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MENSAJE DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
CON OCASIÓN DE UN SIMPOSIO SOBRE LA FIGURA
Y LA OBRA DEL BEATO JOHN HENRY NEWMAN

 

Al Reverendo Padre
Hermann Geissler, f.s.o.
Director del
International Centre of Newman Friends

Mientras sigue viva en mí la alegría por haber podido proclamar beato al cardenal John Henry Newman, durante mi reciente viaje al Reino Unido, le dirijo un cordial saludo a usted, a los ilustres relatores y a todos los participantes en el Simposio organizado en Roma por el Centro internacional de amigos de Newman. Expreso mi aprecio por el tema elegido: «La primacía de Dios en la vida y en los escritos del beato John Henry Newman». En efecto, este tema pone en su justo relieve el teocentrismo como perspectiva fundamental que caracterizó la personalidad y la obra del gran teólogo inglés.

Como es sabido, el joven Newman, a pesar de que, gracias a su madre, conoció la «religión de la Biblia», atravesó un período de dificultad y de dudas. A los catorce años sufrió el influjo de filósofos como Hume y Voltaire y, reconociéndose en sus objeciones contra la religión, se orientó, según la moda humanista y liberal de la época, hacia una especie de deísmo.

Al año siguiente, sin embargo, Newman recibió la gracia de la conversión, encontrando descanso «en el pensamiento de dos únicos seres absolutos y luminosamente evidentes en sí mismos, yo mismo y mi Creador» (J. H. Newman, Apologia pro vita sua, Milán 2001, pp. 137-138). Descubrió, por tanto, la verdad objetiva de un Dios personal y vivo, que habla a la conciencia y revela al hombre su condición de criatura. Comprendió su dependencia en el ser de Aquel que es el principio de todas las cosas, encontrando así en él el origen y el sentido de la identidad y singularidad personal. Esta particular experiencia constituye la base para la primacía de Dios en la vida de Newman.

Después de la conversión, se guió por dos criterios fundamentales —tomados del libro La fuerza de la verdad, del calvinista Thomas Scott— que manifiestan plenamente la primacía de Dios en su vida. El primero: «La santidad antes que la paz» (ib., p. 139) documenta su firme voluntad de adherirse al Maestro interior con la propia conciencia, de abandonarse confiadamente al Padre y de vivir en la fidelidad a la verdad reconocida. Estos ideales conllevaban «un gran precio que pagar». En efecto, Newman, ya sea como anglicano que como católico, tuvo que sufrir muchas pruebas, decepciones e incomprensiones. Sin embargo, nunca se rebajó a falsas componendas ni se contentó con fáciles consensos. Siguió siendo siempre honrado en la búsqueda de la verdad, fiel a los dictados de su conciencia y resuelto hacia el ideal de la santidad.

El segundo lema elegido por Newman: «El crecimiento es la única expresión de vida» (ib.), manifiesta perfectamente su disposición a una continua conversión, transformación y crecimiento interior, siempre confiadamente apoyado en Dios. Así descubrió su vocación al servicio de la Palabra de Dios y, dirigiéndose a los Padres de la Iglesia para encontrar más luz, propuso una verdadera reforma del anglicanismo, adhiriéndose por último a la Iglesia católica. Resumió su experiencia de crecimiento, en la fidelidad a sí mismo y a la voluntad del Señor, con las famosas palabras: «Aquí en la tierra vivir es cambiar, y la perfección es el resultado de muchas transformaciones» (J. H. Newman, El desarrollo de la doctrina cristiana, Milán 2002, p. 75). Y Newman a lo largo de toda su vida se convirtió, se transformó, y de ese modo siguió siendo siempre el mismo, y llegó a ser cada vez más él mismo.

El horizonte de la primacía de Dios marca en profundidad también las numerosas publicaciones de Newman. En el citado ensayo sobre El desarrollo de la doctrina cristiana, escribió: «Hay una verdad; hay una sola verdad; (...) la búsqueda de la verdad no debe ser satisfacción de la curiosidad; la adquisición de la verdad no se parece en nada al entusiasmo por un descubrimiento; nuestro espíritu está sometido a la verdad; no es, por tanto, superior a ella y más que disertar sobre ella, debería venerarla» (pp. 344-345). La primacía de Dios se traduce pues, para Newman, en la primacía de la verdad, una verdad que hay que buscar ante todo disponiéndose interiormente a acogerla, en una confrontación abierta y sincera con todos, y que tiene su culmen en el encuentro con Cristo, «camino, verdad y vida» (Jn 14, 6). Newman dio, por tanto, testimonio de la Verdad también con su riquísima producción literaria que abarca la teología, la poesía, la filosofía, la pedagogía, la exégesis, la historia del cristianismo, las novelas, las meditaciones y las oraciones.

Presentando y defendiendo la Verdad, Newman siempre estuvo atento también a encontrar el lenguaje apropiado, la forma justa y el tono adecuado. Trató de no ofender nunca y de dar testimonio de la amable luz interior («kindly light»), esforzándose por convencer con humildad, alegría y paciencia. En una oración dirigida a san Felipe Neri escribió: «Que mi aspecto sea siempre abierto y alegre, y mis palabras amables y agradables, como conviene a aquellos que, cualquiera que sea el estado de su vida, gozan del mayor de todos los bienes, del favor de Dios y de la espera de la felicidad eterna» (J. H. Newman, Meditazioni e preghiere, Milán 2002, pp. 193-194).

Al beato John Henry Newman, maestro en enseñarnos que la primacía de Dios es la primacía de la verdad y del amor, encomiendo las reflexiones y el trabajo del presente Simposio; y, a la vez, por intercesión de la Virgen María, Madre de la Iglesia, me alegra impartirle a usted y a todos los participantes la implorada bendición apostólica, prenda de abundantes favores celestiales.

Vaticano, 18 de noviembre de 2010

BENEDICTO PP. XVI



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