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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS PARTICIPANTES EN LA ASAMBLEA PLENARIA
DEL CONSEJO PONTIFICIO PARA LA CULTURA


Sábado 16 de marzo de 2002

 

Señores cardenales;
queridos hermanos en el episcopado;
queridos amigos: 

1. Me alegra acogeros al término de la asamblea plenaria de vuestro dicasterio, durante la cual habéis querido tomar como punto de partida la carta Novo millennio ineunte, para dar vuestra contribución a la misión de la Iglesia en el tercer milenio (cf. n. 40). Vuestro encuentro coincide con el vigésimo aniversario de la creación del Consejo pontificio para la cultura. Dando las gracias por el trabajo que han realizado los miembros y los colaboradores del Consejo pontificio durante los veinte años transcurridos, saludo al señor cardenal Poupard, y le agradezco sus amables palabras, que interpretan los sentimientos de todos.

A todos os expreso mi gratitud por vuestra generosa colaboración al servicio de la misión universal del Sucesor de Pedro, y os animo a proseguir, con renovado celo, vuestras relaciones con las culturas, para crear puentes entre los hombres, testimoniar a Cristo y ayudar a nuestros hermanos a acoger el Evangelio (cf. constitución apostólica Pastor bonus, art. 166-168). En efecto, esto se realiza mediante un diálogo abierto con todas las personas de buena voluntad, diversas por su pertenencia y sus tradiciones, marcadas por su religión o por su no creencia, pero todas unidas en su condición humana y llamadas a compartir la vida de Cristo, Redentor del hombre.

2. La creación del Consejo pontificio para la cultura, con el fin de "dar a toda la Iglesia un impulso común en el encuentro, continuamente renovado, del mensaje salvífico del Evangelio con la pluralidad de las culturas, en la diversidad de los pueblos, a los cuales debe ofrecer sus frutos de gracia" (Carta al cardenal Casaroli para la creación del Consejo pontificio para la cultura, 20 de mayo de 1982:  L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 6 de junio de 1982, p. 19), sigue la misma línea de la reflexión y de las decisiones del concilio ecuménico Vaticano II. En efecto, los padres habían destacado con fuerza el lugar central de la cultura en la vida de los hombres y su importancia para la penetración de los valores evangélicos, así como para la difusión del mensaje bíblico en las costumbres, las ciencias y las artes. Con este mismo espíritu, la unión del Consejo pontificio para el diálogo con los no creyentes y del Consejo pontificio para la cultura en un único consejo, el 25 de marzo de 1993, tuvo como objetivo promover "el estudio del problema de la no creencia y la indiferencia religiosa presente, de varias formas, en los diversos ambientes culturales, (...) con el fin de proporcionar ayudas adecuadas a la acción pastoral de la Iglesia para la evangelización de las culturas y la inculturación del Evangelio" (Motu proprio "Inde a Pontificatus"L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 7 de mayo de 1993, p. 5).

La transmisión del mensaje evangélico en el mundo actual es particularmente ardua, sobre todo porque nuestros contemporáneos están inmersos en ambientes culturales frecuentemente ajenos a cualquier dimensión espiritual y de interioridad, en situaciones donde dominan aspectos esencialmente materialistas. No cabe duda de que en este período de la historia, más que en cualquier otro, también es necesario constatar una ruptura en el proceso de transmisión de los valores morales y religiosos entre las generaciones, que conduce a una especie de heterogeneidad entre la Iglesia y el mundo contemporáneo. Desde esta perspectiva, el Consejo desempeña un papel particularmente importante de observatorio, por un lado, para identificar el desarrollo de las diferentes culturas y las cuestiones antropológicas que se plantean en ellas, y, por otro, para afrontar las posibles relaciones entre las culturas y la fe cristiana, a fin de proponer nuevos modos de evangelización, a partir de las expectativas de nuestros contemporáneos. En efecto, es importante llegar a los hombres donde se hallan, con sus preocupaciones e interrogantes, para permitirles descubrir los puntos de referencia morales y espirituales necesarios para toda existencia conforme a  nuestra  vocación específica, y encontrar en la llamada de Cristo la esperanza que no defrauda jamás (cf. Rm 5, 5), basándose en la experiencia del apóstol san Pablo en el Areópago de Atenas (cf. Hch 17, 22-34). Desde luego, la atención a la cultura permite ir lo más lejos posible en el encuentro con los hombres. Por tanto, es una mediación privilegiada entre comunicación y evangelización.

3. Entre los mayores obstáculos actuales pueden citarse las dificultades que encuentran las familias y las instituciones escolares, que tienen la ardua tarea de transmitir a las jóvenes generaciones los valores humanos, morales y espirituales que les permitirán ser hombres y mujeres deseosos de llevar una vida personal digna y comprometerse en la vida social. De igual modo, la transmisión del mensaje cristiano y de los valores que derivan de él y que conducen a decisiones y a comportamientos coherentes constituye un desafío que todas las comunidades eclesiales deben afrontar, principalmente en el campo de la catequesis y del catecumenado. Otros períodos de la historia de la Iglesia, por ejemplo el tiempo de san Agustín o, más recientemente, el siglo XX, en el que se pudo registrar la aportación de numerosos filósofos cristianos, nos han enseñado a fundar nuestra reflexión y nuestra manera de evangelizar en una sana antropología y en una sana filosofía.

En efecto, desde que la filosofía pasa a Cristo, el Evangelio puede comenzar de verdad a extenderse en todas las naciones. Urge, pues, que todos los protagonistas de los sistemas educativos se dediquen a un estudio antropológico serio, para dar razón de lo que es el hombre y de lo que lo hace vivir. Las familias tienen gran necesidad de ser secundadas por educadores que respeten sus valores y les ayuden a proponer reflexiones sobre las cuestiones fundamentales que se plantean los jóvenes, aunque esto parezca ir contra corriente con respecto a las propuestas de la sociedad actual. En todas las épocas, los hombres y las mujeres han sabido hacer resplandecer la verdad con valentía profética. Esta misma actitud se requiere también en nuestros días.

El fenómeno de la globalización, que se ha convertido hoy en un hecho cultural, constituye a la vez una dificultad y una oportunidad. Aun tendiendo a nivelar las identidades específicas de las diferentes comunidades y a reducirlas algunas veces a simples recuerdos folclóricos de antiguas tradiciones despojadas de su significado y de su valor cultural y religioso originales, este fenómeno también permite superar las barreras entre las culturas y da a las personas la posibilidad de encontrarse y conocerse; al mismo tiempo, obliga a las autoridades de las naciones y a los hombres de buena voluntad a hacer que se respete lo que es propio de los individuos y de las culturas, a fin de garantizar el bien de las personas y de los pueblos, y poner por obra la fraternidad y la solidaridad. La sociedad entera también afronta temibles interrogantes sobre el hombre y sobre su futuro, especialmente en campos como la bioética, el uso de los recursos del planeta y las decisiones en materia económica y política, para que el hombre sea reconocido en toda su dignidad y siga siendo el protagonista de la sociedad y el criterio último de las decisiones sociales.

La Iglesia no pretende de ningún modo suplantar a los responsables de los asuntos públicos, pero desea participar en los debates, para iluminar las conciencias a la luz del sentido del hombre, inscrito en su misma naturaleza.

4. Corresponde al Consejo pontificio para la cultura proseguir su acción y dar su aportación a los obispos, a las comunidades católicas y a todas las instituciones que lo deseen, a fin de que los cristianos tengan los medios para testimoniar su fe y su esperanza de manera coherente y responsable, y todos los hombres de buena voluntad se comprometan en la construcción de una sociedad en la que se promueva el ser integral de toda persona. El futuro del hombre y de las culturas, el anuncio del Evangelio y la vida de la Iglesia dependen de esto.

Contribuid a una renovada toma de conciencia del lugar de la cultura para el futuro del hombre y de la sociedad, así como para la evangelización, a fin de que el hombre llegue a ser cada vez más libre y use esta libertad de manera responsable. Al término de vuestro encuentro, encomendando vuestra misión a la Virgen María, os imparto de buen grado a vosotros, así como a todos los que colaboran con vosotros y a vuestros seres queridos, una particular bendición apostólica.

 



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