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VIAJE A LA REPÚBLICA DOMINICANA,
MÉXICO Y BAHAMAS

DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS UNIVERSITARIOS CATÓLICOS DE MÉXICO

Miércoles 31 de enero de 1979

 

Queridos hermanos y hermanas del mundo universitario católico:

1.Con inmensa alegría y esperanza acudo a esta cita con vosotros, estudiantes, profesores y auxiliares de las Universidades Católicas de México, en los que veo también al mundo universitario de América Latina entera.

Recibid mi saludo más cordial. Es el saludo de quien se encuentra tan a gusto entre la juventud, en la que cifra tantísimas esperanzas, sobre todo cuando se trata de sectores tan calificados como los que van pesando por las aulas universitarias, preparándose para un futuro que será determinante en la sociedad.

Permitidme que en primer lugar ponga un recuerdo para los miembros de la Universidad Católica La Salle, en cuyo recinto debía celebrarse este encuentro. Pero no es menos cordial mi recuerdo para las otras Universidades Católicas mexicanas: Universidad Ibero-Americana, Universidad Anáhuac, Universidad de Monterrey, Instituto Superior de Ciencias de la Educación en Ciudad de México, Facultad de Contaduría Pública de Veracruz, Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Occidente en Guadalajara, Universidad Motolinia, Universidad Femenina de Puebla, Facultad canónica de Filosofía con sede en esta Ciudad, y Facultad –todavía en ciernes– de Teología, igualmente en esta metrópoli.

Se trata de universidades jóvenes. Tenéis sin embargo una antepasada venerable en la “Real y Pontificia Universidad de México”, fundada el 21 de septiembre de 1551, con la finalidad explícita de que en ella “los naturales y los hijos de los españoles fuesen instruidos en las cosas de la santa fe católica y en las demás facultades”.

Hay también entre vosotros –y ciertamente son numerosísimos en todo el territorio mexicano– profesores y estudiantes católicos que enseñan o estudian en las Universidades de diversa denominación. A ellos igualmente dirijo mi afectuoso saludo y manifiesto mi profundo gozo al saber que todos estáis comprometidos de la misma forma en la instauración del Reino de Cristo.

Alarguemos ahora la vista por el vasto horizonte latinoamericano. Así mi saludo y pensamiento se detendrá complacido en tantos otros Centros Católicos Universitarios, que en cada Nación son motivo de legítimo orgullo, donde convergen tantas miradas ilusionadas, de donde se irradian la cultura y civismo cristianos, donde se forman las personas en un clima de concepción integral del ser humano, con rigor científico y con una visión cristiana del hombre, de la vida, de la sociedad, de los valores morales y religiosos.

2. Y ahora ¿qué más os puedo decir en estos momentos que necesariamente habrán de ser breves? ¿Qué puede esperar el mundo universitario católico mexicano y latinoamericano de la palabra del Papa?

Creo poder resumirlo, bastante sintéticamente, en tres observaciones, siguiendo la línea de mi venerado predecesor el Papa Pablo VI.

a) La primera es que la Universidad Católica debe ofrecer una aportación específica a la Iglesia y a la sociedad, situándose en un nivel de investigación científica elevado, de estudio profundo de los problemas, de un sentido histórico adecuado. Pero esto no basta para una Universidad Católica. Esta debe encontrar su significado último y profundo en Cristo, en su mensaje salvífico, que abarca al hombre en su totalidad, y en las enseñanzas de la Iglesia.

Todo esto supone la promoción de una cultura integral, es decir, la que mira al desarrollo completo de la persona humana, en la que resalten los valores de la inteligencia, voluntad, conciencia, fraternidad, basados todos en Dios Creador y que han sido elevados maravillosamente en Cristo (cf. Gaudium et spes, 61): una cultura que se dirija de modo desinteresado y genuino al bien de la comunidad y de toda la sociedad;

b) La segunda observación es que la Universidad Católica debe ser formadora de hombres realmente insignes por su saber, dispuestos a ejercer funciones comprometidas en la sociedad y a testimoniar su fe ante el mundo (cf. Gravissimum educationis, 10). Finalidad que hoy es indudablemente decisiva. A la formación científica de los estudiantes conviene, pues, añadir una profunda formación moral y cristiana, no considerada como algo que se añade desde fuera, sino como un aspecto con el que la institución académica resulte, por así decirlo, especificada y vivida. Se trata de promover y realizar en los profesores y en los estudiantes una síntesis cada vez más armónica entre fe y razón, entre fe y cultura, entre fe y vida. Dicha síntesis debe procurarse no sólo a nivel de investigación y enseñanza, sino también a nivel educativo-pedagógico.

c) La tercera observación es que la Universidad Católica debe ser un ámbito en el que el cristianismo sea vivo y operante. Es una vocación irrenunciable de la Universidad Católica dar testimonio de ser una comunidad seria y sinceramente comprometida en la búsqueda científica, pero también caracterizada visiblemente por una vida cristiana auténtica. Esto supone, entre otras cosas, una revisión de la figura del profesor, el cual no puede ser considerado únicamente como un simple transmisor de ciencia, sino también y sobre todo como un testigo y educador de vida cristiana auténtica. En este privilegiado ambiente de formación, vosotros, queridos estudiantes, estáis llamados a una colaboración consciente y responsable, libre y generosa, para realizar vuestra misma formación.

3. La implantación de una pastoral universitaria, ya sea como pastoral de las inteligencias ya sea como fuente de vida litúrgica, y que debe atender a todo el sector universitario de la nación, no dejará de encontrar frutos preciosos de elevación humana y cristiana.

Queridos hijos que os dedicáis completa o parcialmente al sector universitario católico de vuestros respectivos países, y todos vosotros que, en cualquier ambiente universitario, estáis comprometidos en implantar el Reino de Dios:

— cread una verdadera familia universitaria, empeñada en la búsqueda, no siempre fácil, de la verdad y del bien, aspiraciones supremas del ser racional y bases de sólida y responsable estructura moral;

— perseguid una seria actividad investigadora, orientadora de las nuevas generaciones hacia la verdad, hacia la madurez humana y religiosa;

— trabajad infatigablemente para el progreso auténtico y completo de vuestras Patrias. Sin prejuicios de ningún tipo, dad la mano a quien se propone, como vosotros, la construcción del auténtico bien común;

— unid vuestras fuerzas de obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas, de laicos, en la programación y realización de vuestros centros académicos y de sus actividades;

— caminad alegres e infatigables bajo la guía de la Santa Madre Iglesia, cuyo Magisterio, prolongamiento del de Cristo, es garantía única para no perder el justo camino, y guía segura hacia la herencia imperecedera que Cristo reserva a quien le es fiel.

Os encomiendo a todos a la Eterna Sabiduría: “esplendente e inmarcesible es la sabiduría; fácilmente se deja ver de los que la amen y es hallada por los que la buscan” (Sab 6, 12).

¡Que la Sede de la Sabiduría, a la que México y toda América Latina venera en el Santuario de Guadalupe, os proteja a todos bajo su manto maternal! Así sea. Y muchas gracias por vuestra presencia.



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