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CARTA APOSTÓLICA
MAGNIFICI EVENTUS
DE LA SANTIDAD DE NUESTRO SEÑOR
JUAN XXIII,
PAPA POR LA PROVIDENCIA DE DIOS.
A los venerables hermanos
obispos de las naciones eslavas
en paz y en comunión con la Sede Apostólica.
Al cumplirse el undécimo centenario
de la llegada de los Santos Cirilo y Metodio
a la Gran Moravia.

 

A LOS VENERABLES HERMANOS
OBISPOS DE LAS NACIONES ESLAVAS.
JUAN XXIII

 

Venerables hermanos: Salud y bendición apostólica.

Por arcano designio de la Divina Providencia, la evocación centenaria de un magnífico acontecimiento viene a coincidir con el Concilio Ecuménico Vaticano II, que ahora se desarrolla; y aparece en estricta relación con las aspiraciones que dicha asamblea general se propone. Se cumplen once siglos desde que dos insignes apóstoles, los Santos Cirilo y Metodio, llegaron desde Constantinopla a la Gran Moravia.

Nada les pudo acontecer más saludable a estas naciones, no han tenido beneficio más grande y señalado que el que les llegó cuando, bajo los rayos del sol de justicia, brilló sobre sus gentes el Evangelio (cf. 2 Cor 4, 6), es decir, cuando asentó la cristiandad en esos territorios. Y precisamente esta realidad, verdaderamente digna de solemne conmemoración, se cumple para los moravos y para los eslovacos, y para otras numerosas poblaciones eslavas, a continuación de la Providencial venida de hombres tan insignes.

Si no es lícito nunca pasar en silencio los beneficios celestiales, con mayor razón conviene celebrar solemnemente la bondad de Dios, siempre lleno de misericordia (Ef 2, 4), cuando se digna conducir familias integras de naciones al reino de su Hijo querido (cf. Col 1, 13) y conferirles la nobleza del nombre cristiano. Por esto nos ha parecido oportuno, venerables hermanos, obispos de las naciones eslavas, enviaros esta carta para ilustrar este acontecimiento histórico de tanta importancia, y para exhortaros con palabras paternales y amorosas a celebrarlo a una con el clero y el pueblo a vos confiado, como digno tributo de religiosa piedad.

En tales circunstancias será preocupación vuestra el actuar de modo que se les proponga a vuestros compatriotas, con especial cuidado y con adecuada celebración, la vida, las virtudes, los viajes, las empresas, los trabajos y las experiencias afrontados por los Santos Cirilo y Metodio para convertir aquellos pueblos a Cristo, y disponerlos para la perfección de la civilización y de la cultura. Es verdad que estas mismas empresas fueron antes intentadas por otros, pero no consiguieron más que resultados limitados y lentos, a la espera de coyunturas más favorables y de más aptos esfuerzos, cuando por la efusión de la gracia divina viniera el tiempo propicio y el día de la salvación (cf. 2 Cor 6, 2).

Si se buscan las causas principales de la fecundidad de la obra apostólica de los Santos Cirilo y Metodio, se comprenderá fácilmente que se deriva de esto: “Fueron pobres según el mundo, pero ricos en la fe” (St 2, 5); “hombres ricos en virtudes, con el gusto de la belleza” (Ecle 44, 6), ligados a la Sede de Pedro, perfecta y piadosamente católicos y apostólicos en todo el sentido de la palabra. Estas características fueron destacadas por nuestro predecesor Pío XI, de feliz memoria, con estas palabras: “¿Por qué... maravillarnos si Cirilo y Metodio —que bien podemos llamar hijos del Oriente, bizantinos de patria, griegos de nación, romanos por misión y eslavos por los éxitos de su apostolado— se hicieron todo a todos, en la unidad de la Iglesia católica? (Carta apostólica a los arzobispos del Reino serbio-croata-esloveno y de la República Checoslovaca, A. A. S., 1927, 95).

Nos place ahora recorrer al menos los capítulos principales de su historia. Nacieron en Salónica, hermanos de sangre, idénticos en el celo por la fe, pero diferentes en las dotes de ingenio: el uno se distinguió en la magistratura, y el otro en el estudio de la filosofía. Ambos, por diversos motivos, se retiraron a la soledad del monte Olimpo, en Bitinia, después de haber realizado fatigosas misiones apostólicas entre los árabes y cázaros. Enviados por el emperador bizantino Miguel III al príncipe de la Gran Moravia, Ratislao, que había pedido idóneos predicadores del Evangelio, fueron recibidos con extraordinarias manifestaciones de entusiasmo, y sin tardanza se dedicaron al trabajo apostólico al que se habían consagrado. En breve la mies creció espléndidamente. La obra de su empresa evangélica pudo desarrollarse más expeditamente porque crearon el alfabeto eslavo y tradujeron a esta lengua los textos del Antiguo y del Nuevo Testamento y los libros litúrgicos, tanto del rito romano como del rito bizantino.

Los dos hermanos, llegados a Roma para rendir cuenta al Romano Pontífice sobre la obra desarrollada y para recibir instrucciones para el futuro, fueron colmados de honores por el Papa Adriano II. Este, reconocida la perfecta ortodoxia de la fe de los dos heraldos del Evangelio, hizo conferir las órdenes sagradas a Metodio y a algunos de sus discípulos. Cuando poco tiempo después Cirilo terminó en Roma sus días, maduro más en virtudes que en años, se le tributaron exequias solemnes y manifestaciones de la más profunda veneración y sus despojos fueron sepultados en la iglesia romana de San Clemente. Metodio fue creado arzobispo de la Parinonia y de la Gran Moravia y encargado también de mirar por el progreso espiritual de los pueblos eslavos en calidad de legado pontificio.

El santo prelado se dispuso entonces a la nueva obra con ánimo tan firme como generoso. Antes de todo, estableció y consolidó con justas medidas la disciplina eclesiástica en las provincias que se le habían confiado. Luego emprendió arduos viajes a través de vastas regiones, e instruyó en la fe cristiana, además de a los moravos, a los eslovacos y eslovenos, bohemios, polacos, croatas y, por medio de sus discípulos, a los servios, macedonios, búlgaros y, también, por obra de estos últimos, a los ucranianos, rusos y blanco rutenos.

No hay que silenciar que Metodio volvió a Roma para disculparse de haber introducido la lengua eslava en los sagrados ritos. Absuelto de toda acusación, quedó confirmado en todos sus cargos, que ya le había confiado Adriano II, en particular el de la misión eslava, y se entregó a cumplirlo con mucho mayor celo. Efectivamente, consideró siempre sagrado e imprescindible deber el encontrarse unido a la Iglesia romana con el vínculo firmísimo de la caridad y de la fe, y desarrollar su propio ministerio como obsequio de obediencia fiel a la sede apostólica, fundamento de la unidad y de la verdad cristiana.

Después de haber trabajado y sufrido mucho por la gloria y el nombre de Cristo, terminó su vida en la tierra el 6 de abril de 885, y fue sepultado en la iglesia principal de la Gran Moravia.

El religioso respeto, la gran estima, la ínclita nombradía que en todo tiempo y en todos los países del mundo los Santos Cirilo y Metodio consiguieron con creciente desarrollo, inspiraron a León XIII para exaltar a los dos apóstoles la carta encíclica Grande munus, Y con el objeto de que, puestos en el candelabro del templo de Dios, brillaran con luz más resplandeciente, este mismo Romano Pontífice extendió su fiesta y su culto a la Iglesia universal.

Movidos por la misma devoción de nuestro predecesor, de conformidad con las exigencias de las circunstancias presentes y de este centenario, deseamos y queremos que, inspirados por el justo y obligado celo de piedad, vosotros y todos aquellos que en vuestras naciones invocan el nombre de Cristo, levantéis los ojos y el corazón hacia estos celestiales protectores como a estrellas benéficas. Por cuanto os es más necesaria y urgente la ayuda divina, más que la humana, debéis tener confianza en la intercesión de los Santos Cirilo y Metodio, que desde el cielo continúan con eficaz oración asistiendo a las necesidades y la actividad a que se entregaron. Su próvida caridad no se ha apagado, sino que desde arriba es más vigilante y poderosa.

Venerables hermanos, os son bien conocidos nuestros ardientes deseos y nuestros esfuerzos para que los cristianos de Oriente separados de la comunión de la Sede Apostólica quieran restablecerla, y para que, en cumplimiento del deseo de Cristo, se realice gradualmente la unidad de un solo rebaño y un solo pastor.

A esto tienden también los votos del Concilio Ecuménico Vaticano II, al que con gran satisfacción nuestra y gozoso auspicio estuvieron presentes también observadores delegados de las Iglesias separadas.

La voz del tiempo es la voz de Dios; y no faltan indicios y pruebas de no poco valor que indican cómo esta voz invita y alienta a la anhelada restauración de la unión y de la paz.

Por una y otra parte es más lo que une que lo que divide en esta causa tan noble y ventajosa, que mira por la restauración de los vínculos de concordia, en la unidad de la fe. Es necesario que entre tanto se preparen los caminos por una y otra parte, que, establecidos sobre sólidos cimientos, conduzcan al término deseado si hay reciprocidad de estima y caridad fraterna. De hecho la caridad, deseosa de cumplir la voluntad de Dios, es capaz de todo, todo lo espera, todo lo soporta.

A la consecución de este fin contribuyó muchísimo la asociación fundada por Antonio Martín Slomsek, obispo de Maribor, y promovida por Antonio Cirilo Stojan, arzobispo de Olomouc, que fue llamada “Apostolado de los Santos Cirilo y Metodio”; y de esta forma fueron utilísimos los congresos celebrados en Velehrad, cerca de las sagradas reliquias de San Metodio. Los resultados notables y felices que allí maduraron en pro del bien común avivan el deseo de tiempos mejores, que permitan la continuación de una obra tan bien comenzada.

Recordamos que en el año 1927, como delegado apostólico, escribimos en estos términos al Presidente del Congreso de Velehrad: “Deseo que le llegue también desde Bulgaria, para que vuestra excelencia la transmita a todos los reunidos en Velehrad, la voz de gozo por la solemnidad que se celebra en torno a la sagrada memoria de los Santos Cirilo y Metodio, la participación de los católicos de aquí en las oraciones, en los estudios, en las deliberaciones, en los deseos de todos los católicos eslavos por la unión de las Iglesias.

… Nosotros nos sentimos verdaderamente como los granos de trigo esparcidos por la montaña, como la bella imagen de la antiquísima oración cristiana, y que luego se reúnen para formar el sabroso pan. Bendiga el Señor, por la intercesión de los Santos Cirilo y Metodio, esta santa unión de nuestras almas y la selle con su gracia" (Act, del V Cong. de Velehrad, 61).

Data de aquellos años nuestra familiaridad en la oración, no solamente por el querido pueblo búlgaro, sino también por todos los pueblos que han hecho resplandecer en el centro de Europa el nombre de Cristo. Fue un latido de amor que nos impulsó a dirigir cada día de nuestra vida oraciones, expresión de ternura y confianza que asocia a la Madre de Cristo y a los Santos Cirilo y Metodio y a todos los santos del Oriente y del Occidente, para que con su patrocinio poderoso obtengan del Altísimo la realización anhelada de la restauración de la hermandad y de la paz.

Esta sagrada meta de la unidad requiere esfuerzos y fatigas, pero para ayudarnos a soportarlos fácilmente tenemos las exhortaciones, el aliento y el patrocinio de los Santos Cirilo y Metodio.

Ellos, como dos estrellas que unen su luz, nos indican el camino a recorrer. Sin duda, Cirilo y Metodio, columnas santas de la unidad, oran mucho por toda la ciudad santa de la Iglesia, y por los pueblos confiados a su protección: son como dos olivos, dos candelabros, dos mensajeros de paz, que están cerca del Señor de toda la tierra (cf. 2 M 15, 14; Ap 11, 4; Za 4, 11-14).

Qué oportuna, qué amorosa y de acuerdo con las presentes circunstancias la súplica de San Cirilo moribundo en Roma: “... Señor Dios que has creado todos los órdenes angélicos y las potencias incorpóreas, que has levantado los cielos y consolidado la tierra..., haz crecer a tu Iglesia, reúne a todos los hombres en la unidad; haz que los elegidos estén concordes en tu verdadera fe y en su recta confesión, e infunde en sus corazones la palabra de la revelación..., para que se consagren a las obras buenas y cumplan tu beneplácito” (Vita Constantini slavica, cap. XVIII).

En la solemne conmemoración de este fausto acontecimiento es conveniente que demos gracias a Dios, con piedad profundamente sentida, por el beneficio inenarrable conferido a la cristiandad en la providencial venida de los Santos Cirilo y Metodio.

Por su obra personal y por medio de sus discípulos llegó a los pueblos eslavos la fe cristiana y el progreso civil; de este modo, bajo el influjo del Evangelio se desarrollaron en ellos los dones de la naturaleza, que les honran: el sentido vivo de las cosas de Dios, la índole generosa, la diversidad de ingenio, la inclinación a la cortesía, una rica aptitud por las artes, la liberalidad hospitalaria y otras muchas cualidades que justifican las más bellas esperanzas al contemplarlas.

Sin embargo —lo decimos con dolor—, en muchas de estas regiones no se tienen en cuenta los beneficios sobrenaturales tan sublimes de las glorias transmitidas por los antepasados de la nobleza del nombre cristiano.

¡Ojalá deje al fin este pueblo de conculcar lo que es preciso amar y estimar, y, cambiadas en mejor las ideas de los gobernantes —como esperamos—, la tempestad se convierta en brisa ligera!

Para que vuestras gentes custodien intacto el tesoro legado por sus antepasados, os exhortamos a multiplicar este año las oraciones, las súplicas, los santos sacrificios, las lágrimas, el fruto de las buenas obras, conservando el misterio de la fe con una conciencia pura (cf. 1 Tm 3, 9). El Señor, que rige y gobierna los tiempos y todas las cosas, conmovido por tantas súplicas, pondrá fin —como esperamos— a vuestras aflicciones y tristezas, y a aquellos que confían en su ayuda y en su protección les dará el consuelo, tanto más gozoso cuanto menos esperado.

Hemos sabido que este jubileo será ilustrado por algunas nobles iniciativas, que perpetuarán su recuerdo, no sin honor y provecho religioso.

Se refieren especialmente a estudios doctrinales, investigaciones históricas sobre los Santos Cirilo y Metodio y piadosas peregrinaciones.

A todo esto añadid otras empresas, para que los dos insignes apóstoles vuelvan de alguna forma a vuestros compatriotas y brille con más viva luz la llama que ellos os llevaron. También con esta intención hemos destinado a algunas de vuestras catedrales los cirios bendecidos en la fiesta de la Purificación de la Bienaventurada Virgen María, como símbolo de Cristo iluminador de vuestros pueblos, autor de la común salvación, que llegó hasta vosotros por medio de dos sembradores de la luz evangélica.

Con el deseo vivísimo de que el jubileo de los Santos Cirilo y Metodio se realice de manera digna y fecunda, y deje una impronta de gran utilidad espiritual y de efectos duraderos, invocamos la eficaz ayuda del Señor, al paso que a vosotros, venerables hermanos, al clero y a los fieles confiados a vuestros cuidados impartimos con lodo el afecto la Bendición Apostólica, en prenda y auspicio de los dones celestiales.

Dado en Roma, junto a San Pedro, el día 11 de mayo, fiesta de los Santos Cirilo y Metodio según el rito bizantino-eslavo, en el año del Señor de 1963, quinto de nuestro pontificado.

JUAN PP XXIII

 



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