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MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS PRESIDENTES DE LAS CONFERENCIAS EPISCOPALES
DE ARGENTINA Y DE CHILE

 

Al Señor Cardenal Francisco Javier Errázuriz Ossa
Arzobispo de Santiago de Chile
y Presidente de la Conferencia Episcopal de Chile
y
a Monseñor Eduardo Vicente Mirás
Arzobispo de Rosario
y Presidente de la Conferencia Episcopal Argentina

1. Con ocasión de la solemne conmemoración del centenario de la inauguración del monumento al Cristo de los Andes, me es grato enviar un afectuoso saludo a los Cardenales y Prelados de Argentina y de Chile, así como a las Altas autoridades y demás participantes en ese significativo acto que evoca acontecimientos decisivos en la historia de ambos Países y manifiesta los valores fundamentales y de honda raigambre cristiana sobre los que se basan la identidad y convivencia de sus pueblos, expresando al mismo tiempo el propósito firme de afianzar cada día más el compromiso de seguir siempre por el camino de la paz.

2. En efecto, si la colocación del majestuoso monumento supuso por entonces un notable despliegue de medios y una estrecha colaboración entre numerosas personas e instituciones, no fueron menos los esfuerzos llevados a cabo anteriormente para dar significado a aquel gesto. En los años precedentes se habían logrado varios acuerdos para resolver por medios pacíficos diversos contenciosos entre ambos pueblos, hasta llegar a los cuatro tratados de paz definitivos en 1902.

Se había conseguido la mejor de las victorias y demostrado la verdadera fortaleza del ser humano, así como la auténtica grandeza de las naciones. De la amenaza del conflicto se pasó a la convivencia amistosa entre dos Países vecinos y hermanos. El júbilo y la satisfacción estaban bien justificados al haber logrado el triunfo inapreciable de la paz.

3. El profundo espíritu de fe de argentinos y chilenos reconoció en aquellos acontecimientos un inestimable don de Dios, que "bendice a su pueblo con la paz" (Sal 28,11), y quiso plasmar su gratitud en las cumbres andinas, para que la bendición divina llegara desde lo alto a todas las tierras hermanas e hiciera del confín lugar de encuentro y nunca de antagonismo.

La figura de Cristo Redentor invita desde entonces a repetir con el salmista la plegaria incesante de quien tiene puesta toda su confianza en Él: "Que los montes traigan paz, y los collados justicia" (Sal 71, 3). En efecto, la paz en la tierra, "suprema aspiración de toda la humanidad a través de la historia", es una tarea permanente, que nunca puede darse por concluida y requiere siempre, junto con la sensatez y la experiencia, la ayuda divina (cf. Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 2003, 1.9).

4. En el acto de inauguración se pronunciaron palabras solemnes, que han quedado esculpidas a los pies del monumento como recuerdo perenne para la posteridad de un compromiso inquebrantable: "Se desplomarán estas montañas antes de que se rompa la paz entre chilenos y argentinos". ¿De qué servirían la belleza de las cimas majestuosas y la riqueza de los valles fecundos, si sobre la tierra en la que el Creador le ha puesto el hombre no cultivara también lazos de convivencia y de paz?

Aquellas palabras de entonces recuerdan a los ciudadanos y Autoridades de hoy la necesidad de continuar los esfuerzos por afianzar, mediante la promoción incesante de una cultura de paz y de gestos significativos que la hagan prevalecer, sobre cualquier otra alternativa, los lazos de concordia y amistad, el camino del diálogo leal y el respeto del derecho.

Al comienzo del tercer milenio, en el que no faltan nuevas acechanzas a la paz, deseo invitar a los queridos hijos e hijas de Argentina y de Chile, en la conmemoración de este centenario, a que dirijan su mirada al Redentor para implorarle la luz y la fuerza necesaria para afrontar con esperanza y determinación los retos de hoy. Me uno espiritualmente al gozo de la celebración y, sobre todo, a su oración, para que se acreciente la convivencia fraterna, los ámbitos de colaboración mutua y el compromiso irrenunciable de construir una sociedad fundada ante todo en el reconocimiento de la dignidad inalienable de la persona humana. Así se garantizará la paz y se dejará a las nuevas generaciones una herencia que les permita construir un futuro mejor sobre bases sólidas y duraderas.

Pido de corazón al Cristo Redentor que continúe acompañando a las nobles naciones de Argentina y Chile con su protección, guiándolas por el camino de la paz y alentando sus esfuerzos por lograr metas cada vez más altas de prosperidad y de vivencia de los valores espirituales. Con estos sentimientos, les envío mi bendición.

Vaticano, 11 de febrero de 2004

IOANNES PAULUS II



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