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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS PROMOTORES Y PARTICIPANTES
EN UN CONGRESO INTERNACIONAL SOBRE «AMBIENTE Y SALUD»


Lunes 24 de marzo de 1997

 

Ilustres señores y señoras:

1. Os dirijo un saludo cordial a todos vosotros, promotores, organizadores y participantes en el congreso sobre el tema: «Ambiente y salud», a los que la Universidad católica del Sagrado Corazón ha brindado hospitalidad y colaboración científica. Agradezco, en particular, al ingeniero Sergio Giannotti las palabras con que ha querido ilustrarme esta importante iniciativa.

La ecología, que nació como nombre y como mensaje cultural hace más de un siglo, ha conquistado rápidamente la atención de los estudiosos, suscitando un creciente interés interdisciplinar por parte de biólogos, médicos, economistas, filósofos y políticos. Se trata del estudio de la relación entre los organismos vivos y su ambiente, en particular entre el hombre y todo su entorno. En efecto, tanto el ambiente animado como el inanimado tienen una influencia decisiva en la salud del hombre, asunto sobre el que estáis reflexionando en vuestro congreso.

2. La relación entre el hombre y el ambiente ha caracterizado las diversas fases de la civilización humana, desde la cultura primitiva: en la fase agrícola, en la fase industrial y en la fase tecnológica. La época moderna ha experimentado la creciente capacidad de intervención transformadora del hombre.

El aspecto de conquista y explotación de los recursos ha llegado a predominar y a extenderse, y amenaza hoy la misma capacidad de acogida del ambiente: el ambiente como «recurso» pone en peligro el ambiente como «casa». A causa de los poderosos medios de transformación que brinda la civilización tecnológica, a veces parece que el equilibrio hombre-ambiente ha alcanzado un punto crítico.

3. En la antigüedad, el hombre consideraba el ambiente donde vivía con sentimientos ambivalentes y cambiantes, unas veces de admiración y veneración, y otras de temor ante un mundo aparentemente amenazador.

La Revelación bíblica ha aportado a la concepción del cosmos el mensaje iluminador y pacificador de la creación, según el cual las realidades mundanas son buenas porque Dios las ha querido por su amor al hombre.

Al mismo tiempo, la antropología bíblica ha considerado al hombre, creado a imagen y semejanza de Dios, como criatura capaz de trascender la realidad mundana en virtud de su espiritualidad y, por tanto, como custodio responsable del ambiente en el que vive. Se lo ofrece el Creador como casa y como recurso.

4. Es evidente la consecuencia que se sigue de esta doctrina: la relación que el hombre tiene con Dios determina la relación del hombre con sus semejantes y con su ambiente. Por eso, la cultura cristiana ha reconocido siempre en las criaturas que rodean al hombre otros tantos dones de Dios que se han de cultivar y custodiar con sentido de gratitud hacia el Creador. En particular, la espiritualidad benedictina y la franciscana han testimoniado esta especie de parentesco del hombre con el medio ambiente, alimentando en él una actitud de respeto a toda realidad del mundo que lo rodea.

En la edad moderna secularizada se asiste al nacimiento de una doble tentación: una concepción del saber ya no entendido como sabiduría y contemplación, sino como poder sobre la naturaleza, que consiguientemente se considera objeto de conquista. La otra tentación es la explotación desenfrenada de los recursos, bajo el impulso de la búsqueda ilimitada de beneficios, según la mentalidad propia de las sociedades modernas de tipo capitalista. Así, el ambiente se ha convertido con frecuencia en una presa, en beneficio de algunos fuertes grupos industriales y en perjuicio de la humanidad en su conjunto, con el consiguiente daño para el equilibrio del ecosistema, de la salud de los habitantes y de las generaciones futuras.

5. Hoy asistimos, a menudo, al despliegue de posiciones opuestas y exasperadas: por una parte, basándose en que los recursos ambientales pueden agotarse o llegar a ser insuficientes, se pide la represión de la natalidad, especialmente respecto a los pueblos pobres y en vías de desarrollo. Por otra, en nombre de una concepción inspirada en el ecocentrismo y el biocentrismo, se propone eliminar la diferencia ontológica y axiológica entre el hombre y los demás seres vivos, considerando la biosfera como una unidad biótica de valor indiferenciado. Así, se elimina la responsabilidad superior del hombre en favor de una consideración igualitaria de la «dignidad» de todos los seres vivos.

Pero el equilibrio del ecosistema y la defensa de la salubridad del ambiente necesitan, precisamente, la responsabilidad del hombre, una responsabilidad que debe estar abierta a las nuevas formas de solidaridad. Se necesita una solidaridad abierta y comprensiva con todos los hombres y todos los pueblos, una solidaridad fundada en el respeto a la vida y en la promoción de recursos suficientes para los más pobres y para las generaciones futuras.

La humanidad de hoy, si logra conjugar las nuevas capacidades científicas con una fuerte dimensión ética, ciertamente será capaz de promover el ambiente como casa y como recurso, en favor del hombre y de todos los hombres; de eliminar los factores de contaminación; y de asegurar condiciones adecuadas de higiene y salud tanto para pequeños grupos como para grandes asentamientos humanos.

La tecnología que contamina, también puede descontaminar; la producción que acumula, también puede distribuir equitativamente, a condición de que prevalezca la ética del respeto a la vida, a la dignidad del hombre y a los derechos de las generaciones humanas presentes y futuras.

6. Todo esto necesita puntos firmes de referencia e inspiración: la conciencia clara de la creación como obra de la sabiduría providente de Dios, y la conciencia de la dignidad y responsabilidad del hombre en el designio de la creación.

Mirando el rostro de Dios, el hombre puede iluminar la faz de la tierra y asegurar, con su compromiso ético, la hospitalidad ambiental para el hombre de hoy y del futuro.

En el Mensaje para la Jornada mundial de la paz de 1990 recordé que «el signo más profundo y grave de las implicaciones morales, inherentes a la cuestión ecológica, es la falta de respeto a la vida, como se ve en muchos comportamientos contaminantes» (n. 7: L’Osservatore Romano, edición en lengua española, 10 de diciembre de 1989, p. 11).

La defensa de la vida y la consiguiente promoción de la salud, especialmente de las poblaciones más pobres y en vías de desarrollo, será, al mismo tiempo, la medida y el criterio de fondo del horizonte ecológico a nivel regional y mundial.

Que el Señor os ilumine y asista en vuestro compromiso en favor de la conservación de la salubridad del ambiente. A su bondad de Padre, rico en amor a cada una de sus criaturas, encomiendo vuestros esfuerzos y, en su nombre, os bendigo a todos.

 



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