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DISCURSO DEL SANTO PADRE PÍO XII
A UNA PEREGRINACIÓN DEL INSTITUTO NACIONAL ESPAÑOL
DE PREVISIÓN CON MOTIVO DE SU 50 ANIVERSARIO
*


Jueves
11 de septiembre de 1958

 

¡Amadísimos hijos —dirigentes, funcionarios y asociados del Instituto Nacional Español de Previsión— que, al celebrar las bodas de oro de vuestra entidad, habéis querido venir a Roma en piadosa peregrinación para dar gracias al Autor de todo bien por los beneficios recibidos en este medio siglo de vida, para implorar los divinos auxilios mirando al futuro, y para recibir la Bendición del Vicario de Cristo, que con tanto interés sigue vuestra labor! Bienvenidos seáis a esta Casa del Padre común, que se complace en acogeros con los brazos abiertos, porque tiene presente la bondad de la idea, los sacrificios que habrá exigido su realización y el espíritu verdaderamente filial que la ha inspirado.

Hemos dicho que seguimos vuestros trabajos con el mayor interés. Los Sumos Pontífices, desde aquellos que se pueden llamar precursores del gran movimiento social católico moderno, hasta el que en estos momentos indignamente ocupa su lugar, movidos por aquel amor paternal que les impulsa a desear siempre y en todos los campos el mayor bien de sus hijos y de la humanidad entera, pero en especial de los que están más necesitados, han recomendado repetidamente estas Instituciones, como la vuestra, llamadas a dar al hombre aquella tranquilidad y seguridad frente a las dificultades de la vida, particularmente las imprevistas, que difícilmente podría procurarse el individuo aislado. Demasiado fácil Nos sería citar documentos, y sobre todo las celebérrimas Encíclicas Rerum novarum de Léon XIII y Quadragesimo Anno de Pío XI, bastándonos repetir, como ya dijimos en su día que «estas condiciones de previsión social hay que llevarlas a la práctica; si se quiere que la sociedad no se vea agitada periódicamente por túrbidos fermentos y convulsiones peligrosas» (A los trabajadores de Italia, 13 de junio 1943, Discorsi e Radiomessaggi, vol. V, pág.. 85).

Tampoco es intención Nuestra, dada la intimidad del momento presente que preferimos considerar como una reunión familiar, detenernos aquí en lo que podríamos llamar aspectos técnicos y científicos de vuestros problemas. Sabéis perfectamente vuestra función y el modo de llevarla a cabo; y Nos consta que algunas realizaciones vuestras han llamado justamente la atención de propios y extraños. Pero eso no quita para que, recogiendo una idea del devoto y respetuoso Mensaje que Nos habéis dirigido, añadamos una palabra, que consideramos casi como una consecuencia de lo que supone vuestra presencia en esta fecha y en este sitio.

Sí, hijos queridísimos, no hay quien no reconozca que los seguros sociales pretenden ensanchar la zona de los derechos de los que carecen de ellos, entrando a velas desplegadas por los campos de la justicia. Pero al mismo tiempo habrá siempre que recordar que sin el soplo de la caridad para con el prójimo —es decir, de aquel sobrenatural amor, que es una misma cosa con el que nos lleva a Dios y nos une con El—, todos vuestros organismos languidecerían, como planta privada de su savia vital, y tal vez hasta morirían, como un cuerpo, a quien se le ha arrancado el alma, degenerando al fin en un peso para los que están llamados a mantenerlos, en una función fría y mecánica para los que han de asistir y auxiliar, en una hipertrófica burocracia devoradora de energías para los que deben dirigirlos, y hasta puede que en un freno fatal para el espontáneo sentimiento natural de ayuda fraterna y de socorro.

En cambio, cuando reina la caridad, todo se realiza con el corazón y con verdadero empeño, porque «caritas patiens est, benigna est » (1 Co 13, 4); nadie ofende a su hermano, acercándose a él con aire desdeñoso y altanero; no hay peligro de sucumbir a los halagos de la posible corrupción, porque «no es interesada, no se irrita, no piensa mal»; se camina siempre por el sendero recto sin dejarse guiar por segundas intenciones, porque «no se alegra de la injusticia, se complace con la verdad»; y, finalmente, prescindiendo de montajes aparatosos, se reviste todo lo que se hace con el manto blanco de la evangélica sencillez. Decís vosotros que habéis deseado reforzar la caridad con un hálito de justicia; pero Nos os exhortamos a que esta justicia vaya siempre vivificada por el soplo divino de la caridad; de aquella caridad « que procede de Dios» (1 Jn 4, 7) y que os hará permanecer habitualmente en El (cf. ibíd., 4, 16).

Nuestra más cordial felicitación por lo mucho que habéis hecho, especialmente en estos últimos lustros; Nuestra gratitud más sentida en nombre de tantos hijos Nuestros amadísimos, que precisamente por ser los más necesitados son el objeto predilecto de Nuestras preferencias; y Nuestra certeza de un mañana fecundo y radiante, del que no podríamos ni dudar, conociendo la rectitud de vuestras intenciones y el decidido propósito, que os anima, de caminar siempre por la vía segura que os traza la doctrina social de la Iglesia.

Haced una oración especial, todo lo fervorosa que podáis, por Nuestras intenciones, cuando volváis a Madrid, y os recojáis en la suave penumbra de la capillita de la Virgen del Perpetuo Socorro, que es el corazón de vuestra sede central y aun de todo el Instituto.

Presentadle todos los dolores y todas las ansias del Vicario de Cristo por lo mucho que padecen todavía tantos hijos suyos, para quienes el pasado acaso es un recuerdo amargo, el presente una fatiga difícil y el futuro una incógnita y una preocupación; decidle que deseamos, sí, que ellos aprendan a llevar la Cruz con espíritu cristiano en la plena conciencia de su valor como medio de santificación, de redención y de reparación, pero que al mismo tiempo querríamos verlos aliviados de sus fatigas y que en este sentido no dejamos de exhortar a los que pueden ayudarlos; recordadle que a Ella, a su Corazón inmaculado y maternal, no menos que a su potentísima intercesión, encomendamos todo para que esta pobre humanidad pueda finalmente ver la luz primera de aquel día, en que, resplandeciendo sobre el universo el sol de la justicia y de la caridad, todo reverdezca, todo se renueve y florezca en un suave aire de serenidad y de paz.

Con la protección, pues, de vuestra Madre dulcísima, invocamos en vuestro favor las mejores gracias del cielo, mientras que os bendecimos paternalmente. Que la Bendición de Dios omnipotente, Padre, Hijo y Espíritu Santo, descienda como rocío finísimo sobre vosotros y sobre vuestro Instituto para enriquecerlo con frutos abundantísimos de justicia y de caridad.


* Discorsi e Radiomessaggi, vol XX, págs. 337-339.

 

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