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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
AL CONGRESO SOBRE CATEQUESIS
ORGANIZADO POR LA CONGREGACIÓN PARA EL CLERO

Jueves 29 de abril de 1993

 

Señores cardenales;
venerados hermanos en el episcopado;
queridos sacerdotes;
hermanos y hermanas:

1. Con mucho gusto os recibo con ocasión del Congreso organizado por la Congregación para el clero sobre un tema muy actual e importante para la vida eclesial, como es el del influjo del Catecismo de la Iglesia católica en la pastoral catequística en general y la redacción de los catecismos locales en particular.

Agradezco al señor cardenal José T. Sánchez, prefecto de dicha Congregación, las amables palabras que me ha dirigido, y saludo con afecto a los presidentes de las Comisiones episcopales para la catequesis, así como a los expertos y a los miembros de ese mismo dicasterio.

En este tiempo pascual resuenan todavía en nuestro espíritu las palabras de san Pedro: la piedra despreciada por los constructores "se ha convertido en piedra angular. Porque no hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres por el que nosotros debamos salvarnos" (Hch 4, 11-12).

Jesucristo es la salvación eterna, que se manifestó en la plenitud de los tiempos. Es la verdad que libera y la palabra que salva.

Para transmitir a todos los pueblos la buena nueva, fundó su Iglesia con la misión específica de evangelizar. Después de Pentecostés, la Iglesia cumplió con entusiasmo el mandato de su divino fundador y comenzó su misión de proclamar el feliz anuncio de la salvación.

Esto es lo que los discípulos del Señor han hecho a lo largo de la historia humana. Esto es lo que la Iglesia quiere hacer hoy, esforzándose por llevar a cabo, al comienzo del tercer milenio, la nueva evangelización con la ayuda del Catecismo de la Iglesia católica, instrumento que responde plenamente a las necesidades de la época actual.

2. Hay que recibir la publicación de este Catecismo como una verdadera gracia del Señor en vísperas del nuevo milenio. En el mundo de hoy, marcado por procesos preocupantes de secularización, que desembocan a menudo en el ateísmo, un mundo en el que la sed creciente de lo sagrado se manifiesta muchas veces en formas de subjetivismo o en la multiplicación de movimientos religiosos discutibles, se siente por todas partes la necesidad de certeza en la profesión de fe y en el compromiso personal de conversión y vida cristiana.

El reciente Catecismo quiere responder a esta necesidad. Por su misma naturaleza de verdadero texto catequístico, será sin duda una ayuda para la nueva evangelización, presentando íntegro el mensaje de Cristo, sin mutilaciones o falsificaciones (cf. Catechesi tradendae, 30).

La nueva evangelización, cuyo destino está estrechamente ligado a la labor catequística, tiene corno punto de partida la certeza de que en Cristo se halla una riqueza inescrutable (cf. Ef 3, 8), que ninguna cultura ni época pueden agotar y la que los hombres están invitados continuamente a acudir, a fin de orientar su existencia. Esta riqueza es, sobre todo, la persona misma (le Cri5to, en el que tenemos acceso a la verdad sobre Dios y el hombre. Quienes creen en él, cualquiera que sea la época o cultura a la que pertenezcan, hallan respuesta a las preguntas siempre antiguas y siempre nuevas acerca del misterio de la existencia y que están grabadas indeleblemente en el corazón del hombre.

3. Por tanto, la nueva evangelización requiere, sobre todo, una catequesis que, presentando el plan de la salvación, "sepa invitar a la conversión" y a la esperanza en las promesas de Dios, basándose en la certeza de la resurrección real de Cristo, primer anuncio y raíz de toda evangelización, fundamento de toda promoción humana, principio de toda cultura cristiana auténtica.

Es necesario que los pastores del pueblo de Dios y los agentes de la pastoral presten especial atención a la catequesis, que es explicitación sistemática del primer anuncio evangélico, educación de quienes se disponen a recibir el bautismo o a ratificar sus compromisos, e iniciación a la vida de la Iglesia y al testimonio concreto de la caridad. Así pues, la catequesis es un momento de importancia esencial en el proyecto rico y complejo de la evangelización. Como he recordado también en la carta dirigida recientemente a todos los sacerdotes con ocasión del Jueves Santo, en el Catecismo "podemos encontrar una norma auténtica y segura..., para el desarrollo de la actividad catequética entre el pueblo cristiano, para la nueva evangelización, de la que el mundo de hoy tiene inmensa necesidad" (n. 2; cf. L’Osservatore Romano, edición en lengua española, 26 de marzo de 1993, p. 1).

4. La pastoral catequística halla en el Catecismo de la Iglesia católica el instrumento más idóneo para la nueva evangelización.

Es urgente que los catequistas, en virtud de su carisma y del mandato recibido de los pastores, repitan en las comunidades la misión de la Iglesia maestra, de esta educadora humilde como su Señor, que guía pacientemente a cada uno de sus discípulos hacia un proyecto de vida, del que ella no es autora, sino sólo depositaria y mediadora.

Sin olvidar jamás que Dios es el educador de su pueblo, y que Jesucristo es el pedagogo interior de sus seguidores a través del don incesante de su Espíritu, conviene subrayar un principio que puede inspirar el uso pastoral del Catecismo de la Iglesia católica, y que se lee en el número 169 del mismo texto: "La salvación viene sólo de Dios; pero, puesto que recibimos la vida de la fe a través de la Iglesia, ésta es nuestra madre: "Creemos en la Iglesia como la madre de nuestro nuevo nacimiento, y no en la Iglesia como si ella fuese el autor de nuestra salvación" (Fausto de Riez, De Spiritu Sancto, 1, 2). Porque es nuestra madre, es también la educadora de nuestra fe".

5. El nuevo Catecismo se entrega a los pastores y a los fieles para que, como todo catecismo auténtico, sirva para educar en la fe que la Iglesia católica profesa y proclama. Por eso, es un don para todos: se dirige a todos, y hay que hacer que llegue a todos. La aceptación extraordinaria que ha tenido en el pueblo cristiano sirve como ulterior exhortación y aliento a cumplir ese deber urgente de toda la Iglesia.

Por ser tan completo, este Catecismo es también "típico" y "ejemplar" para todos los demás catecismos, como texto de referencia seguro para la enseñanza de la doctrina católica y, de forma muy especial, para la elaboración de los catecismos locales. No ha de considerarse sólo como una etapa que precede a la redacción de los catecismos locales; está destinado a todos los fieles que tengan la capacidad de leerlo, comprenderlo y asimilarlo en su vida cristiana. En esta perspectiva, sirve de apoyo y fundamento para la redacción de nuevos instrumentos catequísticos, que tengan en cuenta las diversas situaciones culturales y, a la vez, guarden con sumo esmero la unidad de la fe y la fidelidad a la doctrina católica (cf. Fidei depositum, 4).

6. El Sínodo de 1977 sobre la catequesis afirmó, con razón, que evangelizar es una iniciativa dinámica: se trata de encarnar el Evangelio en las culturas y de recibir los valores auténticos de estas mismas culturas en el cristianismo (cf. Mensaje al pueblo de Dios, 5). Eso significa que la catequesis se esfuerza por conservar y transmitir íntegramente el depositum fidei contenido en el Catecismo de la Iglesia católica y por convertirse en factor activo de la inculturación de la fe.

Para que sea verdaderamente maestra en esta inculturación, es necesario que la catequesis use el Catecismo de la Iglesia católica a la luz de las verdades fundamentales de la fe y de los tres grandes misterios de la salvación: la Navidad, que muestra el camino de la Encarnación y lleva al que catequiza a compartir su vida con el catequizado, asumiendo todos sus posibles elementos positivos, como su historia, sus costumbres, sus tradiciones y su cultura; la Pascua, que, a través del sufrimiento, lleva a la purificación de los pecados y a rescatar todas las culturas de la insensatez del mal y de la fragilidad del limite natural; y Pentecostés, que, con el don del Espíritu Santo, hace posible que todos comprendan en su lengua las maravillas de Dios, abriendo nuevos espacios para que actúe la fe y la misma cultura.

7. Es evidente que la fe cristiana no se identifica con ninguna cultura determinada, porque está por encima de todas ellas, aunque de hecho puede encarnarse en las diferentes culturas. Esto implica que en todo proceso catequístico haya que considerar y recibir la iniciativa divina, que concede gratuitamente la fe y favorece la expresión humana y cultural que la transmite. El Espíritu Santo, que "llena la tierra..., todo lo mantiene unido y tiene conocimiento de toda palabra" (Sb 1, 7), es el que da incesantemente a las diferentes culturas la gracia de recibir y vivir el Evangelio. Encarnar la fe no es sólo una inevitable necesidad histórica, sino también la condición necesaria para vivirla, profundizarla y transmitirla.

Esta acción cumple, además, una función purificadora en relación con las culturas. Es propio de la palabra de Dios indicar al hombre los dos caminos: el del bien y el del mal, invitando a abandonar el hombre viejo para dejar de ser esclavo del pecado (cf. Rm 6, 9-1 1), y a revestirse del hombre nuevo creado en la santidad de la verdad. Esto supone una catequesis capaz de leer profundamente la condición humana y de discernir evangélicamente, en la perspectiva del reino de Dios, los peces buenos de los malos (cf. Mt 13, 48).

En síntesis, la utilización del Catecismo de la Iglesia católica en la catequesis y en los catecismos locales debe estar guiada por este principio de comunión: "La compatibilidad con el Evangelio de las varias culturas a asumir y la comunión con la Iglesia universal" (Redemptoris missio, 54).

Quiera Dios que este principio, en que se ha basado vuestro trabajo de estos días, siga guiándolos también en el futuro y os ayude a realizar la obra tan positiva de ofrecer a vuestros fieles instrumentos de catequesis adecuados a las exigencias de los tiempos y aptos para llevar a cabo la nueva evangelización, que constituye el desafío que ha de afrontar toda la Iglesia al final de este milenio.

Os acompañe y os sostenga en este cometido arduo y fundamental mi bendición apostólica, que os imparto con afecto a vosotros, a vuestro trabajo y a las Iglesias que representáis y por las que gastáis generosamente vuestras energías.



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