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MENSAJE DEL PAPA PABLO VI
PARA LA III JORNADA MUNDIAL
DE LAS COMUNICACIONES SOCIALES

Tema: Comunicaciones sociales y familia

  

Queridos Hijos y Hermanos, y vosotros todos, hombres de buena voluntad.

La celebración de la tercera "Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales" sobre el tema "Comunicaciones sociales y familia", nos oferce una ocasión, que acogemos con gozo, como lo hemos hecho en Jornadas precedentes, de invitar a una reflexión positiva y fecunda sobre este tema a cuantos de alguna manera están interesados en él. ¿Quién podría decir hoy que no le afecta un fenómeno tan universal como la expansión crecinte de la prensa, de la radio, del cine y de la televisión, y que no le alcanza la prodigiosa influencia que ejerce en el seno de las familias?

Importancia e influencia en el mundo actual

Ya desde el comienzo se impone una comprobación: estos instrumentos de comunicación social penetran ahora hasta el corazón de la intimidad familiar, imponen sus horarios, hacen modificar las costumbres, proporcionan abundantes temas de conversación y discusión, y, sobre todo, influyen en la psicología de quienes los utilizan, a veces profundamente, tanto en el aspecto afectivo e intelectual, como en el campo moral y hasta religioso. Puede decirse que no hay ya noticia o problema que no llegue al centro mismo de la vida familiar, sea por medio de los impresos, sea por el sonido o la imagen, y que no influya por este medio en la conducta de cada uno, suscitando las reacciones más diversas.

Las ventajas de esta situación nueva son innegables. No hay duda de que se estimula la evolución intelectual de los jóvenes, que su patrimonio cultural se enriquece, que su espíritu y su corazón se abren más fácilmente a los grandes problemas de la comunidad humana, la paz, la justicia y el desarrollo. Pero es igualmente evidente que la fuerza de persuasión de estos medios nuevos se puede ejercer para bien o para mal; además de que por otra parte, el abuso aun simplemente cuantitativo de los programas audiovisuales, puede llegar a perjudicar los valores de la vida de familia y producir el aislamiento de las personas en vez de la unión.

Por ello, es menester enseñar a las almas el uso inteligente de estas fuentes de enriquecimiento cultural, enseñanza que constituirá un nuevo capítulo a añadir en la tarea tradicional de los educadores. Ha llegado la hora de que la familia proceda a su "aggiornamento" en este punto y de que, con la indispensable colaboración de los educadores, se preocupe cada vez más de educar las conciencias a fin de que sepan emitir juicios personales, serenos y objetivos, que les lleven a aceptar o rechazar unos u otros de los programas ofrecidos.

Instrumentos de comunicación social y familia

Pero no basta esta labor educativa. Es preciso, además, establecer un diálogo permanente entre las familias y los responsables de los medios de comunicación social. Las familias deben, sí, dar a conocer sus deseos y sus críticas, pero también al mismo tiempo, han de mostrar comprensión hacia quienes les proporcionan diariamente elementos de cultura o de diversión, muchas veces a costa de grandes fatigas.

A su vez los productores deben conocer y respetar las exigencias de la familia. Esto supone en ellos a veces una gran valentía y siempre un hondo sentido de responsabilidad. En efecto, deben oponerse por un lado a cuanto pueda herir a la familia en su existencia, su estabilidad, su equilibrio y su felicidad, ya que todo atentado a los valores fundamentales de la familia, se trate de erotismo o de violencia, de apología del divorcio o de actitudes antisociales de los jóvenes, constituye un atentado asimismo al verdadero bien del hombre y de la sociedad. Les incumbe igualmente la difícil tarea de educar al público a fin de que conozca, aprecie y ame los valores, frecuentemente ignorados o menospreciados, que constituyen la fuerza y la gloria de una sociedad, es decir, el don de sí a un gran ideal, el sentido de sacrificio, el heroísmo oscuro de los deberes cotidianos.

Invitamos a todas las familias a colaborar con las asociaciones que, en un diálogo continuado, dan a conocer a los responsables de la comunicación social, sus aspiraciones y justas exigencias. Ojalá esta Jornada Mundial señale el comienzo del diálogo fecundo y constructivo, anuncio de un porvenir más sereno en este sector tan atormentado de la vida moderna.

Presencia cristiana en las comunicaciones sociales

Finalmente, también es preciso afrontar el problema de la presencia de los cristianos en las profesiones que alimentan la comunicación social. Si hay un sector de la vida moderna donde esta presencia se muestra particularmente necesaria y deseable, es precisamente éste. Conviene que las familias no se dejen detener por el temor que pudiera inspirarles el acceso de uno de los suyos a dichas profesiones. El mal, que con frecuencia levanta más ruido que el bien, no está ligado a unas profesiones más que a otras. Gracias a Dios, en el mundo de las comunicaciones sociales, como en otras partes, florecen ejemplos luminosos de vida moral, personal y familiar, y no faltan periodistas, actores, profesionales del cine, que viven su fe en Dios en el ejercicio sereno y concienzudo de su profesión.

La historia del cristianismo nos enseña también que la fuerza de la levadura evangélica no sólo no disminuye en proporción a las dificultades que le presenta el ambiente, sino que más bien crece y se desarrolla vivificándolo y transformándolo. Se debe animar a jóvenes de sólida formación moral y religiosa y animados de un auténtico ideal, a actuar en las diversas actividades de las comunicaciones sociales.

Hay que ser realistas y prever que lejos de disminuir, la influencia de las nuevas técnicas irá en aumento en la sociedad de mañana. Por ello se debe poner todo empeño a fin de que dicha influencia se ejerza de modo positivo en el seno de las familias. En ocasión de esta Jornada, anhelamos que nuestra voz llegue a todos los países, para animar a los buenos obreros de las comunicaciones sociales y a todos los que procuran encaminarlas al bien de las familias y contribuir así a asegurar un porvenir feliz a toda la gran familia humana.

Vaticano, 7 de abril de 1969.

 



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