Volpicelli, virgen, fundadora de las Esclavas del Sagrado Corazón; y Catalina Cittadini, virgen, fundadora de las Hermanas Ursulinas de Somasca.

Cada uno de vosotros, al entregarse a Cristo, ha hecho del Evangelio la regla de su existencia. Así, recibiendo esa vida nueva, inaugurada por el misterio de su resurrección, en la fuente inagotable de su amor, os habéis convertido en sus discípulos fieles

2. "Aquel discípulo que Jesús tanto quería le dice a Pedro:  "Es el Señor"" (Jn 21, 7). En el evangelio hemos escuchado, ante  el milagro realizado, que un discípulo reconoce a Jesús. También los otros lo harán después. El pasaje evangélico, al presentarnos a Jesús que "se acerca, toma el pan y se lo da" (Jn 21, 13), nos señala cómo y cuándo podemos encontrarnos con Cristo resucitado:  en la Eucaristía, donde Jesús está realmente presente bajo las especies de pan y de vino. Sería triste que esa presencia amorosa del Salvador, después de tanto tiempo, fuera aún desconocida por la humanidad.

Esa fue la gran pasión del nuevo beato Manuel González García, obispo de Málaga y después de Palencia. La experiencia vivida en Palomares del Río ante un sagrario abandonado le marcó para toda su vida, dedicándose desde entonces a propagar la devoción a la Eucaristía, y proclamando la frase que después quiso que fuera su epitafio:  "¡Ahí está Jesús! ¡Ahí está! ¡No lo dejéis abandonado!". Fundador de las Misioneras Eucarísticas de Nazaret, el beato Manuel González es un modelo de fe eucarística, cuyo ejemplo sigue hablando a la Iglesia de hoy.

3. "Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle quién era, porque sabían bien que era el Señor" (Jn 21, 12). Cuando los discípulos lo reconocen junto al lago de Tiberíades, se afianza su fe en que Cristo ha resucitado y está presente en medio de los suyos. La Iglesia, desde hace dos milenios, no se cansa de anunciar y repetir esta verdad fundamental de la fe.

La experiencia del misterio pascual hace nuevas todas las cosas, pues como cantamos en el Pregón pascual:  "Ahuyenta los pecados, lava las culpas, devuelve la inocencia a los caídos, la alegría a los tristes". Este espíritu animó toda la existencia de Carlos Manuel Rodríguez Santiago, primer puertorriqueño elevado a la gloria de los altares. El nuevo beato, iluminado por la fe en la resurrección, compartía con todos el profundo significado del misterio pascual repitiendo frecuentemente:  "Vivimos para esa noche", la de Pascua. Su fecundo y generoso apostolado consistió principalmente en esforzarse para que la Iglesia en Puerto Rico cobrara conciencia de este gran acontecimiento de nuestra salvación.

Carlos Manuel Rodríguez puso de relieve la llamada universal a la santidad para todos los cristianos y la importancia de que cada bautizado responda a ella de manera consciente y responsable. Que su ejemplo ayude a toda la Iglesia de Puerto Rico a ser fiel, viviendo con firme coherencia los valores y los principios cristianos recibidos en la evangelización de la isla.

4. María Ana Blondin, fundadora de las Hermanas de Santa Ana, es modelo de una existencia entregada al amor y animada por el misterio pascual. Esta joven campesina canadiense propuso a su obispo fundar una congregación religiosa para la educación de los niños pobres del campo, a fin de vencer el analfabetismo. Con gran espíritu de abandono en la Providencia, a la que alababa por su "guía plenamente materna", aceptó humildemente las decisiones de la Iglesia y realizó hasta su muerte trabajos humildes por el bien de sus hermanas. Las pruebas no alteraron jamás su gran amor a Cristo y a la Iglesia, ni su preocupación por formar verdaderas educadoras de la juventud. María Ana Blondin, modelo de una vida humilde y escondida, encontró su fuerza interior en la contemplación de la cruz, mostrándonos que la vida de intimidad con Cristo es el medio más seguro para dar misteriosamente fruto y cumplir la misión querida por Dios. Que su ejemplo dé a las religiosas de su instituto y a numerosos jóvenes el gusto de servir a Dios y a los hombres, en particular a la juventud, a la que es preciso ofrecer los medios para un auténtico desarrollo espiritual, moral e intelectual.

5. "Digno es el Cordero inmolado de recibir... el honor, la gloria y la alabanza" (Ap 5, 12). Estas palabras, tomadas del libro del Apocalipsis y proclamadas en la segunda lectura, corresponden también a la experiencia mística de la beata Catalina Volpicelli. En su vida, totalmente consagrada al corazón del Cordero inmolado, destacan tres aspectos significativos:  una profunda espiritualidad eucarística, una fidelidad inquebrantable a la Iglesia, y una sorprendente generosidad apostólica.

La Eucaristía, adorada largamente y convertida en centro de su vida hasta formular el voto de víctima expiatoria, fue para ella escuela de dócil y amorosa obediencia a Dios. Al mismo tiempo, fue fuente de amor tierno y misericordioso al prójimo:  en los más pobres y marginados amaba a su Señor, al que contemplaba durante mucho tiempo en el santísimo Sacramento.

Siempre supo sacar de la Eucaristía el celo misionero que la llevó a vivir su vocación en la Iglesia, obedeciendo dócilmente a los pastores y dedicándose proféticamente a promover el laicado y formas nuevas de vida consagrada. Sin delimitar espacios operativos, ni dar origen a instituciones específicas, quiso, como ella misma afirmaba, encontrar la soledad en las ocupaciones y un trabajo fecundo en la soledad. Fue la primera "celadora" del Apostolado de la oración en Italia, y deja como herencia, especialmente a las Esclavas del Sagrado Corazón, una singular misión apostólica, que debe seguir alimentándose incesantemente en la fuente del misterio eucarístico.

6. "Sí, Señor, tú sabes que te quiero" (Jn 21, 15; cf. vv. 16 y 17). La triple declaración de amor que, según la página evangélica de hoy, Pedro hace al Señor, nos lleva a pensar en Catalina Cittadini. Durante su difícil existencia, la nueva beata manifestó un amor inquebrantable al Señor. Quienes tuvieron la oportunidad de conocerla ponderan su profunda capacidad de amar, sostenida por un gran equilibrio afectivo. Al quedar huérfana a tierna edad, se convirtió en madre amorosa para las huérfanas. Y quiso que sus hijas espirituales fueran "madres" en la escuela y en el contacto con los niños.

Catalina se esforzaba por ser de Cristo, por llevar a Cristo. Su secreto consistió también en su unión con la Eucaristía. A sus primeras colaboradoras recomendaba cultivar una intensa vida espiritual en la oración y, sobre todo, un contacto vital con Jesús eucarístico. ¡Cuán actual es esta consigna espiritual también para los que están llamados a ser maestros en la fe y quieren transmitir a las nuevas generaciones, en esta época de grandes cambios sociales, los valores de la cultura cristiana!

7. "Testigos de esto somos nosotros y el Espíritu Santo, que Dios da a los que le obedecen" (Hch 5, 32). Con alegría, hagamos nuestras estas palabras tomadas del libro de los Hechos de los Apóstoles, que han resonado en nuestra asamblea. Sí, somos testigos de los prodigios que Dios obra en "los que le obedecen".

Confirmamos la verdad de esta afirmación en vuestra existencia, oh nuevos beatos, a los que desde hoy veneramos e invocamos como intercesores. Vuestra fidelidad heroica al Evangelio es una prueba de la acción fecunda del Espíritu Santo.

Ayudadnos también a nosotros a recorrer el camino de la santidad, especialmente cuando resulta difícil. Sostenednos para mantener fija nuestra mirada en Aquel que nos ha llamado. A vuestra voz, a la de la Virgen María y a la de todos los santos unimos también la nuestra para cantar:  "Al que se sienta en el trono y al Cordero la alabanza, el honor, la gloria y el poder por los siglos de los siglos" (Ap 5, 13). Amén.

 



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