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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS OBISPOS PARTICIPANTES EN LA ASAMBLEA PLENARIA
DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL ITALIANA

Martes 20 de mayo de 2003

 

Amadísimos  hermanos en el episcopado: 

1. "Gracia a vosotros y paz de parte de Dios, nuestro Padre, y del Señor Jesucristo" (Ef 1, 29). Me alegra saludaros con estas palabras del apóstol san Pablo. Saludo a vuestro presidente, cardenal Camillo Ruini, a quien agradezco las palabras que me ha dirigido en nombre de todos vosotros. Saludo a los demás cardenales italianos, a los vicepresidentes y al secretario general de vuestra Conferencia. Os saludo con afecto fraterno a cada uno y deseo testimoniaros la cercanía en la oración, el aprecio y la solidaridad con que acompaño vuestra obra de pastores de la amada nación italiana.

2. Habéis elegido como tema central de vuestra 51ª asamblea general la iniciación cristiana:  elección muy oportuna, porque la formación del cristiano y la transmisión de la fe a las nuevas generaciones tienen una importancia decisiva, que resulta mayor aún en el actual contexto social y cultural, en el que muchos factores confluyen para hacer más difícil y, por decirlo así, "contra corriente", el compromiso de ser auténticos discípulos del Señor, a la vez que la rapidez y la profundidad de los cambios aumentan la distancia y, a veces, casi la incomunicabilidad entre las generaciones.

Por eso, como habéis afirmado en las Orientaciones pastorales para este decenio, es un acierto tomar como criterio de renovación "la opción de configurar la pastoral según el modelo de la iniciación cristiana" (Comunicar el Evangelio en un mundo que cambia, 59).

3. En una situación que requiere un fuerte compromiso de nueva evangelización, los mismos itinerarios de iniciación cristiana deben dar amplio espacio al anuncio de la fe y proponer sus motivaciones fundamentales, de modo adecuado a la edad y a la preparación de las personas.

Asimismo, es muy importante comenzar pronto la educación cristiana de los niños, de manera que la asimilen vitalmente desde los primeros años:  es preciso hacer que las familias tomen conciencia de esta nobilísima misión suya, y ayudarles a cumplirla, integrando también sus posibles carencias. En efecto, a ningún niño bautizado se le debe privar del alimento que hace crecer el germen sembrado en él por el bautismo.

Por su parte, los sacerdotes, los catequistas y los formadores están llamados a cultivar el coloquio personal con muchachos, adolescentes y jóvenes, sin ocultar la grandeza de la llamada de Dios y el exigente compromiso de la respuesta, y haciéndoles gustar al mismo tiempo la cercanía misericordiosa del Señor Jesús y el cuidado materno de la Iglesia.

4. Conozco y comparto la gran solicitud con la que seguís el camino de la sociedad italiana, tratando de favorecer, sobre todo, la cohesión interna de la nación. Justamente destacáis la importancia que tiene la familia para la salud moral y social de la nación. Son esperanzadores los signos de una renovada atención con respecto a ella, que provienen tanto del mundo de la cultura como de los responsables de la vida pública.

La atención de vuestra asamblea se centra, también, en la reforma del sistema escolar italiano y en las nuevas perspectivas que se abren para la enseñanza de la religión católica. En la función educativa y formativa de la escuela pueden participar con pleno derecho tanto los profesores de religión como la escuela católica, que aún espera ver reconocido adecuadamente su papel y su contribución educativa, en un marco de igualdad efectiva.

Juntamente con vosotros, hermanos en el episcopado, deseo también expresar especial cercanía a todas las personas y familias que carecen de trabajo y se encuentran en condiciones difíciles. A pesar de las mejoras realizadas, existen aún, especialmente en algunas regiones del sur, áreas en las que los jóvenes, las mujeres, y a veces también los padres de familia, no tienen empleo, con grave daño para ellos y para el país. Italia necesita más confianza e iniciativa, para ofrecer a todos perspectivas mejores y más alentadoras.

5. Acabamos de celebrar el 40° aniversario de la encíclica Pacem in terris. Esta gran herencia del beato Juan XXIII nos señala a nosotros y a todos los pueblos del mundo el camino para construir un orden de verdad y de justicia, de amor y de libertad y, por tanto, de auténtica paz.

Entre las numerosas regiones del mundo privadas del bien fundamental de la paz, desde hace demasiado tiempo debemos incluir, por desgracia, la Tierra Santa. Deseo expresaros a vosotros, obispos italianos, mi vivo aprecio por la iniciativa de enviar allá, inmediatamente después de Pascua, una representación vuestra para llevar un testimonio de solidaridad concreta, en particular a las comunidades cristianas que viven allí y que se encuentran en condiciones de gravísima dificultad.

6. En la misa in cena Domini del Jueves santo firmé la encíclica Ecclesia de Eucharistia. Os encomiendo ante todo a vosotros, obispos, y a vuestros sacerdotes, la intención con que la escribí, para que seamos los primeros en entrar cada vez más profundamente, a través de la Eucaristía, en el misterio de la Pascua, en el que se actúa nuestra salvación y la del mundo.

Amadísimos obispos italianos, os aseguro mi oración diaria por vosotros y por las comunidades de las que sois pastores. La Virgen María, a quien los fieles se dirigen con particular confianza en este "Año del Rosario", interceda para que en todo el pueblo de Dios se fortalezca la fe y aumenten la comunión y la valentía de la misión.

A todos y a cada uno imparto mi bendición.

 



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