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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II 
EN EL 50 ANIVERSARIO DE LA CORONACIÓN CANÓNICA 
DE LA IMAGEN DE LA VIRGEN DEL CAMINO

19 de octubre de 1980

 

Amadísimos hermanos y hermanas,

Es para mí un motivo de gran satisfacción estar hoy con vosotros y unir mi voz a la vuestra, en sintonía de sentimientos y de afecto, para rendir homenaje de amor filial a la Santísima Virgen, en este quincuagésimo aniversario de la Coronación canónica de su imagen - imagen evocadora de “la Piedad” - venerada en ese hermoso Santuario, bajo la advocación popular de “La Virgen del Camino”. A todos los queridísimos hijos de León y de las regiones vecinas, llegue mi más cordial saludo de bendición en el Señor: Que la paz de Cristo tenga siempre en vuestro interior la última palabra. Sed agradecidos.

Mis sentimientos son pues de sincero parabién para vosotros que, siguiendo los pasos de vuestros mayores en la fe, camináis al encuentro diario con Cristo, nuestra paz, traído de manera especial por la Virgen a esas laboriosas tierras. El pueblo de León está viviendo feliz esta presencia de la Madre y del Hijo en su suelo, particularmente durante estas jornadas de dilatado respiro espiritual, condensando en la plegaria, a la espera de renovar hoy su ofrenda, generosa y confiada a la que canta como “Reina y Madre” con espontáneo fervor y gratitud.

Sé muy bien lo que esto significa y doy por ello gracias a Dios. Significa que desde ese lugar bendito, hogar espiritual de la familia leonesa y remanso acogedor para devotos y peregrinos, se ha difundido en el tiempo y en el espacio y ha prendido en los corazones el misterio de amor, que la Virgen del Camino, teniéndolo visible entre sus brazos, ha hecho realidad más fructuosa y cercana: Cristo Salvador nuestro, Cristo nuestro hermano.

La Virgen del Camino, mostrando y poniendo al alcance de vuestros ojos la humanidad yaciente y redentora de su divino Hijo, ha sido durante siglos un evangelio viviente: ha anunciado sin cesar que las heridas, las dolencias y hasta la misma muerte, así como la soledad, la división de los espíritus y los males morales no son para sus hijos la última palabra. Ella os está diciendo y atestiguando que la suerte definitiva del hombre es Cristo, la Palabra encarnada, el Amor hecho perdón, gracia y alegría de Dios en medio de su pueblo. ¡Cuántos, junto a su imagen, se han sentido bienaventurados porque, al igual que Ella, “han creído”, dejándose acercar de este modo a las fuentes de la salvación! De verdad, Ella os ha manifestado, y vosotros lo habéis experimentado, “el don de Dios”, ese deseo íntimo de redención que ha inundado el alma de esa región española y que expresáis felizmente como una súplica anhelante dirigida a la Virgen: “muéstranos a Jesús, vivo y glorioso, que herencia nuestra es”.

Sí, Jesús vivo y glorioso, herencia nuestra insustituible: he ahí en resumen el evangelio perenne de la Virgen del Camino. Es sumamente consolador para mí, saber que este mensaje mariano no ha quedado en silencio baldío, sino que ha encontrado terreno propicio para enraizarse en un corazón nuevo y en un espíritu nuevo que os tiene unidos en la esperanza y en el amor fraterno. Sea un eco vivo de esta solidaridad en Cristo por María, la Residencia para minusválidos que va a surgir a la sombra protectora de ese Santuario, encomendada a la Caritas diocesana; nada mejor que estos hermanos nuestros, cuya existencia dolorida les hace más semejantes al Siervo de Dios, para hacer actual y familiar, es decir, eclesial, la presencia de Cristo, camino de verdad y de vida, que “nos transformará en cuerpo glorioso como el suyo”.

Todo esto os recuerda; a todo esto os llama la Virgen del Camino en su figura de la “Piedad”. Y de vuestra generosidad espera también que os ofrezcáis a continuar proclamando su propio mensaje. Lo espera de todos, pero singularmente de los sacerdotes, de los religiosos y de las personas consagradas, quienes con su “fiat” asumen como propia la gozosa misión de dar la vida por los hombres, por Cristo palabra definitiva y herencia nuestra.

A vosotros, a vuestras familias, a los ancianos y enfermos, a los niños y jóvenes mi más cordial Bendición Apostólica, en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.

 



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