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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LA CONFERENCIA EPISCOPAL DE TAIWÁN EN VISITA "AD LIMINA"


Martes 29 de enero de 2002

 

Querido cardenal Shan;
queridos hermanos en el episcopado: 

1. Me da gran alegría recibiros a vosotros, obispos de Taiwan, con ocasión de vuestra visita ad limina Apostolorum, una visita que expresa y fortalece los vínculos de comunión eclesial que unen a los pastores de las Iglesias particulares con el Sucesor de Pedro en el servicio al Evangelio de Jesucristo. Pido al Señor que, al orar ante las tumbas de los Apóstoles y reflexionar en vuestro ministerio a la luz de su enseñanza y de su ejemplo, encontréis nueva inspiración y fuerza para vuestra misión de edificación del Cuerpo de Cristo, la Iglesia, en vuestras diócesis. Pienso con afecto en los fieles católicos de Taiwan, y pido a nuestro Padre celestial que les dé a conocer cada vez más profundamente "la grandeza de su poder para con nosotros, los creyentes" (Ef 1, 19).

2. El gran jubileo del año 2000 fue un acontecimiento gozoso para toda la Iglesia, porque ponderamos con renovada admiración las obras de la gracia de Dios y su capacidad de realizar más de lo que podemos pedir o pensar (cf. Ef 3, 21-22). Durante el jubileo innumerables personas acudieron en peregrinación a Roma o a otros lugares sagrados para renovar su compromiso con Cristo mediante la oración y los sacramentos, y en particular para obtener su misericordia, especialmente en el sacramento de la penitencia. En la misa de clausura de la Puerta santa afirmé que "el cristianismo nace y se regenera continuamente a partir de la contemplación de la gloria de Dios que resplandece en el rostro de Cristo" (Homilía, 6 de enero de 2001, n. 6:  L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 12 de enero de 2001, p. 4). Expresé la esperanza de que toda la comunidad cristiana recomenzara desde esta contemplación de Cristo, con nuevo entusiasmo y nuevo compromiso, la búsqueda de la santidad, para testimoniar su amor "mediante la práctica de la vida cristiana marcada por la comunión, por la caridad y por el testimonio en el mundo" (ib., n. 8). Esta es la tarea que confié a la solicitud de las Iglesias particulares en la carta apostólica Novo millennio ineunte, como un modo de construir partiendo de los frutos del jubileo en la vida de las personas y las comunidades.

Durante el año pasado, la comunidad católica en Taiwan asumió esta misión reflexionando sobre el tema:  "Nuevo siglo, nueva evangelización", con el fin de contribuir con iniciativas concretas a la renovación de la vida de la Iglesia en vuestras diócesis. Ahora es tiempo de recomenzar con confianza en el Señor y poner en práctica esos propósitos, para responder a los desafíos del nuevo milenio.

3. Vuestras iniciativas darán fruto si reflejan las dos dimensiones necesarias en todas las actividades de la Iglesia:  la dimensión ad intra y la dimensión ad extra. Ad intra:  un espíritu de oración y contemplación, vital para la vida cristiana, debe ser el sello distintivo de todo lo que decimos y hacemos:  "Nada iguala a la oración, porque hace posible lo imposible, fácil lo difícil" (san Juan Crisóstomo, De Anna, 4, 5). Ad extra:  el deber de anunciar a Cristo, convencidos de que la difusión del Evangelio es "el primer servicio que la Iglesia puede prestar a cada hombre y a la humanidad entera en el mundo actual" (Redemptoris missio, 2). Ambas dimensiones son inseparables, porque la espiritualidad manifiesta su autenticidad en el anuncio y en el testimonio de Cristo, mientras que la actividad sólo produce resultados positivos cuando está arraigada en una comunión íntima con Dios:  sin oración, nuestra evangelización sería vana; sin misión, la comunidad cristiana perdería su sabor y su gusto.

Frente a las dificultades de la vida de fe hoy, los pastores podrían sentir la tentación de tomar una actitud de resignación y decir como el apóstol san Pedro:  "Maestro, hemos estado bregando toda la noche y no hemos pescado nada" (Lc 5, 5). Pero aunque no veamos los resultados de nuestros esfuerzos pastorales, no debemos desanimarnos:  plantamos y regamos, pero es Dios quien hace crecer (cf. 1 Co 3, 6). El Señor Jesús nos invita constantemente a vencer nuestro miedo y a "remar mar adentro" (Lc 5, 4). Convencidos de que Jesucristo, el camino, la verdad y la vida (cf. Jn 14, 6), es la buena nueva para los hombres y las mujeres de todos los tiempos y lugares en su búsqueda del sentido de la vida y de la verdad de su propia humanidad (cf. Ecclesia in Asia, 14), jamás deberíamos tener miedo de anunciar la verdad  plena sobre él, en toda su difícil realidad. La buena nueva tiene la fuerza intrínseca de atraer a los hombres.

4. Durante la reciente Asamblea general del Sínodo de los obispos, la figura de Cristo, buen pastor, se presentó como el "icono" del ministerio episcopal, el modelo al que tenemos que conformarnos cada vez más fielmente. Como pastores del pueblo de Dios en Taiwan, representáis a Cristo en vuestras Iglesias particulares, puesto que de él recibís la misión y el poder sagrado de actuar in persona Christi capitis y de enseñar y gobernar con autoridad en su nombre. Esto requiere una profunda intimidad, mediante la oración, con el Señor para que, tomando la condición de Cristo siervo (cf. Flp 2, 7), podáis trabajar con humildad, generosidad y tesón por el bien de los fieles confiados a vuestro cuidado pastoral. El obispo, al cumplir su primer y principal deber, que es el cuidado de las almas, la cura animarum, debe estar cerca de las personas y conocerlas, para promover cuanto es bueno y positivo, sostener y guiar a los débiles en la fe (cf. Rm 14, 1), y, si fuera necesario, intervenir para desenmascarar falsedades y corregir abusos (cf. Homilía en la clausura de la X Asamblea general ordinaria del Sínodo de los obispos, 27 de octubre de 2001, n. 4). Vuestra misión es, sobre todo, una misión de esperanza, porque sabéis que la verdadera solución para los complicados problemas que afligen a la humanidad consiste en acoger el mensaje salvífico del Evangelio. Por esta razón, vuestra programación pastoral para los primeros años del nuevo milenio debería apuntar sobre todo a lograr que el anuncio de Cristo "llegue a las personas, modele las comunidades e incida profundamente, mediante el testimonio de los  valores  evangélicos,  en  la  sociedad y en la cultura" (Novo millennio ineunte, 29).

5. Por supuesto, no trabajáis solos:  la misión pertenece a todo el pueblo de Dios. Vuestros sacerdotes son vuestros colaboradores más cercanos en la obra de evangelización, y para que tenga éxito debéis hacer todo lo posible por fomentar en vuestras diócesis estrechos vínculos de fraternidad sacerdotal y propósitos comunes. La vida de piedad y de consagración de los sacerdotes, en contacto directo no sólo con cristianos sino también con no cristianos, en las parroquias y en los diversos lugares donde ejercen su ministerio pastoral, es la medida de la vitalidad de cada comunidad. El respeto tradicional por los aspectos espirituales, característico de la cultura asiática, es una razón más para que sean hombres de oración, verdaderamente expertos en los caminos de Dios y deseosos de compartir con los demás el amor de Dios que han experimentado en su propia vida. De este modo, serán capaces de responder al hambre de Dios que tiene la sociedad moderna y de penetrar más profundamente en las esperanzas y en las necesidades de los fieles encomendados a su cuidado pastoral. Reconocéis con claridad que han de realizarse constantemente nuevos esfuerzos para presentar el ideal de la vida sacerdotal como una opción válida para todos los jóvenes que llegan a un conocimiento más profundo del Señor.

Confío en que vuestro pueblo os apoyará cuando lo exhortéis a una oración  más  intensa  por las vocaciones y le expliquéis que para una familia es una gran gracia y un extraordinario privilegio que Dios llame a uno de sus miembros al sacerdocio o a la vida consagrada.

6. Deseo expresar mi gratitud, aprecio y aliento a los hombres y a las mujeres que pertenecen a los numerosos institutos de vida consagrada de Taiwan. Los hombres y mujeres consagrados dan una contribución única a la obra de evangelización, viviendo su consagración mediante la oración y el apostolado, de acuerdo con el carisma de cada instituto. Con su estado de vida, que implica la entrega total a Dios, amado por encima de todo, y que exige una consagración más íntima a su servicio, anuncian y proclaman en la Iglesia la gloria del mundo futuro (cf. Código de derecho canónico, c. 573) y testimonian la nueva creación inaugurada por Cristo y hecha posible en nosotros por la gracia y el poder del Espíritu Santo. A través de su dedicación generosa a las obras sociales y caritativas, a la educación y a la asistencia sanitaria, han sido y siguen siendo un gran recurso espiritual para la vida de vuestras Iglesias particulares.

Estimulad a los hombres y mujeres consagrados a estar en la vanguardia del apostolado de oración, que es el secreto de un cristianismo verdaderamente vital (cf. Novo millennio ineunte, 32). Hoy hay una exigencia generalizada de espiritualidad auténtica, que se manifiesta en gran parte como una renovada necesidad de oración. Esto se verifica particularmente en sociedades como la vuestra, que, por una parte, tienen una rica herencia de tradiciones espirituales y, por otra, están amenazadas por el materialismo y el individualismo. Por esta razón, los hombres y mujeres de vida contemplativa no sólo deberían cultivar cuidadosamente la vida de oración a la que están llamados, sino que también deberían ser verdaderos maestros de oración para el clero y para los laicos.

7. En la misión de la Iglesia los laicos tienen una responsabilidad y una misión específicas:  están llamados a ser "sal de la tierra" y "luz del mundo" (cf. Mt 5, 13-14). En virtud de su bautismo y de su confirmación todos los fieles laicos son misioneros, y están llamados a difundir el Evangelio de Jesucristo en el mundo. En la Iglesia local en Taiwan su papel es vital:  aunque sean relativamente pocos, actúan como levadura en la sociedad, transformándola de acuerdo con los valores del Evangelio. Con su fe, su bondad y su servicio amoroso pueden impulsar la difusión de una auténtica cultura cristiana, caracterizada por el respeto a la vida en todas sus fases, por una intensa vida familiar, por el cuidado de los enfermos y los ancianos, por la armonía, la cooperación y la solidaridad entre todos los sectores de la sociedad, por el respeto a los que piensan de manera diferente y por el compromiso en la promoción del bien común. Al vivir su vocación cristiana, los laicos esperan de vosotros apoyo, aliento y orientación. De hecho, tienen que afrontar los desafíos de la sociedad contemporánea "no sólo con la sabiduría y la eficiencia del mundo, sino también con un corazón renovado y fortalecido por la verdad de Cristo" (Ecclesia in Asia, 45). Tenéis la misión de enseñarles e impulsarlos, con vuestra palabra y vuestro ejemplo, a vivir una vida plenamente cristiana, de modo que  sean capaces de testimoniar a Cristo en sus hogares, en los lugares de trabajo y en  todas las demás actividades.

8. Dado que es esencial para cada Iglesia particular vivir en comunión con la Iglesia universal, el obispo no puede por menos de ser sensible a las necesidades de la Iglesia en todo el mundo. Esta es la sollicitudo omnium Ecclesiarum de la que habla el apóstol san Pablo (cf. 2 Co 11, 28). La Iglesia en Taiwan ha respondido de diversos modos a las necesidades y a las aspiraciones de los cristianos de todo el mundo, muy especialmente en el ámbito regional, ofreciendo oportunidades educativas y apoyo económico al personal de la Iglesia de otras partes de Asia, y proporcionando recursos para la actividad misionera. Vuestra solicitud se manifiesta particularmente en la atención que dedicáis a vuestros hermanos y hermanas del continente, que tienen en común con vosotros tantos valores culturales, espirituales e históricos. Así, con vuestros esfuerzos tratáis de promover la comprensión mutua, la reconciliación y el amor fraterno entre todos los católicos de la gran familia china. Confío en que estos esfuerzos, realizados en comunión con otras Iglesias particulares y con la Sede de Pedro, ayudarán a superar las dificultades del pasado, a fin de que surjan nuevas oportunidades de diálogo y de recíproco enriquecimiento humano y espiritual.

9. Queridos hermanos en el episcopado, cada situación es una oportunidad para que los cristianos muestren el poder que la verdad de Cristo ha llegado a tener en su vida. Aunque la creciente secularización pueda dar la impresión de que la sociedad moderna está cerrada a los valores espirituales y trascendentes, muchas personas buscan el sentido de su vida y la felicidad que únicamente Dios puede dar. La convicción que me ha acompañado durante mi pontificado es esta:  "La potestad absoluta y también dulce y suave del Señor responde a lo más profundo del hombre, a sus más elevadas aspiraciones de la inteligencia, de la voluntad y del corazón" (Homilía, 22 de octubre de 1978, n. 4:  L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 29 de octubre de 1978, p. 3). Esta fuerza, que no tiene su fuente en el poder terreno, sino en el misterio de la cruz y la resurrección, es el verdadero manantial de nuestra confianza en el ejercicio de nuestro ministerio. Sabemos que el Señor no nos abandonará jamás en nuestra misión pastoral, si ponemos nuestra confianza en él y lo invocamos. Así pues, recomenzad con valentía, con la seguridad de que Cristo, que conoce todo corazón humano, está con vosotros.

Queridos hermanos en el episcopado, con afecto en el Señor hacia cuantos están confiados a vuestro cuidado pastoral, encomiendo a toda la Iglesia en Taiwan a la protección materna de María, Estrella luminosa de la evangelización en todas las épocas, y a todos vosotros os imparto cordialmente mi bendición apostólica.

 



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