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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LA OFICINA CRISTIANA DE DISCAPACITADOS


Sábado 13 de noviembre de 2004

 

Queridos amigos de la Oficina cristiana de discapacitados:

1. Me alegra acogeros a vosotros, que habéis venido con vuestra fundadora, Marie-Hélène Mathieu, con ocasión de la peregrinación que hacéis en el cuadragésimo aniversario de vuestra asociación. Juntamente con vosotros quiero dar gracias por la actividad que realizáis entre las personas discapacitadas y sus familias, mostrando el valor incomparable de toda vida.

Mediante la atención a las personas que sufren una discapacidad recordáis a nuestros contemporáneos que la persona no se reduce a sus aptitudes y a su lugar en la vida económica, sino que es una criatura de Dios, a la que él ama por lo que ella es y no por lo que hace.

En mi oración encomiendo también con afecto a los padres y a todos los que aceptan acoger a una persona discapacitada. Conozco los sacrificios que esto implica, pero también el gozo que se siente al ver la alegría en el rostro de una persona discapacitada y el afecto que demuestra a los que la cuidan.

2. Vuestra acción es a la vez un servicio y una verdadera misión con vistas a la promoción de la persona humana y la defensa de su dignidad, como muestra el tema de vuestra peregrinación:  "Tú nos has elegido para servir en tu presencia". En el corazón de la Iglesia prestáis el servicio insigne de la caridad, la ternura y la compasión entre los discapacitados y sus familias, que "se han revestido del rostro de Cristo", como dice san Gregorio de Nisa a propósito de todos los pobres (cf. De pauperibus amandis).

Sois uno de los signos de la solidaridad de toda la comunidad cristiana con quienes están heridos en su cuerpo y en su espíritu, recordando que Cristo vino para dar la vida en abundancia a todo hombre y para revelarnos que la salvación está destinada a todos, como anunció en la sinagoga de Nazaret (cf. Lc 4, 14-21). El concilio Vaticano II lo señaló oportunamente:  "El espíritu de pobreza y el de caridad son gloria y testimonio de la Iglesia de Cristo" (Gaudium et spes, 88).

3. Vuestra presencia me invita a hacer una vez más un llamamiento apremiante a todos los hombres de buena voluntad, en particular a los que desempeñan una función gubernativa y legislativa, a reavivar la conciencia y la humanidad, para que se proteja toda vida humana, sobre todo la de los más débiles, la de los más pequeños y los más pobres, y para que cesen todas las acciones encaminadas a eliminar a los niños concebidos y aún no nacidos, indefensos, convirtiéndose así el hombre en dueño de la vida. Despreciar a los pequeños significa, en cierto modo, despreciar nuestra misma humanidad, puesto que entre todos nosotros existe una misma fraternidad y una misma solidaridad.

Pidiendo a nuestra Señora de Lourdes que os sostenga en vuestra misión, os imparto con afecto la bendición apostólica a vosotros, así como a todos los miembros de la Oficina cristiana de discapacitados, a las familias y a todos los que se unen a vuestra acción.



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