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VIAJE APOSTÓLICO A LA REPÚBLICA FEDERAL DE ALEMANIA

DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS REPRESENTANTES DEL COMITÉ CENTRAL
DE LOS CATÓLICOS ALEMANES


Seminario de Fulda
Martes 18 de noviembre de 1980

 

Muy estimadas señoras y señores,
queridos hermanos y hermanas:

En primer lugar quiero expresarle a usted, muy estimado Señor Presidente, mi sincero agradecimiento por su cordial saludo. Este encuentro con usted y con el Comité Central durante mi estancia en Alemania supone para mí una alegría particular. Como ustedes saben, siendo yo arzobispo de Cracovia, estuve por largos años en la Conferencia Episcopal de Polonia como Presidente de la comisión para asuntos del laicado. En el Sínodo diocesano de Cracovia, una de mis preocupaciones primordiales fue también la colaboración con los laicos. Por experiencias de diversa índole, en mi conciencia ha quedado grabada de una manera imborrable la decisiva importancia que tiene la participación de los laicos en la configuración de la vida eclesial y en el testimonio del mensaje cristiano en el mundo. Con el surgimiento de muchas organizaciones católicas en medio de arduas pruebas de los combates sostenidos por la Iglesia en el último siglo, con el Comité Central de los católicos alemanes, con las 86 celebraciones hasta ahora del "Día de los católicos alemanes", el apostolado laico en Alemania ha adquirido una impronta inconfundible. Me alegro, pues, de poder contemplar en este círculo aquí reunido la presencia viva, por así decirlo, de esta historia: los representantes del Comité Central, los representantes de diversas asociaciones y de los consejos diocesanos de católicos. Finalmente, se han sumado también a este círculo la representación del "Día de la Iglesia evangélica alemana", estrechamente unida al Comité Central y al "Día de los católicos" mediante una ya larga colaboración.

Usted ha aludido, Señor Presidente, a mi mensaje en el 86 "Día de los católicos alemanes", celebrado en Berlín. Este "Día de los católicos" me da también a mí, con su lema, el punto de partida para mi breve respuesta a su cordial saludo, —¡"El amor de Cristo es más fuerte"!— ¿No podría compendiarse en esta frase la experiencia del largo siglo de historia que tiene ya este sólido y compacto apostolado laical en su país? El amor de Cristo fue más fuerte que todas las tendencias secularizantes en el campo político y cultural; ellas no pudieron debilitar ni destrozar la fuerza vital que configuraba socialmente la Iglesia católica de Alemania. El amor de Cristo se manifestó más fuerte que todo lo que en la historia de su país hubiera podido separar al Papa y los obispos por un lado y a los laicos católicos por otro. El catolicismo alemán tiene un peso importante y memorable en la empresa restauradora de su patria después de la guerra. Todo lo que han llevado a cabo los laicos católicos en el campo cultural, educativo, social o político constituye no sólo una parte de la historia de la Iglesia, sino una parte incluso de la historia nacional y de la historia europea. ¿Cuál es la fuerza para una entrega tan sublime? ¿Cuál es la fuerza que ha contribuido también a tantos y tan importantes pasos en la reconciliación entre Alemania y sus países vecinos del Este y del Oeste? Para los cristianos la respuesta es clara; es la respuesta del lema en el "Día de los católicos": el amor de Cristo es más fuerte.

Ciertamente, ustedes no han elegido este lema para expresar sus propias experiencias del pasado. Ustedes han mirado con toda razón, y éste es nuestro deber, hacia adelante; han entrevisto las tareas que a todos se nos presentan. La serie de tareas que en su información me han indicado son un reto a abrir espacio para ese amor más fuerte de Cristo, un reto a encontrar desde él, de un modo valiente, decidido y tenaz, soluciones incluso para esos problemas que humanamente parecen casi insolubles. Sólo la fe en ese amor más fuerte de Cristo puede darnos serenidad e imparcialidad para anunciar todo el mensaje del Evangelio frente a la indiferencia, la resignación, la desorientación, el miedo a la vida y la insolencia. Donde nosotros hagamos esto, donde anunciemos con claridad y sin rodeos el Evangelio, avalándolo con nuestra propia vida, allá habrá también hoy hombres que lo escuchen y precisamente jóvenes. Debemos formar espacios vivos en que los creyentes proclamen con su palabra y con su ejemplo el carácter profundamente liberador del seguimiento de Cristo. Es cierto que no van a desaparecer los problemas como por arte de magia, pero crecerá de nuevo el valor para ponerse a caminar y, a pesar de toda aversión a normas, instituciones y tradiciones, crecerá también el valor para confiarse a la Iglesia, a su comunidad, a su ejemplo y su mensaje, pero igualmente a su magisterio y a su servicio pastoral.

El trabajo de ustedes se dirige correctamente a los más diversos sectores: a la política y a la sociedad, a la formación y la cultura, a la convivencia de los pueblos y al mundo del trabajo y de la economía. Su punto de mira abarca también los problemas actuales en el matrimonio y en la familia, el servicio social e incluso el arte y el mundo de los medios. Para la solución de las cuestiones que aquí se plantean ustedes intentan conseguir, desde el Evangelio y la enseñanza social de la Iglesia, un criterio adecuado y la fundamentación sólida del actuar cristiano. Esto es precisamente lo que, de una manera nueva y universal, quiso poner en juego el Concilio Vaticano II al hablar sobre todo de la misión de los laicos en el mundo. No dejen de poner todos sus esfuerzos en este campo y no se limiten a lo ya conseguido. Si el Evangelio debe ser en este mundo levadura que penetra la masa de la realidad terrena, si el amor de Cristo ha de manifestarse más fuerte también aquí, es necesario emprender nuevos desarrollos y crear situaciones nuevas. ¿Qué presencia tiene el cristianismo en su país: por citar algún ejemplo, en la literatura, en el teatro, en el arte de hoy? ¿Cuál es la presencia de la Iglesia: y de los cristianos en el ámbito de la prensa, de la radio y de la televisión? ¿Hay un comportamiento cristiano ejemplar en la convivencia —hasta ahora inhabitual— de extranjeros y alemanes en las grandes ciudades y en el trabajo? ¿Hasta qué punto es comprensible para ustedes la solidaridad de los diversos pueblos y culturas en un mundo único? ¿Con qué seriedad se plantean cuestiones tan apremiantes como las de la energía y el medio ambiente? Sé que ustedes no pasan por alto todos estos problemas y les estoy agradecido. Pero yo quisiera animarles al mismo tiempo a emprender valientemente y con plena decisión nuevos caminos que posibiliten a muchos, tanto dentro como fuera de su país, unirse al grito de Berlín:. Sí, en verdad el amor de Cristo es más fuerte.

 



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