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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
AL PRIMER EMBAJADOR
DEL PRINCIPADO DE 
LIECHTENSTEIN
ANTE LA SANTA SEDE
*

Lunes 27 de enero de 1986

 

Muy apreciado Señor Embajador:

1. Durante mi visita pastoral al Principado de Liechtenstein el año «pasado pude referirme a la feliz circunstancia de que los amistosos contactos existentes desde hacía mucho tiempo entre su País y la Santa Sede habían «sido confirmados últimamente de forma solemne como relaciones diplomáticas oficiales» (Discurso a las autoridades civiles el 8 de septiembre de 1985). Hoy tengo al fin la alegría de saludarle cordialmente en su calidad de primer Embajador del Principado de Liechtenstein y recibir sus Cartas Credenciales como tal. Le felicito por esta honrosa misión y acompaño las actividades futuras de esta nueva Embajada con mis mejores deseos de bendiciones.

Los múltiples encuentros realizados durante mi visita a su apreciado País, de la que sigo conservando un recuerdo gozoso y agradecido, me ofrecieron la oportunidad de apreciar la profunda vinculación del pueblo de Liechtenstein con el Cristianismo y la rica herencia cristiana y cultural consecuencia de ello. El deseo de ampliar y desarrollar ahora mediante las relaciones diplomáticas con la Santa Sede los lazos estrechos y amistosos entre el Estado y la Iglesia en el Principado de Liechtenstein, acentúa la decisión de los responsables de su País de continuar fortaleciendo en el futuro y en un plano internacional la colaboración entre la Iglesia y el Estado y prestar así una contribución creciente en el terreno de la comunidad de los pueblos. Todo ello corresponde al significado y la importancia que se ha sabido ganar su País en su corta historia por la diligencia y la probidad de sus ciudadanos y por el gran progreso económico y social.

2. La importancia de un País en la comunidad de los pueblos no se basa tan sólo en su amplitud territorial y en el número de sus habitantes, sino en el convencimiento y la decisión con que un pueblo está dispuesto a comprometerse en favor de los valores morales fundamentales y de los altos ideales que proporcionan a los hombres y naciones una convivencia en la libertad y la justicia, según conviene al hombre. En este compromiso por la defensa y exigencia de los principios y normas espirituales y mora­les, que se hallan enraizadas en la naturaleza del hombre y constituyen el fundamento del ordenamiento social y estatal, cualquier pueblo encontrará siempre en la Santa Sede un aliado fidedigno y dispuesto a la colaboración.

La Iglesia no ha limitado nunca su misión al terreno puramente religioso e interno, sino que siempre ha ofrecido a los hombres su sincera cooperación para hacer realidad entre ellos esa comunidad fraterna que corresponde a su verdadera vocación. Este servicio de la Iglesia al mundo se exige mucho más en una época en que, tanto en la vida personal como en la pública, se cuestionan en gran medida los valores éticos más elementales y en la que la posibilidad de nuevos conflictos pone en peligro incluso la supervivencia de la Humanidad en su conjunto. Estado e Iglesia tienen que trabajar hoy de forma acentuada en la defensa de valores universalmente vinculantes, el primero de los cuales ha de ser siempre el hombre propio, con su dignidad invulnerable y sus derechos y deberes irrenunciables.

3. Campos importantes para una estrecha colaboración entre el Principado de Liechtenstein y la Santa Sede son, sobre todo, la preocupación común por una paz duradera entre los pueblos, el afán por hacer posible una mayor justicia social con atención especial hacia los países del Tercer Mundo, el esfuerzo común por la unión progresiva de Europa y de toda la familia humana en el espíritu de una solidaridad y fraternidad universales, la defensa del hombre en cuanto hombre frente a los peligros que le amenazan desde fuera y desde dentro. Es necesario tomar decisiones valientes y creativas para acrecentar entre los hombres y entre los pueblos la disponibilidad para el respeto y la comprensión mutua, así como una confiada colaboración internacional, únicas actitudes que podrán preservar a la humanidad de nuevas y mayores desgracias.

Que la apertura de relaciones diplomáticas entre el Principado de Liechtenstein y la Santa Sede estrechen, apreciado Señor Embajador, los lazos amistosos entre su País y este centro de la cristiandad católica y afiance y desarrolle fecundamente el compromiso común en favor de un mundo más pacífico y más justo para el mañana y para todos los pueblos y hombres de buena voluntad.

Agradezco sinceramente a Su Alteza Serenísima Francisco José II, Príncipe de Liechtenstein, las expresiones de adhesión respetuosa y de estima que me ha transmitido y a los que correspondo con deferencia. Al mismo tiempo imploro de corazón para usted y para sus colaboradores una especial protección y asistencia divinas en su nueva misión tan cargada de responsabilidades.


*L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua española, n. 12, p.22.



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