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DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A LOS PARTICIPANTES EN LA X ASAMBLEA PLENARIA
DEL CONSEJO PONTIFICIO PARA EL DIÁLOGO INTERRELIGIOSO


Sala del Consistorio
sábado 7 de junio de 2007

 

Eminencia;
queridos hermanos en el episcopado;
señoras y señores:

Me complace tener esta oportunidad de encontrarme con vosotros al final de la X asamblea plenaria del Consejo pontificio para el diálogo interreligioso. Extiendo mi cordial saludo a todos los participantes en esta importante reunión. En particular, agradezco al cardenal Jean-Louis Tauran sus amables palabras.

El tema de vuestra asamblea plenaria es: "Diálogo in veritate et caritate: orientaciones pastorales". Me alegra saber que durante estos días habéis tratado de llegar a una comprensión más profunda de la actitud de la Iglesia católica ante los miembros de otras tradiciones religiosas. Habéis considerado el objetivo más amplio del diálogo, que es descubrir la verdad, y su motivación, que es la caridad, en obediencia a la misión divina confiada a la Iglesia por nuestro Señor Jesucristo.

En la inauguración de mi pontificado, afirmé que "la Iglesia quiere seguir construyendo puentes de amistad con los seguidores de todas las religiones, para buscar el verdadero bien de cada persona y de la sociedad entera" (Discurso a las delegaciones de diversas Iglesias, 25 de abril de 2005: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 29 de abril de 2005, p. 2). A través del ministerio de los Sucesores de Pedro, incluyendo la labor del Consejo pontificio para el diálogo interreligioso y los esfuerzos de los Ordinarios locales y del pueblo de Dios en todo el mundo, la Iglesia sigue acercándose a los seguidores de las diferentes religiones.

De este modo expresa un deseo de encuentro y colaboración en la verdad y en la libertad. Como dijo mi venerado predecesor el Papa Pablo VI, la responsabilidad principal de la Iglesia es el servicio a la verdad, "la verdad acerca de Dios, la verdad acerca del hombre y de su misterioso destino, la verdad acerca del mundo. Verdad que buscamos en la palabra de Dios"(Evangelii nuntiandi, 78).

Los seres humanos buscan respuestas a algunos de los interrogantes existenciales fundamentales: ¿Cuál es el origen y el destino de los seres humanos? ¿Qué es el bien y el mal? ¿Qué aguarda a los seres humanos al final de su existencia terrena? Todos tienen el deber natural y la obligación moral de buscar la verdad. Una vez conocida, están obligados a adherirse a ella y ordenar toda su vida de acuerdo con sus exigencias (cf. Nostra aetate, 1; Dignitatis humanae, 2).

Queridos hermanos, "caritas Christi urget nos" (2 Co 5, 14). El amor de Cristo es lo que impulsa a la Iglesia a acercarse a todos los hombres, sin distinción, más allá de los límites de la Iglesia visible. La fuente de la misión de la Iglesia es el amor divino. Este amor se revela en Cristo y se hace presente a través de la acción del Espíritu Santo. Todas las actividades de la Iglesia han de estar animadas por este amor (cf. Ad gentes, 2-5; Evangelii nuntiandi, 26; Diálogo y misión, 9).

Así pues, el amor urge a cada creyente a escuchar al otro y a buscar ámbitos de colaboración. Animo a los interlocutores cristianos en el diálogo con los seguidores de otras religiones a proponer, no a imponer, la fe en Cristo, que es "el camino, la verdad y la vida" (Jn 14, 16). Como afirmé en mi última encíclica, la fe cristiana nos ha enseñado que "la verdad, la justicia y el amor no son simplemente ideales, sino realidades de enorme densidad" (Spes salvi, 39). Para la Iglesia, "la caridad no es una especie de actividad de asistencia social que también se podría dejar a otros, sino que pertenece a su naturaleza y es manifestación irrenunciable de su propia esencia" (Deus caritas est, 25).

La gran proliferación de encuentros interreligiosos en el mundo actual requiere discernimiento. A este respecto, me complace constatar que durante estos días habéis reflexionado sobre las orientaciones pastorales para el diálogo interreligioso. Desde el concilio Vaticano II, se ha prestado atención a los elementos espirituales que tienen en común las diferentes tradiciones religiosas. De muchos modos, esto ha ayudado a construir puentes de comprensión más allá de los confines religiosos. Sé que durante vuestros debates habéis considerado algunas cuestiones de interés práctico en las relaciones interreligiosas: la identidad de los interlocutores del diálogo, la educación religiosa en las escuelas, la conversión, el proselitismo, la reciprocidad, la libertad religiosa, y el papel de los líderes religiosos en la sociedad. Se trata de cuestiones importantes, a las que deben prestar particular atención los líderes religiosos que viven y actúan en sociedades pluralistas.

Es importante destacar la necesidad de que estén bien formados quienes llevan a cabo el diálogo interreligioso, que para ser auténtico debe ser un itinerario de fe. Por tanto, ¡cuán necesario es que sus promotores estén bien formados en sus propias creencias y bien informados sobre las de los demás! Por esta razón, apoyo los esfuerzos del Consejo pontificio para el diálogo interreligioso encaminados a organizar cursos y programas de formación en el diálogo interreligioso para diferentes grupos cristianos, especialmente seminaristas y jóvenes que estudian en centros educativos terciarios.

La colaboración interreligiosa brinda oportunidades de expresar los ideales más elevados de cada tradición religiosa. Asistir a los enfermos, auxiliar a las víctimas de los desastres naturales o de la violencia, cuidar a los ancianos y a los pobres, son algunas de las áreas en las que colaboran las personas de las diferentes religiones. Animo a todos los que se sienten impulsados por la doctrina de su religión a ayudar a los miembros de la sociedad que sufren.

Queridos amigos, al concluir vuestra asamblea plenaria, os agradezco el trabajo que habéis realizado. Os pido que llevéis el mensaje de buena voluntad del Sucesor de Pedro a vuestras comunidades cristianas y a todos nuestros amigos de las otras religiones. De buen grado os imparto mi bendición apostólica como prenda de gracia y de paz en nuestro Señor y Salvador Jesucristo.



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